Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 21 de agosto de 2025

LAS TRES VÍCTIMAS TENÍAN LA MENSTRUACIÓN

 


Un indicio y un montón de aspectos en contra, la razón principal para descartar a Johnny Clyde fue cuestión de carácter. Johnny Clyde simplemente le había parecido demasiado pueril como para tener el buen criterio de parar, de tomar distancia de sus crímenes, de no

regresar una vez más a aquel territorio de caza que le había sido tan propicio, pero sobre todo de evolucionar, de llevar sus actos a otro nivel. John Biblia había evolucionado desde su primer crimen. A su

primera víctima la había abandonado en la calle, frente a un garaje; para la segunda había elegido un parque oscuro y silencioso en la noche donde no pudiera ser hallada hasta la mañana siguiente; a la tercera la

había abandonado en una «propiedad condenada».

Tardaron veinticuatro horas en encontrar el cadáver. A la primera la había estrangulado con sus propias medias, con la segunda y la tercera se había garantizado el arma llevando un trozo de cuerda común de tender. Aprendía rápido y sobre la marcha.



Tres mujeres captadas en la misma discoteca, que fueron vistas con un hombre que casi nadie recordaba demasiado bien, ni siquiera la hermana de la última víctima, Helen Puttock, que pasó parte de la noche con ellos y los acompañó un tramo en taxi; aunque a partir de su descripción se realizó el primer retrato robot. El resto de los testigos estaba de acuerdo en que había dicho que se llamaba John. El apodo Biblia fue, como suele serlo casi siempre, un invento de la prensa

basado en que uno de los testigos recordaba vagamente haberle oído citar las Escrituras (aunque no estaba muy seguro). Pero la posibilidad de que lo hubiera hecho, unida a la descripción de un hombre educado, correcto y tan relamido como para citar los salmos, dio con el nombre «John Biblia», y esa fue la otra razón de peso para descartar a Johnny Clyde. No encajaba con un asesino como John Biblia la temeridad de presentarse con su verdadero nombre.

Los periódicos de la época los habían catalogado de «crímenes salvajes». Las tres víctimas tenían la menstruación. En un análisis de lo más simplista, este aspecto llevó a los investigadores a pensar que de

algún modo eso irritaba al asesino; que era el mismo hecho de que tuvieran la regla lo que motivaba que acabaran muertas, quizá porque se negaban a tener sexo por esa razón, y eso lo enfurecía.



Scott Sherrington había revisado casi todo el material relativo a John Biblia. Cientos de policías habían terminado trabajando en aquel caso, pero era un hecho que a finales de los sesenta la recogida y

custodia de pruebas no era el fuerte de la policía escocesa, ni de la de ningún lugar. Los restos biológicos no se habían conservado debidamente en un tiempo en el que realizar un análisis de ADN era menos probable que viajar a la Luna. Los pocos objetos recuperados habían permanecido años abandonados y mohosos en el sótano de «La Marina» hasta que, al cierre de aquella comisaría, fueran trasladados a las oficinas del DIC de Edimburgo a seguir criando moho. Por suerte había fotos. No eran magníficas, pero Scott Sherrington las había estudiado al milímetro y lo que había visto en ellas trascendía bastante más allá de los crímenes violentos, salvajes e irracionales que aparentaban ser a primera vista.

Entre el anárquico caos que reinaba en las escenas de los crímenes, con los objetos de los bolsos desperdigados a veces más cerca, a veces más lejos de los cuerpos, sin ningún sentido, Scott Sherrington había hallado el ritmo, la cadencia. Todo aquel desbarajuste escondía una intención, una búsqueda, la de un objeto: una toalla sanitaria, una compresa o un tampón. A pesar del desorden reinante habían aparecido cuidadosamente colocados bajo la espalda o en las axilas de las víctimas, de un modo tan estudiado que para un ojo no entrenado era simplemente aleatorio. Nadie se percató hasta la tercera víctima.



 A Scott Sherrington no le gustaban las leyendas del crimen, jamás iba a alimentarlas, pero había algo que le fascinaba en John Biblia y tenía que ver con haber descubierto que tenía un propósito. Que las tres

estuvieran menstruando en el momento en que fueron asesinadas no podía ser una casualidad. Noah era consciente de que, en los ochenta, igual que en los sesenta, la menstruación era, para la mayoría de los

hombres de la época, un impedimento transitorio para tener relaciones sexuales esos días en que las esposas estaban doloridas e irritables y, en algunos pocos casos, la garantía de soslayar un embarazo.

Había una cosa en la que el detective Gibson tenía razón: Noah Scott Sherrington creía que John Biblia seguía vivo y que seguía matando, pero también estaba seguro de que en aquellos catorce años había evolucionado lo suficiente como para ser consciente de los avances de la ciencia forense. Cualquier delincuente sabía que un cadáver era un testigo y que, con los medios con los que se contaba en 1983, las huellas, los restos y los indicios que dejó desperdigados alrededor de las tres mujeres que asesinó en 1968 y 1969 habrían llevado muy probablemente a detenerlo.

DOLORES REDONDO - "Esperando a la tormenta" - (2022)


Imágenes: Elisa Anfuso

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