Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 6 de diciembre de 2025

PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ

  


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR - "Historias de cronopios y de famas" - (1962)


Imágenes: Guido Zimmerman

jueves, 4 de diciembre de 2025

LUEGO FUE QUE ME MORÍ

 



Luego fue que me morí. No sé cómo. Yo estaba ahí, afuera de la casa, sentada en el camino, y se apagó todo. Después me levanté y vi el cuerpo mío ahí tirado en la tierra y a los hermanos míos zarandeándome pa que despertara y a mi mamá corriendo a buscar a don Diego, que era un paisa que curaba a la gente de por ahí, sobre todo de mordidas de mapaná. Y pensé que era un fantasma porque yo estaba pero no me veía, veía en cambio todo lo demás. Mientras me cargaban mis hermanos pa dentro de la casa, veía los colores de sus pasos en la tierra y el movimiento de la sangre en sus brazos y veía el viento como si fuera agua y el mar como si fuera el cielo por la noche lleno de cosas vivas. Todo estaba lleno de cosas vivas que yo sentía y reconocía. Y entramos a la pieza mis hermanos y yo detrás de ellos sin que me vieran y mi cuerpo sobre el catre de madera todo desmadejado, todo muerto y yo sin saber qué hacer, pa donde coger. Podía oír cómo el pelo les crecía en la cabeza y sentía el temblor de sus llantos como olas sobre mí.



 Vi a mi mamá volver con don Diego, que intentó todo lo que sabía, todo lo que se le ocurría, pero nada me despertó. Nada, porque yo estaba muerta, de verdad y para siempre. Entonces salí de la casa y caminé por el caserío para comprobar si era cierto que nadie me podía ver. Todo era tan distinto que alcancé a sentir que los poderes me calentaban las manos, que como el cuerpo mío ya no estaba, yo podía ser muchas otras cosas y meterme y salirme de lo que quisiera y ser palmera o babilla o pescao o cangrejo o arena o lodo o madero que flota en el agua o agua. Podía ser mi mamá y entrar en ella y verla por dentro y moverle los músculos, los ojos. Pasé en esas como cinco horas, entendiendo todo, como si la muerte me hubiera abierto los ojos a lo que hay de verdad en el mundo aunque no lo veamos porque no somos capaces. Pero luego comprendí que era una visita no más, que no me tocaba morirme después de todo, que me morí solamente un rato para aprender unos asuntos que me faltaban, pero que tenía que vivir otro tiempo. Y volví a la casa donde ya me estaban velando y mi mamá lloraba sobre mi cuerpo, que tenía puesto el mejor vestido, el del matrimonio de mi mamá, que ella guardaba en una caja con naftalina pa que no se lo comieran las polillas y la humedad y aun así tenía ya huequitos de los bichos.



  Y vi en el vestido el amor de mi mamá por mi papá, vi el pasado que había estado reposando en esa caja con naftalina tantos años, vi el nacimiento de todos mis hermanos como si el tiempo fuera una tela que se desdoblaba delante mío. Vi que todo lo que va a ser ya fue. Y que todo lo que ya fue está siendo siempre. Luego me acosté sobre el cuerpo mío, que se sentía duro y helado, y me acomodé muy bien, hasta quedar perfectamente metida dentro de mí misma, y después me moví toda por dentro, la sangre en las venas, las fibras de los músculos, las junturas de los huesos, moví cada órgano dándole un masaje, moví mis intestinos y los dedos de las manos y los pies y finalmente me pude despertar en la vida de los vivos y abrir los párpados para que los que me lloraban vieran mis ojos negros de nuevo y supieran que ya no había que llorar ni hacer velorio ni comprar un cajón.

LINA MARÍA PARRA OCHOA - "La mano que cura" - (2023)


Imágenes: Felicia Chiao

martes, 2 de diciembre de 2025

HERMOSA VIUDA: EL ESTADO



 ¿Los mejores años de la vida de Bassepin? ¡La guerra! Vender tan caro como podía lo que compraba lejos por cuatro perras. Llenarse los bolsillos, trabajar día y noche, endosar a los oficiales de intendencia lo necesario y lo superfluo, recuperar, en ocasiones, lo que había vendido a los regimientos que se marchaban para vendérselo a los que llegaban, y así sucesivamente. Un caso digno de estudio. El comercio hecho hombre.

