Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 17 de noviembre de 2025

QUÉ ASCO ME DAN LOS PALETOS DE OKLAHOMA



 La pelea empezó en una taberna llamada All Star, en las afueras de Sacramento, cuando un joven llamado James Sutter se inclinó sobre la barra y dijo, así como quien no quiere la cosa, como si no estuviese hablando con nadie en concreto:

   —Joder, qué asco me dan los paletos de Oklahoma.

   Y, a modo de respuesta, un joven llamado Frankie Bergara se acercó el puño a la barbilla y apuntó en dirección a la puerta con la cabeza, un gesto que decía: «¡Sal fuera!». Sutter, por su parte, levantó el puño y se rozó la barbilla con un nudillo. (A las chicas les encantaba la barbilla de Sutter, cuadrada y con un hoyuelo en el centro. De eso no había duda. Les encantaba la autoridad de sus movimientos, su forma de irrumpir en la taberna con esas botas tan caras. Admiraban su soltura, el modo en que sus atavíos de vaquero, hechos a medida, descansaban sobre sus fuertes hombros). Bergara era bajito y fortachón, tenía hombros robustos y redondeados, una pelambrera rizada, y el rostro ancho y curtido por el sol. Cojeaba un pelín, como si las piernas se le arquearan alrededor de una silla de montar imaginaria. Sus pesados brazos se mecían a sus anchas a ambos lados del cuerpo mientras se dirigía a la parte de atrás entre olores a serrín y pastillas desinfectantes para urinarios.



  Tras abrir la puerta trasera de una patada —consciente de las botas baratas de imitación que había heredado de su hermano mayor—, y salir al aire cálido de fuera, tomó conciencia también de otra herencia, más profunda, que se remontaba a las incontables peleas que había tenido con Cal, en el granero, hasta que a los dos les daba la risa y entonces su hermano lo soltaba, se ponía de pie y le daba algunos consejos técnicos sobre el combate cuerpo a cuerpo, y al final siempre decía:

   —Que no se te olvide, chaval. Si ves que no puedes con tu adversario limpiamente, tienes que pillarlo a traición o como sea, porque perder no vale de nada, hay que ganar siempre.

   Entretanto, Sutter salió por la puerta principal —y varios espectadores con él, la mayoría amigos— andando con aire chulesco, impaciente. La persona que le había enseñado a pelear había sido el encargado de mantenimiento de la familia, Rodney, un tirillas que iba siempre vestido con monos y que a la primera de cambio soltaba la llave inglesa, el rastrillo o la brocha y se ponía a darle consejos:

   —Baja el hombro, redondea la espalda y lanza el puño; vuelve lo más rápido que puedas, concentra el peso en el arco del pie. Siempre que seas consciente de tus pies (incluso si no eres consciente de que eres consciente), siempre que los tengas en mente, ganarás.



   Rodney, que iba de aquí para allá arreglando cosas por la casa, podando setos, taciturno y silencioso, había peleado en el torneo Golden Gloves de Chicago antes de mudarse al oeste. Cuando hablaba de peleas, sus palabras adquirían una cualidad profética. Durante los escasos segundos que necesitó Sutter para ir a la parte de atrás del edificio, donde Bergara lo estaba esperando, solo, bajo la luz de una única farola, rotando los hombros, durante esos escasos segundos tuvo la certera sensación de que llamar a Bergara «paleto de Oklahoma» había sido una broma de mal gusto. La familia de Sutter tenía raíces en Oklahoma. Su bisabuelo era originario de Tulsa. Pero esta verdad —así lo sintió mientras hacía rotar sus propios hombros— había sido enterrada bajo una reciente racha de buena suerte. Se había propuesto seguir los pasos de su padre e ir a Yale en otoño. De todas formas, Bergara era más bien vasco, o algo así, una mezcla de sangres que le hacía tener el pelo rizado, los hombros anchos y un pecho macizo.

