Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 30 de septiembre de 2025

COMO FOTOGRAMAS DE UN NOTICIERO ANTIGUO

 


El primero en moverse fue el chico del número dieciocho. Ya se había levantado y cruzado media calle antes de que nadie tuviera tiempo de parpadear, antes de que nadie acertara a emitir sonido alguno.

     Fue como si supiera lo que tenía que hacer, como si hubiera estado esperando la oportunidad.

     Despegó del escalón de su puerta como un velocista en posición, y para cuando me volví para ver quién era él ya estaba allí.

     Estaba allí y después todo había terminado, y fue tan repentino que sentí como si me hubiese estallado en la cara el flash de una cámara.

     Todo se tornó blanco, fantasmal, como fotogramas de un noticiero antiguo, borroso y manchado.

     No podía comprender qué estaba sucediendo, no podía creer lo que estaba sucediendo.

     Me senté, en la cálida tarde del último día del verano, y fui incapaz de entender lo que veía.

     Lo observé lanzarse a la calle, al chico del número dieciocho, e intenté comprender.

     No recuerdo haberlo visto, no el momento en sí, me acuerdo de extraños detalles, imágenes periféricas, menudencias que sucedían lejos del centro cegado.

     Recuerdo que la chica que tenía al lado tiró la lata de cerveza y se echó hacia atrás, como golpeada por una onda expansiva.



     Rememoro el choque de la lata contra el suelo, cómo su peso aplastó la hierba, la inclinación hacia un lado, pero manteniéndose de pie, como un poste de telégrafo medio caído tras la tormenta.

     Veo imágenes a cámara lenta de la cerveza, se derramaba por el borde de la lata, un rizo de espuma que se elevaba como humo y quedaba suspendido en la luz un momento antes de estrellarse contra la hierba y salpicarme el regazo.

     No sé de dónde sale eso.

     No sé cómo puedo haber captado esos detalles.

     Las burbujas de la cerveza explotando en chispas de aire.

     Hojas de hierba que se enderezaban cuando la tierra absorbió el líquido, la gota de mi falda encogida, desvaída y secada al sol.

     El brillo de la luz.

     Había una mujer asomada a una ventana alta, sacudiendo una manta.

     Había unos chavales preparando una barbacoa al otro lado de la calle, clavando el cuchillo en la carne para ver si estaba hecha.

     Había un hombre de larga barba subido a una escalera en el número veinticinco, pintando los marcos de las ventanas, llevaba allí todo el día y casi había terminado.

     Los marcos brillaban húmedos al sol, un azul pálido precioso como el primer color tenue del alba, y había sido agradable contemplar la lenta meticulosidad de su trabajo.

     Había un muchacho en la puerta del jardín contiguo, limpiando sus zapatillas con un cepillo de uñas y un cuenco de agua jabonosa.



     Veo todos estos instantes como si estuvieran tallados en piedra, pequeños momentos capturados y aumentados por el contexto, como figuras en una exposición de Pompeya.

     La mujer de la manta se interrumpió a mitad de una sacudida, algo había captado su atención; la manta perdió impulso y empezó a ondear con suavidad contra la pared.

     Ella seguía con los brazos extendidos, los labios apretados para evitar la nube de polvo.

     La manta colgaba boca abajo como una bandera de señales.

     Alguien dijo oh Dios mío.

     Un niño en un triciclo rojo chocó contra un árbol.

     Los pies se le deslizaron de los pedales y quedaron atrapados bajo las ruedas, él se escurrió del asiento y se precipitó al suelo.

     Lo veo, cayendo de lado, la pierna a punto de arañar el cemento, la cabeza a punto de chocar contra el tronco, el triciclo sobre dos ruedas y la atención fija en la calle.

     Su cabeza siguió girada mientras caía, y cuando se dio contra el suelo, sólo pudo quedarse allí tumbado, observando, como todos los demás.

     No tendría más de tres años, yo quería correr hacia él y taparle los ojos, pero no podía moverme, así que continuó mirando.

     Un hombre que estaba lavando el coche se llevó las dos manos a la coronilla y apretó los puños.

     Tenía la esponja en la mano, y el agua al escurrirse le caía por la espalda, pero él no se movió.

     Alguien dijo mierda mierda mierda.

     Pero fundamentalmente lo que hubo fue un momento de silencio absoluto.

     Quietud absoluta.