   La posguerra tampoco fue demasiado ingrata con él. Enseguida se percató del frenesí municipal por honrar a los caídos. Amplió el negocio y vendió héroes de bronce y toneladas de gallos galos. Los alcaldes del Gran Este le arrancaban de las manos sus estáticos guerreros, bandera al viento y fusil en ristre, que Bassepin encargaba a un pintor tuberculoso «galardonado en numerosas exposiciones». Los tenía para todos los gustos y todos los bolsillos: veintitrés modelos en catálogo, con opción a pedestal de mármol y letras de oro, obeliscos, niños de cinc tendiendo coronas de flores a los vencedores y alegorías de Francia como joven diosa consoladora con los pechos al aire. Bassepin vendía memoria y recuerdo. Los ayuntamientos saldaban su deuda con los caídos de forma bien visible y duradera, con monumentos rodeados de tilos y gravilla, ante los cuales, cada 11 de noviembre, una ardorosa fanfarria tocaría los aires marciales de la victoria y los patéticos del dolor, mientras que de noche los perros callejeros se meaban por todas partes y las palomas añadían sus inmundas condecoraciones a las concedidas por los hombres.



   Bassepin tenía una enorme barriga en forma de pera, un gorro de piel de topo que no se quitaba ni a sol ni a sombra, un sempiterno palo de regaliz en la boca y los dientes muy negros. Cincuentón y solterón, no se le conocía ninguna aventura. El dinero que ganaba se lo guardaba; no se lo bebía ni se lo jugaba, y tampoco se lo gastaba en los burdeles de V. No tenía vicios. Ni lujos. Ni caprichos. Sólo la obsesión de comprar y vender, de amontonar el oro porque sí, por amontonarlo. Como ésos que llenan el granero de heno hasta el techo, cuando lo cierto es que no tienen animales. Pero, después de todo, estaba en su derecho. Murió de septicemia, en el treinta y uno, hecho un Creso. Es increíble que una heridilla de nada pueda complicarte la vida de ese modo, e incluso abreviarla. En su caso, fue un corte en un pie, apenas un arañazo. Cinco días después estaba tieso como la mojama y completamente azul, lívido de pies a cabeza. Parecía un salvaje africano cubierto de pintura, pero sin el pelo crespo ni la lanza. Y sin heredero. Sin nadie que derramara una lágrima por él. Y no es que la gente lo odiara, no. Ni mucho menos; pero un hombre al que sólo le interesaba el dinero y que jamás miraba a nadie no merecía que lo compadecieran. Había tenido todo lo que deseaba. No todo el mundo puede decir lo mismo. Quizá la razón de su vida fue ésa: venir al mundo para coleccionar monedas. En el fondo, es una idiotez como cualquier otra. Le fue de gran provecho. Tras su muerte, todo el dinero fue a parar al Estado. Hermosa viuda, el Estado: siempre está alegre y nunca guarda luto.

PHILIPPE CLAUDEL - "Almas grises" - (2003)


Imágenes: Gideon Kiefer

domingo, 30 de noviembre de 2025

DECIDIÓ QUE EL ASUNTO DEL PAPELEO PODÍA SIMPLIFICARSE MUCHO

 


A modo de advertencia, Beni me contó la historia del funcionario al que expedientaron por incumplir trámites. Aquel funcionario, al parecer, decidió que el asunto del papeleo podía simplificarse mucho. Le llegaban solicitudes de ayudas y no se paraba a comprobar que estuviera toda la documentación. Se comunicaba con los solicitantes por teléfono, en vez de por escrito, para asegurarse de esto o de aquello, pero ¿acaso son formas?, preguntó Beni. No, no lo eran, porque así no quedaba constancia de la gestión. El tipo expedientado consideraba que una fotocopia compulsada del libro de familia era cosa del siglo pasado, y no la pedía. Un certificado de empadronamiento, tampoco, y así se le colaban quienes no debían. Si todos los campos del formulario no se habían rellenado, no le preocupaba, él deducía lo que faltaba. La intención era buena, pero ¡ni que fuera Dios para otorgarse tanto poder! Despachaba los trámites en la mitad de tiempo que sus compañeros, incluso en menos tiempo. Pim, pam, pum, ayuda concedida. Las estadísticas saltaron, le preguntaron cómo podía ser aquello. Hubo una especie de investigación, incluso un interrogatorio —un requerimiento, lo llamó Beni—, se abrió plazo de alegaciones. El tipo era un activista, cosa que Beni aclaró que le parecía muy bien, pero no son maneras.

