Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 20 de diciembre de 2025

LA BIBLIOMULA DE CÓRDOBA



 Abderramán III: A su muerte, entre sus papeles apareció un documento en el que había anotado los días que había sido feliz en su vida. Había contabilizado catorce.

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Alhakén II (carta testamentaria a su hijo Hisham): 

"No hagas la guerra sin necesidad. Mantén la paz, por tu bienestar y el de tu pueblo. Nunca saques la espada, salvo contra los que cometen injusticias.

¿Qué placer hay en invadir y saquear naciones y llevar el pillaje y la destrucción hasta los confines de la tierra? No te dejes deslumbrar por la vanidad: que la justicia sea siempre como un lago en calma".

WILFRID LUPANO & LÉONARD CHEMINEAU - "La bibliomula de Córdoba" - (2021)


Imágenes: Léonard Chemineau

jueves, 18 de diciembre de 2025

MI MADRE ES DIVINA Y SUICIDA



 Mi madre es divina y suicida, como las mujeres norteamericanas de los años cincuenta que se cansaban de sus maridos y metían la cabeza en el horno en el que iban a hacer la tarta de cumpleaños. O que se atiborraban de barbitúricos. Ya no se pueden conseguir los barbitúricos debido al brutal número de suicidios que los pusieron de moda. Pienso mucho en esas mujeres: no querían casarse, y se casaron; no querían tener hijos, y los tuvieron; no querían jabón para abrillantar suelos, y lo terminaron comprando. Mi madre no soporta ese desfase entre lo que quiso y lo que tuvo. Supongo que en eso nos parecemos. Yo no quería una madre como ella, y es todo lo que tengo.

   Lo que tuvo mi madre fue un conflicto demasiado pronto. Se quedó embarazada a los dieciséis. Y a los ocho meses quiso tirarse por un puente. Ahí estábamos: ella y yo dentro de ella. Con los coches pasando por debajo. Durante un segundo las dos estuvimos muertas. Soltó una de las manos y se inclinó hacia delante. Ahí estuvimos muertas. Algo instintivo y mamífero la hizo balancearse hacia atrás y fue cuando empezamos a estar vivas. «Me diste una patada», me contó mucho después, «y pensé que era mi corazón que había vuelto a latir. Pero ya ves, solo eras tú».

   No deja de resultarme fascinante que nuestra relación se iniciara antes de que yo naciera. Ya en ese puente las dos gestamos nuestros roles. El ratón y el gato. El coyote y el correcaminos. He tenido que darle muchas patadas después para que respirara, para que vomitara, para que abriera los ojos y me diera de comer.

   Ahora las patadas son cada vez más suaves: una llamada a la clínica para desearle buenas noches, un par de visitas a la semana. A veces, una caja de bombones. Algo de ropa nueva. Unos pendientes que puedan pasar el control, carísimos pero diminutos, con los que ni un bebé pueda atragantarse.

IRENE CUEVAS - "Un momento de ternura y de piedad" - (2024)


Imágenes: May Parlar 

lunes, 15 de diciembre de 2025

LA MALDAD OYÉNDOSE COMO UN SILBIDO

 



Por aquellos días un canal de televisión por cable se había dedicado a transmitir, sin interrupciones, las tediosas jornadas de la Comisión donde se escuchaban los testimonios de las víctimas.

   Desde campesinos analfabetos hasta viudas, todos de pie frente a un estrado desde el cual media docena de intelectuales escuchaban atentamente y, a veces, tomaban notas.

   ¿Qué gesto convincente podían poner ellos ante las cámaras que les hacían acercamientos?

   Indignación, horror, incredulidad.

   Curiosidad, sin duda; también curiosidad.

   Y asombro.

   Los detalles abundaban. Algunos testigos incluso ensayaban algo de mímica. Cortaban cuellos con un afilado dedo silbando en el aire. Rastrillaban fusiles imaginarios.

   Había lágrimas.

   El miedo, el crimen.

   Mónica me advirtió que me estaba enajenando.

