Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 23 de agosto de 2016

¡MENTIRA! (OTRA HISTORIA DE LA RADIO)






Primera mitad de los años 60. A las 2 nos sentábamos a almorzar: mi padre en una cabecera de la mesa; yo, a pesar de ser el más pequeño con diferencia, en la otra; en un lado, mi hermano mayor que yo 10 años y en el otro lado, mi hermana -11 años mayor que yo-, y mi madre.

Aunque ya se sabe, las madres pasan (o pasaban) más tiempo entre las hornillas que en la silla y, sin darnos cuenta, nadie sabía cómo, cuando estábamos terminando los postres de antes: siempre fruta del tiempo, no las pamplinas de ahora, ella ya lo tenía todo fregado y colocado. Todo un misterio...

Presidía la mesa del comedor una radio de las de antes. Colocada en alto, en una estantería a propósito y rodeada de los casi únicos libros que había en casa: una colección de la editorial Molino con las más selectas novelas de aventuras: Scaramouche, Rebelión a bordo, Ivanhoe, Príncipe y mendigo...

Bueno, pues mientras tomábamos el pescado en blanco o las lentejas con algún trozo de chorizo y morcilla, la radio, reina encumbrada de aquel comedor, emitía las noticias: el parte (se le seguía, se le sigue llamando así, con reminiscencias bélicas).

El locutor -siempre era varón, no como ahora-, iba desgranando su retahíla no recuerdo acerca de qué, pero imagino que de inauguraciones de pantanos, relaciones internacionales y otros asuntos políticos.




Ya se sabe el silencio que reinaba por entonces en cualquier casa española a la hora de almorzar:
-Niño, comiendo no se habla, no se canta, no se ríe...
Salvo alguna protesta por lo bajini de mi hermana, que siempre fue muy gourmet, o el sonido de alguna patada por debajo de la mesa entre mi hermano y yo, no se oía nada más que el ruidillo de los cubiertos y los platos y el runrún de mi madre de acá para allá. Y claro, el parte.

Ocurría de vez en cuando que mi padre, normalmente reservado y poco hablador, al terminar el relato de alguna noticia, soltaba con rabia contenida:
-¡Mentira!
Nadie añadía nada más, todos seguían a lo suyo, ni siquiera le miraban. Más bien, procuraban pasar más desapercibidos, intuyendo el enfado del cabeza de familia.

Ya digo, esto pasaba de vez en cuando, no todos los días; aunque en alguna rara ocasión se oyeran un par de esos ¡Mentira! durante el mismo parte.
Yo, sin entender, observaba y callaba con mis 5 ó 6 años de inocencia. Hasta que un día, al hacer una pausa el locutor, yo mismo, con toda mi fuerza pequeña e imitando el tono de mi padre, solté mi particular ¡Mentira!

Todos se miraron y guardaron silencio, y yo me quedé tan pancho. Creo que sólo me observó mi padre, y no demasiado. Incluso mi hermano, siempre tan bromista y dispuesto a picarme y hacerme rabiar, enmudeció y ni siquiera me miró.

No tengo -ni tenía entonces-, ni idea de lo que contenía la información. Lo que sí sé cierto es que, a partir de aquel día, mi padre jamás volvió a rubricar las palabras de aquel señor, emitidas desde Madrid para toda España, con su rotundo, denunciante y frustrado ¡Mentira!



Imágenes: Softyrider62
22/08/2016

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