DAVID MEANS - "Instrucciones para un funeral" - (2019)


Imágenes: Carlos Javier Ortiz

sábado, 15 de noviembre de 2025

EL MAR HA VENIDO A NORA Y LE HA PUESTO DENTRO UN BEBÉ

 



A la luz gris de la cocina, el tío me pone una mano en la cabeza.

   —No estés triste por Dinah —me dice—. Eso es ya pasado.

   Alice se ríe de algo que le ha dicho Nora entre dientes con su voz profunda. Son vocales extrañas que vienen de lejos. Tienen las mejillas sonrojadas. Cuando el tío las mira se ponen serias, la luz les parpadea en los ojos oscuros. Él les dedica una sonrisa. En los últimos meses, Nora ha engordado mucho. El estómago le sobresale como una roca. A veces se lo sujeta como si le gustara o como si le doliera. El mar ha venido a Nora y le ha puesto dentro un bebé.

   Bajamos la vista y nos cogemos de la mano.

   —A Él damos las gracias —dice el tío—. Que pronto se enrosque en torno al mundo.

   Nora sirve gachas y miel. Cinco bocados. Comemos como las serpientes, poco y rara vez. El hambre nos acerca a Él.

   Cuando el tío se acaba las gachas, Nora le trae panceta y champiñones. Su aroma impregna el aire, denso y salado, y se me hace la boca agua. Me pregunto si la carne sabe como huele, a consuelo y dolor a la vez.



   Alice y Nora están hablando del circo. Han oído hablar de él en el mercado. El circo de Orde llega a Loyal algunos años, de paso hacia el sur, hacia Inglaterra. Acampan al pie de Ardentinny.

   —Un quiromántico —dice Nora—. ¡Una mujer barbuda! ¡Una adivina!

   —¿Qué es una adivina? —pregunto. Me gusta la palabra—. Adivina, adivina, adivina.

   —Para ya —me dice Nora—. Es una persona impura que finge tener el poder del ojo y lo vende por dinero.

   —Eres muy joven y no recuerdas la última vez que pasaron por Loyal —dice Alice—. Tienen elefantes, pobrecitos, y les ponen abrigos como a esos perritos bobos de las viejas de Edimburgo…

   Nora le lanza una mirada de advertencia y Alice se pone roja y se tapa la mano con la boca.

   —Perdóname —dice al tío.

   —¿Cómo son de grandes los elefantes, tío? —me apresuro a preguntar—. ¿Son así de grandes? —Abro los brazos para hacerlo reír.

   —Mucho más grandes —responde con una sonrisa—. Venga, a vuestras tareas.



   Por supuesto, yo ya sé que el Loxodonta africana tiene una alzada de cinco metros, y el Elephas maximux, de tres metros.

   Hoy toca alimentar a Hércules. Hércules es labor para el tío, igual que los pollos lo son para mí, las ovejas para Abel, y Almiar, el poni, para Dinah, igual que Alice nos cura cuando nos caemos y Nora se encarga de las abejas. El tanque de Hércules está junto a la cocina. Cuando hace calor, el tío lo lleva al sol durante el día.

   El tío tiene en la mano una rana grande, brillante. Se le mueve la garganta. La deja caer en el tanque de Hércules y cierra la tapa.

   La rana mira a su alrededor y da un salto con sus patas fuertes. Hércules se desenrosca, se proyecta hacia delante. Atrapa a la rana en el aire entre sus mandíbulas. La rana sigue pateando. Hércules se disloca la mandíbula inferior y engulle a la rana. Me mira con los ojos rojos.

   «Cuando llegue mi día, estaré preparada», le prometo en silencio.

CATRIONA WARD - "La pequeña Eve" - (2018)


Imágenes: Sipho Mabona

jueves, 13 de noviembre de 2025

¿ES LA VIDA DIVERTIDA O DA MIEDO?