 


Alegó que actuaba por justicia social, las personas que esperaban las ayudas las necesitaban ya, si su modus operandi ocasionaba algún error —que se le concediera una ayuda a quien no la merecía— era de menor calibre que el error de no dársela a quien la requería con urgencia. ¿A ti cómo te suena ese argumento?, me preguntó Beni, ¿te parece razonable? Pero no me dio margen para responder, lo hizo ella por mí: te suena bien, claro. Pero piensa, ¿consideró aquel funcionario el agravio comparativo que causaba? Los solicitantes de otros distritos cuyas solicitudes llegaban a otros funcionarios de otros centros de trabajo, funcionarios que sí cumplían los pasos sin cuestionarlos, o cuestionándolos pero obedeciendo como es su deber, podían acusarle de trato desigual. Ante este argumento, el del agravio comparativo, el tipo tuvo que plegarse y acatar la sanción del expediente disciplinario. Te lo comento para que veas que todo es mucho más complejo de lo que parece, dijo Beni. Ella estaba a favor de la lucha contra los excesos burocráticos, pero tenía que ser una lucha colectiva, consensuada, aprobada por todas las partes implicadas, segura y bien diseñada. Una lucha burocrática, pensé yo.

SARA MESA - "Oposición" - (2025)


Imágenes: Léonore Chastagner

viernes, 28 de noviembre de 2025

EL AMOR ES UN CIRCUITO CERRADO

 


No es de extrañar que lo primero que atrajo mi interés —hasta el punto de no fijarme en casi nada más de aquellos papeles— fueran las cartas de sus amores pasados, más o menos relevantes, los retratos de carboncillo, las fotografías, las entradas de diario que detallaban las idas y venidas de aquellos cortejos. Las leí con tantísima atención que no podía ni mirarme al espejo al lavarme los dientes aquellas noches de lo zafia que era aquella invasión de su intimidad. Justifiqué mi comportamiento creyendo que la versión más interesante de una mujer surge cuando está embelesada, pero no es verdad. El amor es un circuito cerrado. Nada hace que una persona sea más incomprensible para el resto del mundo que el hecho de estar enamorada.

  Satisfecha e insatisfecha, pasé a las cosas que eran pertinentes para su obra y su impacto —páginas manuscritas, libretas, planos, los recuerdos de los años de Bowie, fotografías de rodaje de El juego del coma. X decía que odiaba la veneración que despertaban sus obras más populares; una queja frecuente: produce un par de canciones con una estrella del pop y te perseguirán toda la vida. Sin embargo, la ironía es que, si alguien hubiese estado al corriente de sus orígenes sureños, su cercanía con el mundo de la fama habría dejado de importar.

  Aclamada por lo que no correspondía; su constante e irresoluble queja.



  En la inauguración de su retrospectiva en el MoMA de 1994 estaba tan molesta con las felicitaciones —Si estáis asistiendo a mi funeral, ¿por qué me andáis felicitando?— que hizo que nos fuéramos pronto. Su ingratitud me avergonzaba. Había muchas personas del museo que habían trabajado un sinfín de horas en la instalación y en organizar la fiesta, ambas tan elegantes como respetuosas, pero sabía que era mejor callarme. Panda de imbéciles, farfullé, dándole la razón, mientras un taxi se nos llevaba de allí.

  A menudo me preguntaba cómo habían gestionado sus anteriores novias y esposas ese carácter que le salía cada dos por tres; si acaso habían ideado una estrategia viable para calmarla y desviar su foco de atención. En mis momentos de mayor desesperación, me imaginé buscándolas, quizá incluso llamando a su primera mujer, para pedirles consejo, cosa que, por supuesto, jamás hice. Cuando ya estaba investigando, me costó organizar entrevistas con cualquier persona con la que hubiera tenido alguna relación sentimental, por miedo a encontrar rastros de X en aquellos cuerpos; la manera en la que fumaban, ciertos giros a la hora de hablar, un gesto, una joya, una cicatriz.

  La persona con la que tenía más ganas de hablar —Connie Converse— llevaba tiempo muerta; lo único que había dejado eran sus canciones, acongojados lamentos que poco me dicen de ella, además de sus memorias, inconclusas, que no revelan mucho más. Parece que ella y X mantenían un forcejeo continuo, incierto; sin estar nunca seguras de si la otra era la cura o la causa de sus males.

