Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 29 de diciembre de 2024

MENDICIDAD A LA INVERSA


 A principios de otoño de ese año, tres meses después de mi viaje al este, estaba yo en la estación de Waterloo, de camino a dar una charla en una biblioteca de Hampshire. No tenía ya ninguna opinión positiva sobre los servicios de comida de ningún lugar de Inglaterra. Cuando volvía del mostrador de bocadillos sosteniendo en equilibrio una barrita de pan que me proponía transportar cuidadosamente hasta Alton, un joven alto tropezó conmigo y lanzó volando de mi mano mi cartera.

   Era una cartera llena, hinchada de calderilla, y las monedas se fueron volando y rodando entre los pies de otros viajeros, desperdigándose y esparciéndose por el suelo resbaladizo. Estaba de suerte, porque la gente que salía del Eurostar empezó a reírse y a cazar mi pequeña fortuna, convirtiendo en un deporte perseguir cada monedita y atraparla: tal vez pensasen  que era mendicidad a la inversa, o algún tipo de costumbre de Londres como la de los Pearly Kings. El propio joven sorteaba bamboleándose entre los pies de los europeos, y acabó siendo él quien vació un puñado de calderilla de vuelta en mi bolso y, sólo por un segundo, me apretó la mano para tranquilizarme. Alcé la vista hacia su cara, asombrada: tenía grandes ojos azules, una apostura tímida pero segura; debía de medir uno ochenta y estaba ligeramente bronceado; fuerte pero suavemente cortés, la chaqueta color índigo hábilmente arrugada, la camisa de un blanco impecable; era, en conjunto, tan dulce, tan limpio, tan dorado, que retrocedí temerosa de que pudiera ser americano y estar a punto de convertirme a algún culto.



   Cuando llegué a la biblioteca habían dispuesto en semicírculo un ambicioso número de sillas (quince, en primera cuenta). La mayoría estaban ocupadas: un triunfo silencioso, ¿no? Di mi charla en piloto automático, salvo porque cuando llegué a mis influencias me puse un poco loca e inventé un escritor portugués que dije que dejaba chiquito a Pessoa. El joven dorado seguía invadiendo mi mente, y yo pensaba que me gustaría mucho irme a la cama con alguien de aquella índole, para variar. ¿No tenía todo el mundo derecho a un cambio? Pero él era un orden de ser diferente de mí: una persona de otro plano. Mientras transcurría la velada empecé a sentir frío, desvalimiento, como si silbase a través de mis huesos un viento.

HILARY MANTEL - "El asesinato de Margaret Thatcher" - (2014)


Imágenes: Shaun Hughes

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