     No pudo ser así, claro, debía de seguir oyéndose la música y el tráfico que pasaba por la calle principal, pero así es como lo recuerdo, con esa única y pesada pausa, la calle entera paralizada como un retablo de bocas abiertas.

     Y el chico del número dieciocho, que se desplazaba por el instante bloqueado como una bendición.

     Parecía, o al menos lo parece ahora, que todo lo demás estaba parado.

     La lata de cerveza sorprendida entre la mano y el suelo.

     La manta sin llegar a tocar la pared.

     El niño del triciclo a un suspiro del árbol.

     Una exclamación en mi garganta, contenida, como el aire en el cuello pellizcado de un globo.

     Y todo parecía erróneo por algún motivo, irreal, desligado de la clase de día que habíamos pasado.

     Un día corriente, lento, cálido y tranquilo, la gente hablaba en los rellanos de las puertas, los niños jugaban, música, una barbacoa.

     Me había despertado con la primera luz al oír el portazo del taxi, unos conocidos míos del número diecisiete que regresaban de una larga noche de marcha y arrastraban los pies lentamente por la calle.

     No había podido volver a dormirme, me había quedado en la cama observando cómo el sol iluminaba la habitación, escuchando a los críos que corrían fuera, el traqueteo familiar del niño del triciclo.

     Más tarde me había levantado y desayunado, había intentado empezar a hacer las maletas, me había sentado en el escalón de la entrada para tomar té y leer revistas.



     Había ido a la tienda y cruzado unas palabras con el chico del dieciocho; era extraño y tímido y no tenía sentido que luego fuese él quien reaccionara tan al instante.

     Llovió hacia el final de la tarde, de repente y en abundancia, pero eso fue todo, no sucedió nada más extraño o inesperado aquel día.

     Y por algún motivo parece incorrecto que no hubiera un clímax, un presentimiento en el aire, una premonición, aviso o pista.

     Me pregunto si no la hubo, de hecho, si no hubo algo que yo me perdí porque no prestaba atención.

     El silencio no duró mucho, la gente empezó a salir disparada hacia la calle, gritando, abriendo puertas y ventanas.

     Una mujer de más abajo corrió hacia ellos, se detuvo a mitad de camino y se dio la vuelta cubriéndose el rostro con manos temblorosas.

     El hombre de la escalera hizo una llamada con su móvil antes de bajar y abandonar el último marco a medio pintar.

     Gente que ni siquiera reconocí salía de las casas para unirse a los demás.

     Pero yo y la otra chica, Sarah, nos quedamos allí, mirando, con la boca abierta.



     Si hubiésemos sido más íntimas, o más jóvenes, nos habríamos entrelazado las manos con fuerza, pero no lo hicimos.

     Creo que ella recogió la cerveza y bebió otro trago, y creo que yo también.

     No lo recuerdo, lo único que recuerdo es observar el telón de piernas en la calle, intentar ver a través.

     Intentar no ver a través.

     Después de unos minutos, el ruido pareció disminuir de nuevo en la calle.

     El nudo de gente se aflojó, se apartó.

     Miraban hacia la calle principal, miraban sus relojes, esperaban.

     Recuerdo haber reparado en que, pese a todo, seguía saliendo música de al menos media docena de ventanas, y en que las canciones fueron silenciadas, una a una, como las luces que se apagan al final de Los Walton.

     Recuerdo un olor a quemado, y ver que los chicos del otro lado se habían dejado la carne en la barbacoa.

     Veía el humo que empezaba a enroscarse hacia el cielo.

      Veía rostros en las ventanas.

     Veía gente mirando hacia arriba, con los ojos puestos en la única puerta que seguía cerrada.

     Esperando que se abriera, confiando en que no.

JON McGREGOR - "Si nadie habla de las cosas que importan" - (2002)

 

Imágenes: Jo Whaley

domingo, 28 de septiembre de 2025

HAY PAREJAS QUE SE APUNTAN A SALSA



 Pero no hay que sacar las conclusiones equivocadas, conclusiones como que la convivencia no funcionó, que la convivencia mató la relación, que la rutina, que la logística, que la vida misma.

   Fue más bien una especie de vacío, una especie de fin de los temas de conversación, como si ya hubieran hablado de todo lo posible. Acaso el amor sea la capacidad de que la conversación siga siendo siempre interesante. Marcelo se encontró cómodo en su silencio, sin la necesidad de compartir sus opiniones con Eloísa. Eloísa se encontró ansiosa en el silencio de Marcelo, buscando constantemente temas de conversación que enseguida se revelaban agotados.

