Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 10 de marzo de 2013

"UN AMOR PEQUEÑO". Alejandro Gándara.

Editorial Anagrama,  2004. 321 págs.






Alejandro Gándara es un escritor lúcido e inteligente del que leo todo lo que cae en mis manos.
Esta es una novela narrada en primera persona por un protagonista entre cínico y descreído, entre chulesco y autodestructivo que se dedica al raro oficio de "liquidar" empresas, si bien antes había sido físico, escritor, traductor..., siempre en deuda consigo mismo.


Otro personaje que escapa (como ha ocurrido con los dos de mis últimas reseñas): del éxito, de su carrera, de sus familiares, de sus fantasmas, de sí mismo...

"Dejé las matemáticas porque me parecen una religión de gente temerosa de salir a la calle, pero a la que le gusta aterrorizar. Son beatos peligrosos. Cuando tienen poder, oyen voces en su cabeza. Y dejé de escribir porque es una profesión en la que alguien que se cree Dios escribe para otros a los que cree idiotas.
Ya ves que ambas cosas las dejé por motivos religiosos."



Cuando le ofrecen "liquidar" una empresa editorial en Coruña, se enfrenta a un difícil reto, por su carácter más emotivo que técnico: lo que parecía fácil se le va complicando por sus relaciones con los implicados, especialmente cuando se enamora de la hija del dueño, a la que dobla en edad.

Y así asistimos a la evolución de este amor, que no es tan pequeño como parece indicar el título.



"Mi opinión es que el amor y las montañas están señalizados con esos hitos que llevan a una cumbre desde la que por cierto dejan de verse. A traducir por un par de tetas, una cintura flexible, un mohín de los labios, una melodía en la voz, un cuerpo cimbreante, una compasión desconocida por las miserias del enamorado, una brigada de auxilio en momentos difíciles, una psicoterapia gratuita, dinero para garantizar el resto de tus días, un encoñamiento delirante, una capacidad de abstracción superior a la tuya, la sensación de que tú estás vacío y el otro lleno, la necesidad de reconocimiento, la necesidad a secas de no se sabe qué, la necesidad a secas, y claro-claro-claro la producción de dolor, que te hagan daño, tanto, que no puedas vivir sin él, que respires tantos cristales puntiagudos que si te los quitan el aire no sepa a nada, al extremo de dar la vida por uno de esos cristalitos con su pedacito extra de herida, por un estertor que dure otro segundo, por favor."



Los protagonistas de las novelas de Gándara tienen mucho de perdedores, de ensimismados en sus círculos de genialidad abstraída; de autosuficientes, hasta que les ocurre algo que les da un vuelco a sus cuerpos, a sus almas, que cambia el latido de sus razones y de sus corazones. Desarraigados a los que se les coge cariño a pesar de su pasotismo cínico.

Además encontramos en "Un amor pequeño" una amplia galería de personajes secundarios muy bien dibujados: con entidad, con empaque.

Lo que menos me gustó: las demasiadas idas y venidas del protagonista entre Madrid y Coruña y viceversa; y también un poco, el lenguaje y algunas vicisitudes técnicas del extraño oficio del protagonista: "liquidador" de empresas en crisis (muy actual, ¿no?).



De todas formas, esta es una de esas novelas de las que uno no se olvida fácilmente: por la fuerza de sus personajes, por sus diálogos, por sus descripciones, por lo bien escrita que está.

Algunas citas extraídas del libro:

"A veces una simple caricia vale más que todo el amor del mundo, por la sencilla razón de que no hay nadie para darla."

"Me acerqué y me quedé al borde de su piel, ese milímetro en el que se abren las comunicaciones, los iones de los pensamientos y de los sentimientos empiezan a viajar de un lado a otro y nadie toca. Luego, me abracé a ella y hundí la cara en su cuello para contemplar desde lo más profundo de su piel aquella ría, aquel puerto y aquel cielo. 
Pensé: aquí podría quedarme. Nunca había pensado en quedarme en sitios, había pensado en no moverme hacia ninguno. Abrazado a su espalda, no había más viajes."

"La figura clara y larga, los grandes, grandes ojos que eran lo único que querría ver en el adiós a este mundo, que hacían daño sólo con pensar en ellos, no digamos si además me miraban, imaginando su tacto y aquella miel adherida para siempre a las paredes de los nervios, de los capilares, de los poros. La alcancé casi sin aliento y supe lo que era sentirse morir sin que tuviera nada que ver con la muerte, cómo una mitad del amor que lo daría todo por vivir se está asomando al borde de una fosa."



"De puro amor no se necesitaría al otro para nada, la soledad sería el momento culminante de la pasión y el olvido una prueba irrefutable de lo bien que marchaban las cosas."


Todas las imágenes son de Joana Pimentel,
autora también de la foto de  
la portada de esta novela.

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