A la luz gris de la cocina, el tío me pone una mano en la cabeza.
—No estés triste por Dinah —me dice—. Eso es ya pasado.
Alice se ríe de algo que le ha dicho Nora entre dientes con su voz profunda. Son vocales extrañas que vienen de lejos. Tienen las mejillas sonrojadas. Cuando el tío las mira se ponen serias, la luz les parpadea en los ojos oscuros. Él les dedica una sonrisa. En los últimos meses, Nora ha engordado mucho. El estómago le sobresale como una roca. A veces se lo sujeta como si le gustara o como si le doliera. El mar ha venido a Nora y le ha puesto dentro un bebé.
Bajamos la vista y nos cogemos de la mano.
—A Él damos las gracias —dice el tío—. Que pronto se enrosque en torno al mundo.
Nora sirve gachas y miel. Cinco bocados. Comemos como las serpientes, poco y rara vez. El hambre nos acerca a Él.
Cuando el tío se acaba las gachas, Nora le trae panceta y champiñones. Su aroma impregna el aire, denso y salado, y se me hace la boca agua. Me pregunto si la carne sabe como huele, a consuelo y dolor a la vez.
Alice y Nora están hablando del circo. Han oído hablar de él en el mercado. El circo de Orde llega a Loyal algunos años, de paso hacia el sur, hacia Inglaterra. Acampan al pie de Ardentinny.
—Un quiromántico —dice Nora—. ¡Una mujer barbuda! ¡Una adivina!
—¿Qué es una adivina? —pregunto. Me gusta la palabra—. Adivina, adivina, adivina.
—Para ya —me dice Nora—. Es una persona impura que finge tener el poder del ojo y lo vende por dinero.
—Eres muy joven y no recuerdas la última vez que pasaron por Loyal —dice Alice—. Tienen elefantes, pobrecitos, y les ponen abrigos como a esos perritos bobos de las viejas de Edimburgo…
Nora le lanza una mirada de advertencia y Alice se pone roja y se tapa la mano con la boca.
—Perdóname —dice al tío.
—¿Cómo son de grandes los elefantes, tío? —me apresuro a preguntar—. ¿Son así de grandes? —Abro los brazos para hacerlo reír.
—Mucho más grandes —responde con una sonrisa—. Venga, a vuestras tareas.
Por supuesto, yo ya sé que el Loxodonta africana tiene una alzada de cinco metros, y el Elephas maximux, de tres metros.
Hoy toca alimentar a Hércules. Hércules es labor para el tío, igual que los pollos lo son para mí, las ovejas para Abel, y Almiar, el poni, para Dinah, igual que Alice nos cura cuando nos caemos y Nora se encarga de las abejas. El tanque de Hércules está junto a la cocina. Cuando hace calor, el tío lo lleva al sol durante el día.
El tío tiene en la mano una rana grande, brillante. Se le mueve la garganta. La deja caer en el tanque de Hércules y cierra la tapa.
La rana mira a su alrededor y da un salto con sus patas fuertes. Hércules se desenrosca, se proyecta hacia delante. Atrapa a la rana en el aire entre sus mandíbulas. La rana sigue pateando. Hércules se disloca la mandíbula inferior y engulle a la rana. Me mira con los ojos rojos.
«Cuando llegue mi día, estaré preparada», le prometo en silencio.
CATRIONA WARD - "La pequeña Eve" - (2018)






