   Es fácil ocupar el tiempo cuando tenemos un objeto en el que cifrar la angustia, hablar de la tía a la que él se tiraba cuando ella lo conoció, o del exnovio de ella que la sigue llamando, pero no es tan fácil ver qué queda después de eso, la ansiedad en espiral sobre sí misma, la relación siendo una conversación sobre la relación, los días vacíos por delante, los diálogos idénticos y vacuos, ¿quieres azúcar en el yogur? —pero ella ya sabe que lo toma sin azúcar—, ¿te traigo algo? —pero él ya sabe que ella no quiere nunca nada—. Hay parejas que se apuntan a salsa. Hay parejas que se enganchan a Netflix. Hay parejas que procrean. Hay parejas que se acaban.

MARTA JIMÉNEZ SERRANO - "No todo el mundo" - (2023)


Imágenes: Nicolay Smolyankin

viernes, 26 de septiembre de 2025

APROVECHO MI SILENCIO



Aprovecho mi silencio

para ahondar dentro de mí:

embrutecido,

y luego, purificado

por la ausencia de sonido,

por la palabra tragada,

apenas balbucida,

balbuceada,

atragantada,

atarantada,

para luego, ser devuelta,

vomitada,

en esta escritura basta,

devastada

y desamordazada.




Fluir de mano y de lápiz

desatado,

estrangulando el silencio

nocivo y tenaz,

amortizándolo:

sin intereses,

ni réditos ni carretes.

Sólo el del hilo

de las letras que corren,

sin anzuelos,

sin trampas:

claras,

con una sola cara.

Como mi silencio.

28-07-2011


Imágenes: Linsey Levendall


miércoles, 24 de septiembre de 2025

UNA VISIÓN DEMASIADO OPTIMISTA DEL MUNDO


Los dos años que pasó en el campo de concentración, si bien fueron en su momento una intolerable pesadilla, al poco tiempo de salir, Goldstein, aunque parezca mentira, empezó a considerarlos como un azar favorable en su vida. Su argumento es el siguiente: a los 21 años, tenía una visión demasiado optimista del mundo. Si al final de la guerra se hubiese encontrado sin esa experiencia, sus prejuicios optimistas hubiesen seguido distorsionando su percepción de la realidad. El crimen, la tortura, las masacres, definían mejor a la especie humana que el arte, la ciencia, las instituciones.  Ante sus interlocutores perplejos, Goldstein (que algunos consideraban un poco excéntrico en sus opiniones, por no decir ligeramente chiflado) afirmaba que, en tanto que hombre, su cuerpo y su mente habían sufrido en el campo de concentración pero que, en tanto que pensador, esos dos años representaban para él su diploma «con felicitaciones del jurado» en antropología.



Cuando termina el café y pliega el diario, Goldstein deja sobre la mesa dinero suficiente para el desayuno y la propina, y lanzando un «¡Hasta mañana!» afable y general, sale al sol de la esquina y al estruendo de las dos avenidas que se cruzan: para los clientes de paso, que lo observan con curiosidad fugaz, es un viejo limpio y jovial, bien conservado a pesar de los años, representando probablemente menos de los que tiene, y a quien a juzgar por su aire enérgico y satisfecho, no parece haberle ido tan mal en la vida.

JUAN JOSÉ SAER - "Cuentos completos - Lugar" - (2000)


Imágenes: Raúl de Lara
 

lunes, 22 de septiembre de 2025

EN ESTE PERIODO DE NUESTRA EVOLUCIÓN HUMANA


En una palabra: la Espiritualidad se halla en su arco ascendente; y lo animal o físico le impide progresar constantemente en la senda de su evolución, solo cuando el egoísmo de la Personalidad ha infestado tan fuertemente al Hombre Interno verdadero con su virus letal, que la atracción superior pierde todo su poder sobre el hombre pensante razonable. En estricta verdad, el vicio y la maldad son una manifestación anormal y antinatural, en este período de nuestra evolución humana; a lo menos debieran serlo así. El hecho de que la Humanidad no haya sido nunca más egoísta y viciosa que ahora, —habiendo logrado las naciones civilizadas hacer del egoísmo una característica ética y un arte del vicio— es una prueba más de la naturaleza excepcional del fenómeno.