 



Pero, en lo referente a la idea del arcoíris, ella estaba convencida. La gente era increíble. Mamá era alucinante, Papá era alucinante, sus profesores trabajaban tanto y tenían, además, sus propios hijos, y algunos se estaban divorciando, como la Sra. Dees, pero, con todo, siempre sacaban tiempo para sus alumnos. Lo que le resultaba especialmente inspirador de la Sra. Dees era que, a pesar de que el Sr. Dees engañaba a la Sra. Dees con la encargada de la bolera, la Sra. Dees seguía impartiendo la mejor clase de Ética al plantear cuestiones como: «¿Puede el bien triunfar o, más bien, son las personas buenas las que siempre acaban puteadas, siendo el mal mucho más temerario?». Esa última parte parecía un golpe bajo que la Sra. Dees le lanzaba a la muchacha de la bolera. Pero, ¡en serio!, ¿es la vida divertida o da miedo? ¿Es la gente buena o mala? Por un lado, esas imágenes de cuerpos pálidos y ojerosos siendo apisonados mientras unas alemanas gordas pasan de largo masticando chicle. Por otro, gente del campo, incluso personas cuya granja se encontraba sobre una colina, que se quedaba a veces hasta tarde rellenando sacos de arena.



   En la votación que hicieron en clase ella había puesto que la gente era buena y que la vida era divertida, y al instante recibió una mirada piadosa de la Sra. Dees mientras enumeraba sus puntos de vista: «Para hacer el bien, solo tienes que decidir hacer el bien»; «Tienes que ser valiente»; «Tienes que defender lo que es correcto». Tras esto último, la Sra. Dees había emitido una especie de gemido, algo comprensible; la Sra. Dees tenía mucho dolor acumulado, pero también era capaz, aún, de encontrar la diversión que contiene la vida y de reconocer la bondad en las personas, porque, si no, ¿por qué quedarse a veces corrigiendo hasta tan tarde y llegar al día siguiente agotada, con la blusa del revés, tras colocártela mal en la penumbra del amanecer, querida alma trastornada?

GEORGE SAUNDERS - "Diez de diciembre" - (2013)


Imágenes: Gerwyn Davies

lunes, 10 de noviembre de 2025

EN NUESTRA FAMILIA HABÍA COSAS DE LAS QUE NO SE HABLABA


Juana echó los ravioles en el agua burbujeante y me acerqué a la sartén para aspirar el aroma de la salsa.

  —La receta de la tía Mari —dijo Andrés revolviendo con la cuchara de madera.

  Tácitamente nos adjudicamos los lugares en la mesa: él en la cabecera, Juana a su izquierda, yo a su derecha. Juana sirvió los platos, el de Andrés y el mío hasta rebasar, el de ella no, como hacía mamá, temerosa de que faltara comida aunque siempre sobrara.

  —¿Nos abrimos un vinito? —Andrés descorchó una botella y llenó hasta arriba mi vaso y el suyo, Juana no bebía. Nos pasó un bol con el queso—. El parmesano, indispensable. Es el hormigón que liga los ingredientes permitiendo que conserven su sabor y potenciándolos. Necesitamos un parmesano en esta familia y voy a ser yo. —Se rio y se acabó el vino.

  En la televisión un conductor de traje brillante y ancha corbata fucsia daba paso a una periodista en exteriores. Qué mal se vestían los comentadores, incluso las modelos que aparecían en los anuncios callejeros. Todo el país se había degradado, el mal gusto llegaba hasta las tipografías de esos carteles bajo las imágenes duplicando lo que veías y escuchabas. La periodista se acercaba a unos ancianos en la puerta de un asilo: habían hecho una inspección y lo cerrarían en una semana por incumplimiento de las normas de higiene. Los viejitos se manifestaban porque no tenían adónde ir.



  —Así voy a terminar yo —bromeé—. Quién sabe dónde va a estar Felipe y quién me va a cuidar.

  —Yo, por supuesto —dijo mi hermana con la satisfacción con la que presentaría a una paciente el tranquilizador resultado de un análisis temido. Me cuidaría también de vieja, como había cuidado a nuestros padres. Para eso había venido al bosque, ni su hija universitaria ni su marido millonario la necesitaban, nosotros sí.

