Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 4 de diciembre de 2025

LUEGO FUE QUE ME MORÍ

 



Luego fue que me morí. No sé cómo. Yo estaba ahí, afuera de la casa, sentada en el camino, y se apagó todo. Después me levanté y vi el cuerpo mío ahí tirado en la tierra y a los hermanos míos zarandeándome pa que despertara y a mi mamá corriendo a buscar a don Diego, que era un paisa que curaba a la gente de por ahí, sobre todo de mordidas de mapaná. Y pensé que era un fantasma porque yo estaba pero no me veía, veía en cambio todo lo demás. Mientras me cargaban mis hermanos pa dentro de la casa, veía los colores de sus pasos en la tierra y el movimiento de la sangre en sus brazos y veía el viento como si fuera agua y el mar como si fuera el cielo por la noche lleno de cosas vivas. Todo estaba lleno de cosas vivas que yo sentía y reconocía. Y entramos a la pieza mis hermanos y yo detrás de ellos sin que me vieran y mi cuerpo sobre el catre de madera todo desmadejado, todo muerto y yo sin saber qué hacer, pa donde coger. Podía oír cómo el pelo les crecía en la cabeza y sentía el temblor de sus llantos como olas sobre mí.



 Vi a mi mamá volver con don Diego, que intentó todo lo que sabía, todo lo que se le ocurría, pero nada me despertó. Nada, porque yo estaba muerta, de verdad y para siempre. Entonces salí de la casa y caminé por el caserío para comprobar si era cierto que nadie me podía ver. Todo era tan distinto que alcancé a sentir que los poderes me calentaban las manos, que como el cuerpo mío ya no estaba, yo podía ser muchas otras cosas y meterme y salirme de lo que quisiera y ser palmera o babilla o pescao o cangrejo o arena o lodo o madero que flota en el agua o agua. Podía ser mi mamá y entrar en ella y verla por dentro y moverle los músculos, los ojos. Pasé en esas como cinco horas, entendiendo todo, como si la muerte me hubiera abierto los ojos a lo que hay de verdad en el mundo aunque no lo veamos porque no somos capaces. Pero luego comprendí que era una visita no más, que no me tocaba morirme después de todo, que me morí solamente un rato para aprender unos asuntos que me faltaban, pero que tenía que vivir otro tiempo. Y volví a la casa donde ya me estaban velando y mi mamá lloraba sobre mi cuerpo, que tenía puesto el mejor vestido, el del matrimonio de mi mamá, que ella guardaba en una caja con naftalina pa que no se lo comieran las polillas y la humedad y aun así tenía ya huequitos de los bichos.



  Y vi en el vestido el amor de mi mamá por mi papá, vi el pasado que había estado reposando en esa caja con naftalina tantos años, vi el nacimiento de todos mis hermanos como si el tiempo fuera una tela que se desdoblaba delante mío. Vi que todo lo que va a ser ya fue. Y que todo lo que ya fue está siendo siempre. Luego me acosté sobre el cuerpo mío, que se sentía duro y helado, y me acomodé muy bien, hasta quedar perfectamente metida dentro de mí misma, y después me moví toda por dentro, la sangre en las venas, las fibras de los músculos, las junturas de los huesos, moví cada órgano dándole un masaje, moví mis intestinos y los dedos de las manos y los pies y finalmente me pude despertar en la vida de los vivos y abrir los párpados para que los que me lloraban vieran mis ojos negros de nuevo y supieran que ya no había que llorar ni hacer velorio ni comprar un cajón.

LINA MARÍA PARRA OCHOA - "La mano que cura" - (2023)


Imágenes: Felicia Chiao

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