Falta poco más de una semana para que deje el trabajo y forme parte de un jurado. Voy a entregar unos papeles a la nueva jefa del departamento de inglés y tengo que pasar por delante de la puerta azul de tu despacho. Está abierta, a pesar de la placa que anuncia que es una puerta de incendios y que debe permanecer cerrada. El despacho está vacío. Pero descubro algo que me detiene, la respiración se me acelera, estoy nerviosa porque en cualquier instante aparecerás en el pasillo. Aun así, tengo que mirar.
Sólo yo reconocería como un minialtar la colección de objetos depositados encima de tu archivero. ¿Tienes pensado usarlos para un extraño ritual vudú? Un sobre con mi letra dirigido a ti que debe de haber contenido un aburrido impreso administrativo para posgraduados. Una taza de café amarilla con dibujos de margaritas naranjas y verdes; yo la usaba todas las mañanas hasta que desapareció hace un mes; no la has limpiado. Un recipiente de plástico del yogur de fresas que a veces llevo al trabajo, veteado con los vestigios ahora marrones de lo que no pude raspar del envase. No entiendo cómo lo has conseguido. Un tubo vacío de la crema de manos que siempre tengo en mi mesa. Folletos y revistas de fotografía para aficionados. Algunos papeles desechados de una reunión, con garabatos de los tulipanes que siempre hago.
110. Dicen que hace falta un promedio de 110 incidentes de acoso para que una mujer vaya a la policía. Me digo que en absoluto estoy cerca de 110, aunque me pregunto si eso depende de cómo los cuenten.
¿Cada objeto encima de tu archivero cuenta como un incidente? En realidad, probablemente no cuentan para nada. Parecería una idiota si aludo a ellos y tú puedes explicarlo todo para que yo parezca una paranoica y una estúpida. Prácticamente oigo tu risa de complicidad ante la total insensatez de una acusación semejante.
¿Cada hombre que se olvida de lavar una taza de té debe comparecer ante el comité universitario contra el acoso?
¿Soy el único que se ha llevado por error la taza de té de otra persona? Culpable del cargo. Pero si ella quería que se la devolviera podría habérmela pedido. No sabía que fuera suya.
Escribiré a los servicios de limpieza una carta formal de disculpa por mi negligencia al no tratar de un modo responsable los residuos de comida.
Admito que me sonrojo por lo de la crema de manos, pero es invierno y a los hombres también se nos reseca la piel.
Reconozco que debería haber desarrollado un método mejor para reciclar sobres y papeles. Llévenme ante un tribunal competente. Castíguenme con un programa de educación permanente.
No voy a ninguna parte denunciándolo. No puedo probar nada con estas cosas.
CLAIRE KENDALL - "Sé dónde estás" - (2014)
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