H. P. BLAVATSKY - "La doctrina secreta III" - (1888)


Imágenes: David Littschwager

sábado, 20 de septiembre de 2025

LA TIRANÍA DE LA MONOTONÍA AFIANZADA


Últimamente cuando se metía en la cama y echaba un vistazo rápido a su alrededor se decía que una cama doble era una tontería si estaba sola y no se colocaba en medio. Se estaba planteando comprarse una cama individual y ganar espacio en la habitación. Mejor encontrarse allí con una planta o un sillón para leer que con el recuerdo de un lugar incompleto que solo funcionaba a medias. Para ella, las costumbres adquiridas eran complicadas de alterar, y todavía dormía en el lado derecho como cuando compartía cama con Biel, junto a la ventana, lado mar. Ocupaba un espacio mínimo. Al levantarse cada mañana, la otra mitad permanecía intacta. Después de cinco años y medio, ya había perdido la costumbre de palpar el lado izquierdo vacío. Ya no se levantaba sobresaltada cada mañana por el hecho de reconocer que era una persona separada. Había conseguido colocar eso en su sitio. Lo aceptaba. Según cómo, incluso le gustaba.

 


 Y sin embargo, esa noche, cogió el libro que estaba leyendo de encima de la mesilla, unas memorias de Lucia Berlin con una selección de cartas y fotografías, y subrayó este fragmento en el que la escritora describe a uno de sus maridos: «Buddy se sabía divertir. Lo hacía tan bien. Disfrutaba de la gente y de la música, de los libros y de los cuadros. Sus siguientes obsesiones fueron la cultura y la historia de los indígenas americanos, la fotografía y volar. Ah, y nosotros tres». Levantó la vista del libro y se le llenó la mirada de nostalgia. Tragó saliva. Hacía una semana, cuando los niños habían vuelto de casa de su padre, le habían dado la noticia desde el recibidor, con gritos de entusiasmo, de que tendrían un hermanito. Clara estaba embarazada. Ella se los había quedado mirando con los ojos muy abiertos y expresión de sorpresa mientras seguía removiendo el sofrito para la pasta. Se alegró delante de ellos y, a continuación, mientras iba recogiendo las cosas que sacaban de las mochilas y dejaban esparcidas por todas partes, tuvo que convencerse de que todo estaba bien.



   Sintió cómo se formaba un nudo en su interior que no sabía de qué estaba hecho. Recordó que unos años atrás a ella también le había parecido que llegados a aquel punto de desencanto lo mejor era separarse. La tiranía de la monotonía afianzada. Ninguna estrategia nueva que pudiera volver a inyectar en ellos emoción e ímpetu a los días. Como casi todo el mundo que conocía de una edad similar a la suya, había perdido el interés en el matrimonio. Incluso la palabra le sonaba totalmente obsoleta. Había sido cosa de los dos, como si cada uno hubiera estado esperando a que el otro abordara la cuestión. Ya no recordaba quién había dado el primer paso, quién había autorizado aquel movimiento.

MARTA ORRIOLS - "Al otro lado del miedo" - (2025)


Imágenes: Menganitadecual

jueves, 18 de septiembre de 2025

WISH YOU WERE HERE


¿Cómo habían llegado a esa situación? Recordó que antes de que su trabajo empezara a separarlos, y antes de que naciera Álvaro, les encantaba sentarse delante de la tele con un par de bandejas llenas de manjares prohibidos por la dietética contemporánea: un par de Big Mac, litros de Coca-Cola, nuggets, patatas fritas, kétchup, tarrinas de helado… Normalmente se quedaban dormidos en el sofá, pegados el uno al otro, y se despertaban dos horas después para irse directos a la cama. Cuando Álvaro era pequeño hacían lo mismo mientras veían dibujos animados. Con el tiempo Lucía empezó a volver cada vez más tarde, se endureció —o más bien había sido su trabajo el que la había endurecido— y su relación con Samuel se volvió cada vez más tensa.