  La conversación se detuvo, estudiábamos nuestras caras. Andrés tenía algunas canas, nosotras las teñíamos. Mi tintura viraba al rojo a diferencia de la de Juana, de mejor calidad. Las comisuras de su boca se alejaban hacia las orejas dándole un aire de tiburón. Ya en el viaje en auto lo había notado pero no me atreví a preguntarle. En nuestra familia había cosas de las que no se hablaba: cirugías estéticas, sexo, depresión. Afuera cantaban los grillos. De niña ese sonido metálico me hacía imaginarlos de color plateado hasta que papá me mostró uno, igual a una cucaracha.

  Andrés me miraba con ojos opacos. Su nariz era ahora ganchuda; la de Juana, en cambio, se había respingado como su carácter, el mismo de mamá. También había heredado sus palabras y gestos, como ese de cruzarse el saco y los brazos sobre el pecho.

  —Está refrescando —anunció y se levantó a cerrar la ventana.

  —Vengan que les muestro el jardín —dijo entonces Andrés.

MARÍA FASCE - "El final del bosque" - (2025)


Imágenes: Gregory Crewdson

sábado, 8 de noviembre de 2025

NO HABÍA VISTO MI LOCURA MÁS QUE EN LA CAMA

 


Iba a golpear a la puerta cuando oí su voz. «Ya lo sé… Yo también te extraño… Silvia, Silvia». Me alejé de espaldas como si hubiera recibido un disparo. Caminé en círculos mientras mi cabeza se llenaba y se vaciaba. Arranqué un ramo de jazmines azules de una casa abandonada, me los puse en el pelo y volví sobre mis pasos. Esta vez ladró el perro y golpeé.

  Ernesto miró las flores en mi pelo. Me besó los labios fríos y anunció que iba a hacer té. Lo habían contratado de fotógrafo para otra boda, dentro de unos meses, me contó mientras hervía el agua en la cocina. Había ganado una beca y había empezado un máster en fotografía, ahora sus fotos tenían un discurso. Llenó dos tazas que apoyó sobre la mesa y nos sentamos.

  Silvia, Silvia, recordé y la taza se me cayó de las manos.

  —Ni la taza se va a desromper ni el té va a desderramarse… —recitó él y quise clavarle un trozo de la loza que se agachó a recoger o subirme encima y besarlo y hacerlo allí mismo, sobre la loza rota. Los sentimientos no eran exactos como la física.

  —Es el ejemplo que pone Alok Jha para explicar por qué un sistema aislado permanece cerrado o bien evoluciona hacia un estado más caótico, nunca hacia otro más ordenado. —Buscó otra taza, me sirvió más té—. En el espacio puedes moverte en muchas direcciones, pero en el tiempo solo podemos movernos hacia adelante.

  Bebí para calmarme. Él no tocó su taza.

  —Tengo un proyecto —dijo observándome—: llevar la física a la fotografía.

  Buscaba mi aprobación como yo ante mi madre. No sabía nada de mí. No me había fotografiado, no me había investigado. No había visto mi locura más que en la cama.

MARÍA FASCE - "El final del bosque" - (2025)


Imágenes: Gregory Crewdson

jueves, 6 de noviembre de 2025

EL EJÉRCITO DE SOLITARIOS QUE LLAMA A LA RADIO PARA HABLAR DE AMOR

 


Su momento preferido de la emisión son las canciones que conoce hace años pero que hoy tienen un nuevo significado. Aunque, debe admitirlo, también escucha con atención las llamadas de los oyentes.

   Algunos felicitan por el programa y, por el ruido de fondo, parecen acompañados. Pero la gran mayoría de ellos integra el ejército de solitarios que llama a la radio para hablar de amor. Hombres y mujeres que, a un paso del fin del mundo, recuerdan sus días de gloria e imploran perdón.

   Cada vez que esos oyentes cuelgan el teléfono, Érica sonríe con la mitad de la boca, como si ninguno supiera en realidad de lo que está hablando.

