Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Sánchez Sánchez y me dicen, yo creo que de cariño, Carretera.
Puedo imitar a Janis Joplin después de dos cubas. Sé interpretar galletas de la suerte. Puedo parar un huevo de gallina sobre una mesa, como hacía Cristóbal Colón. Sé contar hasta ocho en japonés: ichi, ni, san, shi, ko, loko, sichi, hachi. Sé nadar de muertito.
Esta es la historia de mis dientes. Es mi carta familiar a la posteridad, mi ensayo sobre los coleccionables y el reciclaje radical. Primero vienen el Principio, el Medio y el Fin, como en cualquier historia. Ya luego vienen las Parabólicas, Hiperbólicas, Elípticas, y todo lo demás. Y después de eso no sé qué viene. Posiblemente la ignominia, la muerte, y más tarde, la fama post mortem; pero de eso ya no me va a tocar decir nada en primera persona.
(...) Nací con cuatro dientes prematuros y el cuerpo enteramente cubierto de una capa muy fina de vello negro. Pero yo de eso estoy agradecido, porque la fealdad, como decía mi otro tío, Everardo López Sánchez, forja carácter. Mi padre pensó al verme que a su verdadero hijo se lo había llevado la recién parida del cuarto de al lado. Trató por varios medios —chantaje, intimidación, burocracia— de devolverme a la enfermera que me entregó. Pero mamá me recibió en brazos desde que me vio: rojo, hinchado y diminuto, estremeciéndome como almeja de agua clara en mi cobija de hospital. Mamá estaba entrenada para asumir la porquería como destino. Papá no.
La enfermera le explicó a mis padres que mis cuatro dientes eran una condición rara en nuestro país, pero no poco común entre otras razas. Se llamaba Dentición Prenatal Congénita.
¿Y por ejemplo qué razas?, preguntó mi padre a la defensiva.
Concretamente los caucásicos, señor, dijo la enfermera.
Pero si este niño es prieto como el petróleo, replicó él.
La genética es una ciencia llena de dioses, señor Sánchez.
Esto último debió consolar un poco a mi padre, que finalmente se resignó a llevarme en brazos hasta nuestra casa, envuelto como tamal en una cobija gruesa de franela sueca.
VALERIA LUISELLI - "La historia de mis dientes" - (2013)
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