   También recordó que Samuel y sus amigos hablaban de la policía con desprecio cuando eran estudiantes. Para ellos todos los polis eran idiotas, cómplices del Estado y fascistas en potencia. Por eso, cuando le anunció que iba a presentarse a las oposiciones de la Guardia Civil, Samuel no fue capaz de comprenderlo. Ni ella misma estaba segura de sus motivaciones. Los periódicos que leían, las canciones que escuchaban, las películas que veían, todo apuntaba en la misma dirección: la Guardia Civil era un nido de fascistas, la misma idea del orden era fascista, y la ley existía para mantener el statu quo y proteger a los burgueses. Era un razonamiento simplista, y por eso mismo resultaba tan seductor, al menos para la mayoría de sus compañeros. Sin embargo, a Lucía nunca le había gustado hacer leña del árbol caído. De pequeña siempre se ponía de parte del niño al que se la tenían jurada los demás, y lo defendía cuando lo acosaban en el patio, aun a riesgo de recibir algún que otro golpe.



 En su familia era la mosca cojonera, la que disfrutaba desmontando las certezas de los demás y aguando la fiesta con su espíritu de contradicción. En la Facultad de Derecho había seguido en la misma línea, y cada vez que había una huelga o una manifestación se planteaba qué había detrás y acababa detectando las motivaciones secretas y las segundas intenciones, tanto las que se ocultaban bajo los seductores sermones de los políticos de izquierdas, que gozaban del favor de sus correligionarios, como las que subyacían en los discursos de la derecha sobre la responsabilidad individual y el espíritu de empresa, que contaban con el favor de su propia familia. En definitiva, había entrado en la Guardia Civil por espíritu de contradicción. ¿Era eso? ¿Así de sencillo? ¿Había elegido esa vía simplemente para demostrar a los otros que estaban equivocados? Había algo más, por supuesto, pero esa noche no tenía ganas de pensar en ello. Nadie, ni siquiera Samuel, conocía la verdadera historia, la del niño más inteligente, curioso y sensible hasta niveles enfermizos que había conocido nunca. Su hermano Rafael, destruido por la droga. Rafael… su Syd Barrett particular. Wish you were here…

BERNARD MINIER - "Lucía" - (2022)



Imágenes: Hipgnosis

martes, 16 de septiembre de 2025

UNA CLÍNICA ALTAMENTE ACONSEJABLE


Poco después, Lung se duerme, un largo y profundo sueño, y las trampas se convierten en pequeños objetos lacados en blanco, en versión miniatura.

   Me han metido aquí y aquí sigo. Y está la mar de bien. Me llamo Lung L. y no tengo más de veinte años, pero sí una simpática experiencia general. Estamos aquí, en este momento me encuentro en un vagón de tren, tengo mi billete y avanzo.

   Sudeste, noroeste.

   Hace ya tiempo que estoy en esta clínica. Hablando de clínicas, por ejemplo, en Zúrich, hay una que se llama Bircher-Benner, adonde la gente suele acudir para desintoxicarse, de hecho, desde este punto de vista es una clínica altamente aconsejable.

   Y pensar…, y pensar que de joven, de niña, soñaba con hacer un buen recorrido por todas estas clínicas con los amigos, un verano en una, en otra estación quizás en una mejor. Es una clase de vida que siempre me ha interesado, es decir, puede suponer un descanso reconfortante desde todos los puntos de vista, y además se podrían producir extraños encuentros. Siempre que uno tenga recursos comunicativos. Claro que hay que someterse a un control establecido.

   Establecida, precisamente allí, está Lung de momento, por una de esas coincidencias que se dan y quién sabe cómo irá la cosa. La terapia de Bircher es quizás un poco enérgica, nos hacen levantarnos tempranísimo por la mañana y tenemos que correr sobre el rocío descalzos, como ángeles, y nosotros desde ese punto de vista no lo somos.

   De hecho, había excluido a Bircher de mis planes y, con el paso de los años, había excluido cualquier tipo de ingreso hospitalario en cualquier clínica, salvo en caso de una apendicitis.

FLEUR JAEGGY - "El dedo en la boca" - (1968)


Imágenes: Miriam Bauer

domingo, 14 de septiembre de 2025

SOMOS MUY CÓMODOS

 


Somos muy cómodos

y tenemos mucha prisa.

Prisa por todo,

prisa hasta por morir.


Y morir cómodamente,

empapuzados,

alcoholizados,

acomodados,

atiborrados

de todas las sustancias

que puedan hacernos daño.


Pero antes, seguir fingiendo

que tenemos prisa,

que estamos muy ocupados.


Hay que mantener a los demás:

pendientes,

embaucados,

hipnotizados,

engañados,

deslumbrados,

para que no nos ganen la partida.

También queremos vencer

en la carrera de la vida.

