Me he instalado junto a la ventana. En la pequeña pila de papeles pone que hay alguien en la casa, que oigo cuando él va de un lado a otro. He escrito que está esperando y que es a mí a quien espera. He escrito que el tiempo se ha roto. Empiezo a hacerme a la idea. He escrito que empiezo a hacerme a la idea y que en cierto modo las frases son sanadoras. A lo mejor.
Pero sigue siendo el mismo día y, en breve, una vez que me traiga provisiones de la cocina, tras ir al aseo y lavarme los dientes, después de cerrar la puerta y sentarme de nuevo en la habitación, oiré que Thomas regresa con su compra. Oiré el ruido que hace al sacar los artículos de las bolsas y colocarlos en su sitio. Oiré que ha abierto el frigorífico cuando este choque contra la encimera de la cocina. Oiré a Thomas en el despacho del piso de arriba, en la cocina y en la entrada, también el roce de una mano o una manga contra la pared de la escalera y el leve golpe sobre las tablas del suelo de madera cuando deje los paquetes y las cartas en la entrada.
Lo descubrí ya durante el desayuno. Poco antes de las siete y media me desperté en mi habitación del Hôtel du Lison junto a una toalla mojada y una quemadura que prácticamente había dejado de dolerme. Me di un baño rápido y bajé a desayunar. Pedí café, escogí algo de comer del bufé y me llevé un periódico a la mesa, pero nada más echar un vistazo a la primera página me percaté de que se trataba del mismo periódico que había leído el día anterior. Entonces fui a la recepción del hotel a preguntar por el periódico actual y me respondieron que era el que yo tenía en la mano, que estábamos a dieciocho de noviembre y que el día anterior fue diecisiete. Ni aun teniendo razón, rara vez me pongo a discutir ese tipo de cosas, de modo que elegí otro periódico del día anterior, volví a mi mesa y me terminé el café.
Pero cuando a uno de los otros huéspedes del hotel se le cayó un trozo de pan al suelo, entonces sí me asusté. Y no porque ignore que esas situaciones se dan continuamente en todos los hoteles del mundo, sino porque fue precisamente a ese huésped a quien el día anterior se le había caído un trozo de pan en ese mismo lugar.
Era una rebanada de pan blanco de igual tamaño que la que se le cayó el día anterior; la caída ocurrió a idéntica velocidad, casi como si el pan flotara, una lentitud que indicaba que se trataba de un trozo muy liviano. El huésped efectuó los mismos ademanes, idéntico titubeo cuando, tras agacharse a por el pan, pareció no saber qué debía hacer con él una vez recogido del suelo. Obviamente se hallaba escindido entre dos normas: una según la cual no se deben tirar alimentos a la basura, y otra que prescribe que la comida que se cae de fuentes, cestas y platos civilizados ha de considerarse desperdicio. Entonces advertí el mismo gesto discreto del día precedente cuando, tras haber inspeccionado el local con la mirada, decidió deshacerse del pan en un cubo de basura y tomar un cruasán en su lugar.
En el momento en que vi aquel titubeo supe que me encontraba ante una repetición. Aún no imaginaba que el día siguiente volvería a ser dieciocho de noviembre, ni que después de ese vendría otro y luego otro y otro más, pero supe que algo iba mal.
SOLVEJ BALLE - "El volumen del tiempo I" - (2024)
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