Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 12 de mayo de 2025

ASOMARSE A LAS IDEAS DE UN GENIO


   Ya fuera del templo, Arsuaga, que como buen sapiens tiene contactos en todas partes, sacó el teléfono, habló con alguien y enseguida aparecieron tres o cuatro personas que nos dieron la bienvenida. Una de ellas, Álvaro Miguel Preciado, se mostró dispuesta a continuar guiándonos por las oquedades más recónditas de aquel cuerpo extraordinario, pero también por su piel. Para ello, nos condujo hasta un espacio oscuro donde se abría una angosta escalera de caracol, implacable en su verticalidad, por cuyos peldaños comenzamos a ascender como por el interior de un asfixiante tubo.

   Iba rozándome los hombros, con la pared de piedra por un lado y con el eje de la escalera, también de piedra, claro, por el otro. Miré hacia arriba y sentí una punzada de claustrofobia al comprobar lo ajustado del conducto vertical. Subí tan deprisa como pude y cuando mi respiración alcanzó el nivel del jadeo, lo que coincidió con la aparición de una pequeña puerta a mi derecha, pedí una tregua al paleontólogo y al guía, que iban delante de mí.



Abrimos la puerta y resultó que al otro lado se hallaba la parte interior del cimborrio. Prácticamente suspendida en el aire había una estrechísima galería, el triforio, en la que nos apretujamos para dejarnos bañar por la luz que se filtraba por las vidrieras del octógono. No había piedra, o había desaparecido. Flotábamos en una burbuja de resplandor. Pensé que era algo semejante a asomarse a las ideas de un genio desde un mirador colocado en la parte más alta del interior de su caja craneal. Éramos diminutos con relación al conjunto. Cuando se me acostumbró la vista a aquella extraña atmósfera, me fui fijando en las vidrieras y observé con sorpresa que en una de ellas ponía: «Caja de Burgos».

   —¿Qué hace ahí la Caja de Burgos? —pregunté a nuestro anfitrión.

   —Bueno —dijo—, todas estas vidrieras son nuevas. Llevan el nombre de quien las patrocinó.

   No me pareció bien aquella alianza entre el capitalismo y Dios, pero Álvaro Miguel Preciado aseguró que era normal, que era lógico.

   —¿Quién construyó el cimborrio? —me ilustró—. Los que mandaban en aquella época, cuyos nombres o escudos también figuran por ahí. ¿Quién restauró el cimborrio? La Caja de Burgos, en 2002.

   —Está muy bien explicado —acepté—, pero me extraña tanto como si, en vez de poner Caja de Burgos, hubiera puesto Coca-Cola.



   Me turbó aquella forma de publicidad bancaria. Algo decepcionado por el hallazgo, y combatiendo el vértigo, miré hacia abajo, hacia el lugar donde se cruzaban las dos naves principales, y pensé en las hipotecas basura y en las acciones preferentes con las que aquella caja habría engañado a sus clientes antes de quebrar.

   Pero entonces ocurrió algo insólito, y es que desde las profundidades de la catedral empezaron a llegar los acordes de un órgano en el que alguien interpretaba Jesús, alegría de los hombres, de Johann Sebastian Bach. Nos quedamos aturdidos por el modo en que el sonido y la luz se hermanaban, se entrelazaban, se entretejían, y generaban una trama, en fin, para nosotros, que estábamos solos, solos allí en las alturas, quizá a ochenta metros del suelo, prácticamente suspendidos en el vacío.

   Flotábamos.

   —Si esto no te parece una respuesta de Dios a todas tus preguntas —me dijo el científico Arsuaga al oído—, es que no tienes entendederas.

JUAN JOSÉ MILLÁS - JUAN LUIS ARSUAGA - "La conciencia contada por un sapiens a un neandertal" - (2024)

Imágenes: Javier Jaén

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