Estoy vivo, y he llegado a esta edad. La gente piensa que si te mueres con sesenta años o con menos de sesenta años te pierdes cosas importantes de la vida, pero eso los muertos no lo saben.
La gente comete una frivolidad sin pretenderlo, piensa en ella misma cuando piensa en los muertos, sin darse cuenta de que estar muerto no es estar enfermo en una cama o preso en una cárcel, estar muerto es el misterio más grande de todos los misterios.
Puede ser tan misterioso que incluso esté allí, escondida, la libertad.
Quiero decir que la nada me será muy saludable y maravillosa, motivo de gran felicidad, cuando esté muerto.
Lo más interesante de cumplir sesenta años es que me invento ya una vida de ser humano póstumo francamente sensacional.
Antes de que tú, lector, y yo naciéramos hubo milenios en los que había otros seres humanos que no éramos ni tú ni yo. Una vez que nos vayamos, habrá otros seres humanos que no seremos ni tú ni yo.
Yo los veo, veo a los muertos y veo a los aún no nacidos, ese don sobrenatural lo tengo; no es un alarde lo que expreso, es más bien una condena, una insania, una avería cerebral, no es divino, todo lo contario; de ser algo, sería diabólico.
Los muertos están allí todos los días, junto a los vivos, yo los veo; y los aún no nacidos están allí también, esperando, afilando sus futuros corazones.
Muchas veces, cuando camino por la ciudad de Madrid de noche, veo un desfile, una manifestación de millones de muertos de todas las edades, de todos los siglos, y veo otro desfile de millones y millones de seres humanos que ocurre tres metros más arriba, en el espacio, de billones de seres humanos que están esperando a tocar el suelo, a descender esos tres metros que los separan de la tierra.
Y sin embargo, el presente en el que tú y yo estamos vivos es el oro de la vida, es el único reino posible.
Y ellos lo saben, y me lo dicen.
—Queremos tu sitio —dicen unos.
—Queremos que nos devuelvas nuestro sitio —dicen otros.
MANUEL VILAS - "El mejor libro del mundo" - (2024)
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