AGOSTO 2025


Imágenes: Miguel A. Muñoz Romero

viernes, 12 de septiembre de 2025

CÓMO DUELE EL HAMBRE DE LOS HIJOS


 No había nada para comer salvo la misma pobreza y Santa era solo un par de ojos encima de un montón de huesos.

   Carajo, cómo duele el hambre de los hijos.

   Cuando mis comadres empezaron a irse me di cuenta de que la soledad era lo peor que le podía pasar a una madre. Hasta entonces habíamos comido gatos juntas, con nuestros hijos cerca, animadas porque al menos había pasado un día más en que lográbamos llevar algo a la panza para dejarla amaestrada, contentas porque los hijos eran tan chiquitos que aún no se daban cuenta de que les dábamos gato. Pero las comadres se fueron a otros pueblos, cruzaron fronteras sin decir adiós. Me fui quedando sola. Santa empezó a ponerse tan flaquita que costaba mirarla. Una chamaca hecha de viento, sin sangre en las venas. Una chamaca de papel.



   La noche estaba sembrada de espanto, de disparos y de gritos.

   Los militares nos llamaban putas. Éramos todas unas putas, unas rojas, unas cabezas huecas que ocultábamos a los hombres para que no se los llevaran a una tumba abierta.

   Había escuchado que algunas mujeres se iban a vivir a la selva en busca de alimento y de refugio. Mejor allá adentro que aquí, decían y luego las veía irse, con los jolongos sobre las caderas y los hijos en brazos. Durante un tiempo no las seguí. Hasta el día en que un militar entró a mi casa. Tenía sed, me dijo.

   Mucha sed por culpa del calor de mierda. Y empezó a preguntarme nombres mientras se tomaba un vaso de agua. Yo que los había borrado todos. Que solo tenía un nombre en mi cabeza, el de mi chamaca. Adónde se fue tu padre y el padre de esta niña, insistió el militar y me puso un dedo en el pecho, dónde están que no aparecen esos cabrones machos tuyos. En mis ojos estaba clara la culpa, que sí sabía dónde y cuándo y por qué, así que me pegó entre las tetas y siguió hablando. Con esa cara de puta, dijo, se ve que sabes muchas cosas, porque las putas escuchan más de lo que dicen. Luego miró a Santa. Así que la rata tiene a una ratica, la señaló con el dedo y desenfundó una pistola. En la cabeza de Santa, el cañón lucía enorme.



   No grité. Me quedé callada, sin boca ni lengua.

   La frente de Santica sudaba, no sé si por calor o pánico. Por calor seguro. Los niños no saben cuando comen gatos ni cuando un cañón se les apoya en la cabeza. Aquel hijo de puta me volvió a preguntar por nombres y yo los recordé todos de repente. Incluso los que había prometido olvidar. Nombres de padres, de amigos, de desconocidos. Vomité esos nombres y el militar susurró la rata desembucha, qué bueno. Después me dio las gracias, carajo, de punta en blanco.

   Se limpió el sudor de las manos en el umbral de la puerta y le dijo adiós a Santa.

   Chau, ratica linda.

   Fue entonces que entendí a mis comadres. Por qué se iban. Por qué no decían adiós y escapaban en medio de la noche. Por qué nos marchábamos todas, carajo. Era probable que ellas también hubieran escupido nombres y direcciones, igual que yo lo había hecho. Cómo iba a poder mirar de nuevo hacia la tierra, ver una mano a medias enterrada y no preguntarme si esa mano estaba allí adentro por mi culpa.

ELAINE VILDA MADRUGA - "El cielo de la selva" - (2023)


Imágenes: Endre Penovác

miércoles, 10 de septiembre de 2025

¿CONOCÍA BIEN SU PADRE A BORGES?


Uno de ellos, la señora Evangelina Danófer de Ortiz, hija menor del dueño de la casa, pudo ser entrevistada por el cronista:

     —¿Conocía bien su padre a Borges?

     —Sí. Fueron muy amigos durante años. La familia nunca aprobó esa amistad.

     —¿Por qué razones?

     —Mi padre, el señor Danófer, no era psíquicamente estable. Sobre todo, después de la muerte accidental de mi madre, en 1949. Borges, él y otros amigos acostumbraban discutir horas, noches enteras sobre temas extraños… Cábala, ecuaciones de tiempo y espacio, predicciones astrológicas, fórmulas alquímicas, cosas por el estilo.

