Nos recibió Fernando Pescador, que nos condujo a una sala con ordenadores en la que, para empezar, intentaron explicarme algo que no entendí acerca de la máquina de Turing. Yo estaba convencido de conocer bien esa máquina porque había visto el biopic sobre el famoso matemático, pero ahora me daba cuenta no ya de que no tenía ni idea, sino de que carecía de la capacidad intelectual precisa para llegar a entenderla. No obstante, fingí comprender mientras me mostraban una caja de tarjetas perforadas de los años sesenta y setenta para enseñarme cómo se almacenaba la información durante aquella época.
—Esta caja de tarjetas —dijo Arsuaga con emoción— es mi querida tesis sobre la pelvis. La dejé olvidada en este centro de cálculo hace cuarenta y cinco años y la recupero ahora gracias a Fernando.
—¿Quieres decir que aquí está, encriptada, tu tesis?
—Exacto.
Tomé una de las tarjetas perforadas entre las manos y traté de componer un gesto de inteligencia mientras me desmoronaba por dentro. Advertí que había crecido así, dando por supuesto que sabía cosas que ignoraba. Tal vez, me dije, hacerse mayor consiste precisamente en eso, en fingir que entiendes.
¿Le ocurriría lo mismo al resto de la gente?, me pregunté angustiado.
El paleontólogo, que me conoce bien, se hizo cargo de la situación. Dijo:
—De momento, vamos a conformarnos con que comprendas la diferencia entre lo analógico y lo digital. ¿Te parece?
—Me parece. Pero creo que hasta ahí llego —presumí para disimular mi confusión.
—Todo el mundo cree que llega hasta ahí. Repasémoslo, en cualquier caso: analógico significa que es semejante a la naturaleza y en la naturaleza todo es continuo, mientras que en lo digital las cosas son A o B, cero o uno, apagado o encendido. Dicho de otro modo: en lo digital no existen los estados intermedios.
—Mi madre era muy digital —reflexioné en voz alta—, decía: «O te comes las acelgas o no cenas».
—Exacto —dijo Arsuaga—, ahí no hay estados intermedios. O una cosa o la otra. On u off, cero o uno. El sistema digital más simple es el binario: o vivo o muerto, no hay un estado intermedio. Si estás vivo, aunque estés muy mal, estás vivo. Y si estás muerto, aunque tengas buen aspecto, estás muerto. El alfabeto morse es digital: rayas y puntos, pero entre la raya y el punto no hay nada. Puedes enviar un mensaje SOS porque la S son tres puntos seguidos y la O, tres rayas seguidas. A base de ceros y unos puedes escribir todo el alfabeto.
—Entendido.
—Ahora viene la pregunta interesante: ¿nuestro cerebro es digital?
—Ni idea.
—Pero si fuera digital, sería en realidad un ordenador que funciona a base de algoritmos. Si nuestras neuronas son digitales, lo que tenemos aquí dentro es un ordenador. Esto es lo que estamos tratando de averiguar. Si decidimos que sí, tendremos que preguntarnos quién lo ha programado y cómo se programa. ¿Nacemos con los programas o nos los ponen luego? ¿Razonamos con algoritmos? ¿Nuestro cerebro es algorítmico? ¿Somos libres o dependemos de una programación? Si el cerebro es una máquina, ¿de dónde viene la conciencia? ¿Cómo surge? Y al revés: si los ordenadores son como los cerebros, ¿tendrán conciencia algún día? ¿La tienen ya y no lo sabemos? Todo lo que queramos construir en relación con el cerebro y con la mente procederá de haber entendido bien la diferencia entre analógico y digital. Ahí está la base. Sin ella, todo lo que hagamos será literatura.
JUAN JOSÉ MILLÁS - JUAN LUIS ARSUAGA - "La conciencia contada por un sapiens a un neandertal" - (2024)
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