Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 2 de octubre de 2025

CON UN OJO MIRABA HACIA EL DÍA Y CON EL OTRO HACIA LA NOCHE


Mi abuela, Mara Mihailovič, que pasó toda su vida como maestra rural en Svileuva y me crio, me contó cómo me salvaron de la muerte en la infancia. Estuve gravemente enfermo durante mucho mucho tiempo, y casi me daban por perdido. Entonces, una mañana, a escondidas de mi padre (que estaba en Belgrado), me montaron con cuna y todo en un caballo, en la cuna colocaron un pequeño icono y cuatro nueces, a mí me pusieron un diente de ajo en cada oído y me llevaron a un robledo cercano. Se detuvieron bajo un árbol, ataron la cuna a una rama fuerte como si fuera un columpio, aguijaron al caballo y la cuna se quedó pendiendo en el aire. Ahí me cuidaron un tiempo, me mecían y me alimentaban con leche de cerda, convencidos de que así la muerte no me encontraría, porque realmente no estaba ni en la tierra ni en el cielo, y cuando lloraba, hacían restallar el largo látigo de pastor para que el llanto no se escuchara. De ese modo, ni siquiera mis padres, que me buscaban y a quienes no quisieron decir dónde estaba, pudieron encontrarme. Eso fue unos quince años antes de que tuviera un enfrentamiento con mi padre.



   Del acontecimiento, por supuesto, no recuerdo nada, los mayores también lo olvidaron en cuanto me recuperé y se mencionaba muy de vez en cuando y solo en broma. Pero sí recuerdo el viejo caballo que, encanecido, pasaba sus últimos días en el establo; el mismo caballo que había cargado mi cuna y me «había salvado» de morir. Tenía unos ojos inusuales, multicolores, y mi abuela decía que con un ojo miraba hacia el día y con el otro hacia la noche. Luego también me olvidé del caballo.

   Éramos niños y había guerra. No íbamos a la iglesia, en la escuela nos enseñaban alemán, y en casa, a escondidas, ruso e inglés. En la Pascua de 1944, un gran despliegue aéreo de fuerzas norteamericanas sobrevoló la Belgrado ocupada. Estábamos alegres por los futuros huevos de Pascua, por la comida festiva en medio de la larga hambruna y por la proximidad de los aviones aliados, cuando de pronto las fuerzas aéreas, como si ellas también pusieran huevos, empezaron a soltar su carga de bombas que brillaban con el sol como la lluvia. Los aliados nos estaban matando. En nuestra Pascua, que no era la suya.

MIROLAD PAVIC - "Los espejos venenosos y otros relatos" - (2022)


Imágenes: Andrei Bobir

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