     —Su padre era conocido aficionado a ciencias ocultas…

     —Eso fue después de enviudar. Antes, era un científico serio. La tragedia y la influencia de sus amigos fueron extraviándolo. Desde 1958 o 59, vivía encerrado en la torre. Hacíamos cuanto se podía, mi hermana y mi hermano, pero sin resultado. Poco a poco, mi padre se aislaba. Nosotros fuimos casándonos, abandonamos uno a uno la casa…

     —Pero el señor Danófer también dejó de residir allí.

     —Sí. En 1978 o 79, no me acuerdo bien, mi hermano Adolfo debió internarlo por su avanzado deterioro mental. Fue realmente terrible.

     —¿Sabía usted que Borges visitaba la casa vacía?, ¿tenía llaves?

     —No sabía nada, señor. Las únicas llaves que conozco están en poder del director de la clínica y de Adolfo Danófer. Mi hermano vive en Inglaterra.

     —Entonces, ningún familiar mantenía contacto con su padre.

     —Sólo uno. Ricardo, el hijo de mi hermana María.

     El otro testigo, una señora de apellido Wiggenan o Wickehaim, se retiró del juzgado en automóvil, tras negarse a hablar con nadie. Según fuentes judiciales, esta dama reveló aspectos obscuros sobre el testigo cuyo paradero se ignora. Es decir, el joven que descubriera el cadáver de Borges.

 ENRIQUE KEDINGER - "La conspiración de Borges" - (1985)


Imágenes: Hermenegildo Sábat

lunes, 8 de septiembre de 2025

REMODELAR LA COCINA PUEDE SER EL FIN DEL MUNDO

 


A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone. Emilia vio entrar a su marido con el que debía ser un maestro de obra, o un pintor o un plomero. Toda la vida él se ha ocupado de las reparaciones, algo que ella agradece y también odia, porque siempre es sin aviso, mañana empiezan a pintar la casa, la semana entrante vienen a mirar esas humedades. Podrías preguntarme, ¿no?, protesta Emilia todas las veces. En esta oportunidad ella solo comprendió de qué se trataba cuando el maestro se fue y el marido entró a su estudio con cara triunfante y le anunció que estaba pensando remodelar la cocina. Remodelar la cocina puede ser el fin del mundo, gimió Emilia, abriendo a la vez los ojos y la boca, y empezando a argumentar, vacilante por la estupefacción, que a ella su cocina le encantaba, que esa madera era finísima, que le gustaba ese aspecto viejo de los aparadores, ese aire de lugar usado, que ellos no necesitaban una cocina nueva, que era un gasto innecesario, pordiós.

   Pero él quería tener una cocina moderna, como la de su hermano, donde poder cocinar con agrado, poder moverse cómodamente. Pero si tú no cocinas, cocina Mima, suplicó Emilia, anticipándose a la derrota.

   Y la derrota la avasalló, como tantas veces, culpable como vive del deseo que la domina desde hace un tiempo de no hacer sino lo que le dé la gana, lo que no la incomode.



   Y ahora incomódate, eran las palabras que se podían leer en el estandarte que el marido acababa de clavar en la arena del ruedo. Y Emilia agachó el lomo.

   Acordaron que en quince días empezarían a desmontar la cocina vieja, y para ese entonces todos los muebles de la sala deberían estar cubiertos, para protegerlos del polvo, y los objetos a buen recaudo, no solo para que no se dañaran, dijo el marido, sino para quitarles cualquier tentación a los obreros. Pero si nada tiene demasiado valor, había argumentado ella, dudosa, echando un vistazo a la multitud de chécheres sobre las mesas y en los anaqueles de la biblioteca, tan profusos y disímiles que, ahora que los veía como si acabaran de aparecer conjurados por el genio de la botella, parecían puestos para la venta en una feria de antiguallas. Que tal vez fuera la ocasión de salir de muchas cosas, dijo él, y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer. Emilia lo miró a los ojos, desafiante, posando de ofendida. A ti qué te van a importar los libros, habría querido decirle. O ¿tú crees que los libros son para leerlos una sola vez? Pero no dijo nada porque la relación de ella con sus libros también es ambigua, problemática. Porque a los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.

PIEDAD BONNETT - "Qué hacer con estos pedazos" - (2021)


Imágenes: Adam Ledford

sábado, 6 de septiembre de 2025

ESTA CASA NO TIENE PUERTA

«Y ahora os voy a enseñar un dibujo».