FRANCISCO BITAR - "Teoría y práctica" - (2018)

Imágenes: Vanessa German

martes, 4 de noviembre de 2025

EN REALIDAD, SU POESÍA NO ERA TAN BUENA





Conocí a Goran en un festival de poesía. El cabello había empezado ya a encanecerle; ahora lo tiene completamente blanco, y él alberga la ingenua esperanza de que eso forme parte de su «flamante sex-appeal», según me comentó una vez. Lo dijo en broma, claro, pero tengo la sensación de que lo piensa de verdad. En aquella ocasión me dieron ganas de preguntarle si también formaban parte de ese «flamante sex-appeal» el pelo raleado o el cuero cabelludo teñido, con un brillo de cera derretida y solidificada, pero me contuve: él no soporta las críticas. Se cabrea con facilidad, y cuando está cabreado se vuelve intratable durante varios días, y hay que dar una muestra de humildad para que deje de ser insoportable, como por ejemplo recitar de forma «espontánea» algún verso suyo.

   Hace poco se enfadó conmigo porque me negué a leer los poemas que él había compuesto la noche anterior.

   —Ahora no tengo tiempo, dejémoslo para mañana —le dije.




   —¿No tienes tiempo para leer tres poemitas? —Percibí la ira en su voz y en seguida me arrepentí de haber rechazado complacerlo. Pero ya era tarde. Cualquier cosa que hubiera dicho habría sido un error. Por eso guardé silencio—. ¡Anda, vete a empollar! —gruñó, y salió con un portazo.

   «Empollar» es la palabra que suele utilizar al verme preparando mis clases para el día siguiente. Es decir, en su opinión, si yo realmente supiera de historia, no necesitaría prepararme las clases. «El que sabe, sabe», sentenció un día, mirándome con insolencia a los ojos.

   En cuanto a sus poemas, malditas las ganas que tengo de leerlos, y mucho menos de oírlos, pero a veces no me queda otra que pasar por el aro. Cuando todavía estábamos enamorados y no teníamos hijos, a veces, después de hacer el amor, mientras yacíamos sudorosos y jadeando, él me susurraba sus versos al oído. En ellos siempre hablaba de flores, de orquídeas —porque le recordaban «a coños»—, de vientos del sur, de mares, pero también sacaba a colación ciertas especias y tejidos exóticos, como la canela o el terciopelo. Cosas como que yo tenía un sabor a canela, la piel de terciopelo y los cabellos con aroma de mar. Esto último no es cierto: lo sé porque un día mi madre me confesó que mi pelo olía mal. No obstante, en aquellos momentos sus palabras me excitaban muchísimo. Yo ardía en deseos de hacer el amor otra vez, pero a menudo él no podía corresponderme en seguida, de manera que me veía obligada a evocar más tarde las imágenes generadas por sus palabras para reavivar la pasión.




   Ahora ya no hace esas cosas, gracias a Dios. Estoy tan harta de su poesía que no me quedan ganas de leer ni un solo verso suyo, y mucho menos de oírlo recitar. Desgraciadamente, lo último no lo puedo evitar, mal que me pese, porque, como ya he dicho, Goran se enfada con facilidad y las peleas con él no me hacen ninguna gracia, sobre todo si se producen delante de nuestros hijos. Desde que dejamos de hacer el amor con tanta frecuencia, le dio por leerme sus poemas en voz alta en lugar de dármelos para que los leyera por mi cuenta. Viéndolo de pie en medio del salón, bajo la intensa luz de la araña que le acentuaba la nariz bulbosa y la tez desaseada, poco a poco me fui dando cuenta de que, en realidad, su poesía no era tan buena. Muchas veces no se refiere a otra cosa que no sea el proceso de la propia escritura. Creo que eso lo excita muchísimo. Hasta sexualmente.

RUMENA BUZAROVSKA - "Mi marido" - (2014)



Imágenes: Georgia O'Keeffe