CATHERINE LACEY - "Biografía de X" - (2023)


Imágenes: Helen Green

miércoles, 26 de noviembre de 2025

LA JUZGAN ESCASAMENTE POR EL ANCHO DE UNA MANO



Además en la elección de las esposas y de los maridos observan solemne y estrictamente una costumbre que nos pareció muy grotesca y extravagante. Pues una grave y respetable matrona enseña la mujer, sea doncella o viuda, desnuda al pretendiente. E igualmente un varón prudente y discreto exhibe al pretendiente desnudo ante la mujer. Y nosotros nos reíamos de esta costumbre y la desaprobábamos como ridícula. Pero ellos por otra parte se maravillan grandemente de la locura de otras naciones que cuando compran un potro donde está en juego un poco de dinero son tan escrupulosos y circunspectos que aunque esté casi completamente desguarnecido no lo comprarán a menos que se le quite la silla y todos los arreos no fuera que bajo estas cubiertas se escondiera alguna matadura o llaga, y sin embargo al escoger esposa que después será para ellos placer o desagrado durante toda la vida son tan negligentes que, como todo el resto del cuerpo de la mujer está cubierto de ropa, la juzgan escasamente por el ancho de una mano (pues no pueden ver más que su cara) y así la unen a ellos no sin gran riesgo de estar en desacuerdo si después ocurriera que algo en su cuerpo les molesta o desagrada.



  Pues no todos los hombres son tan sabios que tengan consideración para las cualidades morales del cónyuge. Y las prendas corporales hacen que las virtudes espirituales sean más estimadas y consideradas y eso incluso en los matrimonios de los hombres sabios. Verdaderamente puede esconderse tan repugnante deformidad bajo estos ropajes que puede alejar y apartar por completo de su esposa la mente del marido cuando no será legal que sus cuerpos se separen otra vez. Si tal deformidad se da por algún azar después que el matrimonio se haya consumado y llevado a cabo, bueno, no hay más remedio que la paciencia. Cada hombre ha de cargar con su suerte tal como viene. Pero estaría bien que se hiciera una ley por la cual todas estas decepciones pudieran ser esquivadas y evitadas de antemano.

TOMÁS MORO - "Utopía" - (1516. Ed. 2016)


Imágenes: Suzanne Jongmans

lunes, 24 de noviembre de 2025

EN SU VIDA, TODOS LOS DÍAS ERAN NAVIDAD



 Mi madre parecía aliviada cuando he llevado la conversación hacia el tema sobre el que ha girado toda su vida desde que tengo memoria: los niños. Sus alumnos del colegio, sus propias hijas y todos los niños del mundo. En su vida, todos los días eran Navidad, he afirmado, porque, cada vez que nacía una criatura, ella se lo tomaba como una nueva oportunidad para hacer del mundo un lugar mejor. De hecho, ella sostenía —cosa que ha admitido al mencionarlo yo— que tan solo con que aprovecháramos aquella oportunidad una y otra vez, siempre que se presentara, poco a poco iríamos percibiendo cambios en silencio, de forma gradual. Guerras, violencia, abusos de poder, corrupción, todo se vería reducido, y entonces podrían resolverse más fácilmente otros problemas como el hambre, la enfermedad, la pobreza y, en definitiva, cualquier cosa. Esa ha sido siempre su postura. Pienso que el motivo se halla en su propia infancia y su época escolar, y creo que habla realmente en serio cuando afirma que los niños a los que no se les hiere durante ese período contribuirán a construir un mundo mejor.



  Le he preguntado si veía realmente el mundo de ese modo, si la cosa era tan simple, y ella lo creía de veras. Simple, sí, ha dicho, pero no sencillo. Tampoco consistía en dejar que predominara un estado de naturaleza, ha insistido. No se trataba de eso. A los niños había que ayudarlos y guiarlos a lo largo de su camino.

  En ese punto la he interrumpido, pues ya conozco su opinión acerca de los ingredientes necesarios para la crianza y la etapa escolar de los niños. Cosas como que deben estudiar varios idiomas y cultivar un huerto, o las canciones y la música, y la idea de que hay que acompañarlos durante toda la niñez para que la superen indemnes e intactos, pero, a la vez, experimentados y curtidos. Siempre con sumo cuidado, como si fueran plantas, solía decir ella, pero, antes de que empezase a hablar, le he dicho que su argumentación me hacía pensar en una cierta mecánica, aunque una mecánica tierna, por supuesto, una especie de mecánica redentora, mediante la cual los niños salvarían el mundo. Una simple mecánica navideña, la he llamado ahora, a pesar de que sabía que no le agradaba que describiéramos su modo de pensar como una mecánica.

SOLVEJ BALLE - "El volumen del tiempo II" - (2025)


Imágenes: Phoebe Wahl & Andrea Love