   

   El dibujo colgaba en la pizarra del aula de la universidad. La profesora Tomiko Hagio lo señaló y dijo:

   —Antes de dedicarme a la docencia, ejercí muchos años de psicóloga. En mi consulta, traté todo tipo de casos. Esta es una copia del dibujo que realizó una de las primeras pacientes que atendí. La llamaremos «Niña A». Cuando la Niña A tenía once años, la arrestaron por el asesinato de su madre.

   Se oyeron murmullos desde los bancos de los alumnos: «¿Cómo ha dicho?», «¿¡Que mató a su madre!?».

   —Yo fui la responsable del informe pericial. Decidí utilizar un test de dibujo. Consiste en pedir al sujeto que realice una ilustración que posteriormente se analiza con el fin de obtener su perfil psicológico. Habréis oído más de una vez que «los dibujos son el reflejo del alma», ¿no? Pues es cierto, a través de un dibujo podemos conocer qué hay en el interior de los demás, sobre todo si en él se representan personas, árboles y casas. Bien, ahora quiero pediros que observéis este detenidamente. ¿No notáis nada extraño?

   La profesora Hagio miró a los alumnos, que a su vez fijaron su atención en la hoja de papel. En sus rostros se percibía la confusión.

   —¿No lo veis? A simple vista puede parecer un dibujo infantil como otro cualquiera, pero contiene detalles extremadamente interesantes. Por ejemplo, fijaos en la boca de la niña, el elemento que está en el centro.



   »¿Os dais cuenta de que no es un trazo nítido? De hecho, está bastante desdibujado. La Niña A no conseguía dibujar la boca como ella quería, así que la borró una y otra vez. No tuvo problemas en trazar a la primera el resto de las partes del cuerpo, pero con la boca se encalló. Debemos preguntarnos por qué le sucedió. Este detalle nos puede ayudar a la hora de entender su estado mental.

   »Su madre la maltrataba. Cuando estaba en casa, para que no se enfadase, la niña hacía lo imposible por sonreír y mostrarse alegre. Estaba muerta de miedo, pero mantenía todo el rato una forzada mueca.

“Si no sonrío, me pegará…”. En eso pensaba mientras dibujaba y por eso se puso nerviosa, le tembló la mano y fue incapaz de expresar su dolor, como se ve también en el dibujo de la casa que hay al lado.


»Esta casa no tiene puerta. Decidme, ¿cómo se puede entrar a una casa sin puerta? Seguro que lo habéis acertado: la casa lo que simboliza es su mente. Se deducen sus deseos de escapar, como si pensara: “No quiero que nadie entre en mi corazón”, “quiero encerrarme y estar sola”…


»Por último, encontramos el dibujo del árbol. Echémosle un vistazo.

Los extremos de las ramas son puntiagudos y afilados como espinas. Es común observar este tipo de remates en los dibujos realizados por criminales. Significan “Te haré daño” o “Te apuñalaré”, y nos indican que estamos ante una mente dispuesta al ataque. El psicólogo debe tener en cuenta la conjunción de todos estos elementos para realizar un diagnóstico adecuado.

La profesora Hagio hablaba con voz calmada y movía la cabeza lentamente, mirando a sus alumnos a los ojos.

—Mi conclusión fue que la Niña A tenía muchas posibilidades de rehabilitarse. ¿Sabéis por qué? Venga, volved a observar el dibujo del árbol. Esta vez no debéis fijaros en las ramas, sino en el tronco. ¿Lo veis? En su interior, en un hueco, vive un pájaro.

   »Las personas que dibujan este tipo de escenarios tienen tendencia a ser muy protectoras y suelen poseer un fuerte instinto maternal. Es como si con sus dibujos quisieran expresar: «Protegeré a los más

débiles» o «Quiero proporcionarles un lugar donde puedan vivir en paz». Tras su rabia y su necesidad de hacer daño, en la Niña A había un corazón dulce y amable. Si se le daba la oportunidad de estar en

contacto con animales o con niños pequeños, esa parte de su carácter terminaría por aflorar y con el tiempo sus pulsiones agresivas irían remitiendo. Eso pensé en aquel momento al ver su dibujo, y hoy repetiría el diagnóstico. De hecho, me han contado que ahora la Niña A es una madre feliz.

UKETSU - "Strange pictures" - (2022)