   Me pasaba horas mirando las declaraciones por televisión. Reconozco que al principio lo hacía por morbo.



   La campaña de mi diario en defensa de la Comisión me permitió darle un conveniente giro laboral a mi curiosidad.

   Finalmente, entendí que mi obsesión iba por otro lado. No podía despegarme del espectáculo aquel del descubrimiento de la naturaleza humana.

   Era un striptease.

   En cada testimonio percibía el funcionamiento de un artefacto humano, el alambicado armazón de la maldad, instalado entre aquellas anécdotas y expuesto ante nuestros ojos.

   La maldad oyéndose como un silbido junto a la respiración de todos los que formábamos parte de esta historia; todos, incluyendo los simples observadores como yo.

   O más aún: el espectáculo era sobre todo para nosotros.

   Estaba convencido de ello.

   En las declaraciones a los diarios resultaba obvio que al presidente de la Comisión, un filósofo y rector universitario, le preocupaba el tema de la Verdad.

   A mí el tema que me atraía era el del Mal.

   Es decir: ¿es esto el ser humano?

   Alcancé a preguntarle eso mismo a Mónica un día en que se sentó a mi lado para compartir el televisor.

   ¿Es esto el ser humano, Mónica?

IVÁN THAYS - "Un lugar llamado Oreja de perro" - (2008)


Imágenes: Ana Flores

viernes, 12 de diciembre de 2025

MANTENER LAS ILUSIONES A RAYA

 



Fue el profesor Black quien me llamó para comunicarme que habías desaparecido. Sí, el famoso profesor del cual tú nos hablabas cuando aún nos escribías. Me contó que hacía tres semanas que no llegabas a hacer tus clases. Pensó que se trataba de uno de tus blues, esos que cada cierto tiempo te arrojaban a la cama y a las series policiales. Les preguntó por ti a tus amigos, a tus colegas y a los miembros de tu séquito, pero nadie te había visto. Por eso le pidió a uno de sus estudiantes que fuera a tu departamento. Después de tocar el timbre un buen rato, el chico habló con el conserje, a quien por suerte tú le habías dejado una llave. Raro en ti, aquel acto de confianza en el prójimo. Entraron, y un olor nauseabundo los golpeó. En la cocina encontraron una bolsa de basura destripada cuyo contenido yacía desparramado en el suelo. Pescado podrido, alimentos cuyos hongos habían hecho desaparecer su identidad, cajas de leche vacías, trozos de vidrio, facturas y otros papeles de índole incierta. Notaron que la ventana de la cocina estaba abierta, por lo que dedujeron que los destrozos debían ser obra de un gato. El resto de tu departamento tenía la pulcritud y el desamparo de un desalojo. No había ningún libro abierto, ni una taza de café sobre la mesa, ni una escobilla de dientes en el baño, ni una flor muerta en el florero de la sala. Los clósets y cajones estaban prácticamente vacíos. Limpiaron la cocina, sacaron la basura, y el estudiante llamó al profesor Black.



   Yo había visto hacía unos días una película en la que una concertista de piano retirada decide vivir dentro de una furgoneta maloliente aparcada en una calle de Londres por el resto de sus días. Te imaginé en la esquina de un andén del subway, acurrucada dentro de una caja de cartón, los ojos sucios, mientras el tumulto de las cinco de la tarde te atravesaba sin verte. Pero esa no eras tú. No, señora. Este debía ser otro de tus juegos, uno de esos con que divertías a tu corte. Y esta vez yo lo iba a jugar contigo. Desde el instante en que escuché al profesor Black, supe que saldría en tu busca.



   Llamé al editor cultural del periódico donde trabajaba y le dije que le enviaría la reseña de esa semana con unos días de retraso. Era una novela cuyo deprimido protagonista vagaba fumando y bebiendo en los bares de un pueblo perdido en un país sin nombre, intentando tirarse en su «desgracia» a cuanta mujer huérfana de amores encontrara. Me estaba sacando de quicio y ya había incubado los argumentos para destruirla. Juan, el editor cultural, me soltó una perorata que no recuerdo, porque mientras él hablaba yo ya estaba comprando el pasaje a Nueva York en mi computadora, al tiempo que hacía una anotación mental en mi libreta de tareas: Mantener las ilusiones a raya.

CARLA GUELFENBEIN -  "Mi vida robada" - (2024)


Imágenes: Hinke Schreuders

miércoles, 10 de diciembre de 2025

DIOS, Y SOLO DIOS, TENÍA EL PODER DE CREAR UN MUNDO



 Originario del sureste de Escocia, John Lorimer había viajado a América con su familia a la edad de once años. Habían montado una granja en una tierra sin colonizar, cuyo nombre Håkan no logró retener. El señor Lorimer quería que John se ordenara sacerdote, y le hacía recitar de memoria libros enteros de la Biblia y componer sermones biográficos, que profería ante los miembros de su familia cada domingo, antes del amanecer. Sin embargo, John, amante de la vida salvaje en todas sus formas, prefería las cuestiones terrenales a las celestiales. En un matorral cercano, el niño construyó una suerte de ciudad (fosos, baluartes, calles, establos) y la pobló de escarabajos, ranas y lagartos. Cada noche cubría la estructura amurallada y cada mañana la volvía a inspeccionar, tomando nota de qué criaturas habían desaparecido o perecido, de cuáles se habían trasladado de un compartimento a otro, de cuáles eran más temidas por las demás y de otros asuntos similares.



 Trabajó incansablemente en su ciudad de animales hasta que su padre, sospechoso de sus largas ausencias, lo siguió al matorral, derribó la estructura a patadas, pisoteó a sus habitantes y azotó a su hijo con una rama de un árbol cercano. Era —recordaba la rama claramente, y más adelante había aprendido su nombre— un abedul amarillo. Mientras le asestaba un latigazo tras otro, su padre le susurró que debía expiar su orgullo blasfemo; Dios, y solo Dios, tenía el poder de crear un mundo; cualquier intento de imitarlo suponía un arrogante insulto a Su labor. Pocos años después, John fue enviado a la universidad para estudiar teología, pero pronto la botánica y la zoología (disciplinas que al principio dejaron perplejo a Håkan) desplazaron a los estudios religiosos.



 No tardó mucho tiempo en viajar a Holanda para convertirse en alumno de uno de los principales botánicos de Europa, Carl Ludwig Blume; aquel nombre se quedaría grabado en la memoria de Håkan, pues le parecería graciosamente apropiado para su profesión
[1]. Una vez concluidos sus estudios, John regresó a América con la intención de clasificar especies del oeste que nunca antes habían sido descritas ni bautizadas. Pero, durante el transcurso de sus investigaciones, ideó una nueva teoría; y decía que, si su padre hubiera vivido para escucharla, no lo habría azotado con una rama de abedul, sino que directamente lo habría aplastado bajo una viga de roble. A lo largo de las siguientes semanas, en un sueco entrecortado, y con la ayuda de los especímenes de los tarros, de los nuevos animales que atrapaban por el camino y de las antiguas criaturas que hallaban cristalizadas en las rocas, Lorimer le explicó su teoría a su nuevo amigo, que casi siempre permanecía callado pero que claramente estaba desconcertado. Su propósito, decía el naturalista, era el de retroceder en el tiempo y revelar el origen del hombre.

[1] Debido a la similitud fonética del apellido Blume y la palabra sueca blomma: «flor»

HERNÁN DÍAZ - "A lo lejos" - (2017)


Imágenes: Mark Brooks

lunes, 8 de diciembre de 2025

INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ



Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

   ¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

JULIO CORTÁZAR - "Historias de cronopios y de famas" - (1962)


Imágenes: Mike Howat

sábado, 6 de diciembre de 2025

PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ

  


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR - "Historias de cronopios y de famas" - (1962)


Imágenes: Guido Zimmerman