Según Clotilde, todo lo que crece de la tierra y tiene hojas verdes es «gente como nosotros», con la que se puede encontrar el modo de ponerse de acuerdo. Precisamente por eso no se deben tener plantas ni flores en las macetas porque es como encerrar a los animales en una jaula: se vuelven o estúpidas o malas; en suma, ya no son las mismas y es un egoísmo por nuestra parte ponerlas en sitios tan estrechos solo por el placer de verlas. La grama, precisamente, es una excepción porque no viene de la tierra, sino de debajo de la tierra, y ese es el reino de los tesoros, de los dragones y de la muerte. En su opinión, el subsuelo es un país tan complicado como el nuestro, solo que está a oscuras, mientras que aquí hay luz. En él hay cavernas, galerías, arroyos, ríos y lagos y, además, están las venas de los metales, que son todos venenosos y maléficos, excepto el hierro, que, dentro de ciertos límites, es amigo del hombre. También hay tesoros, algunos escondidos por los hombres en tiempos remotos y otros que yacen allí desde siempre, oro y diamantes.
Allí habitan los muertos, pero a Clotilde no le gusta hablar de ellos. El mes pasado una excavadora estaba trabajando en la propiedad que linda con la suya. Clotilde asistió pálida y fascinada a la potente obra de la máquina hasta que el nivel de la excavación alcanzó los tres metros. Luego desapareció durante varios días y solo volvió cuando la máquina se hubo ido y se vio que en el gran agujero no había más que tierra y piedra, pozas de agua estancada y alguna raíz al desnudo.
También me contó que no todas las plantas se llevan bien entre ellas. Las hay domesticadas, como las vacas y las gallinas, que no sabrían prescindir del hombre, pero hay otras que protestan e intentan escapar y, a veces, lo consiguen. Si no tienes cuidado se asilvestran y ya no dan más frutos, o lo dan como les gusta a ellas y no como nos gusta a nosotros: áspero, duro, todo hueso. Si una planta no está totalmente domesticada tiene nostalgia, especialmente si está cerca de un bosque silvestre. Querría volver al bosque y que solo las abejas se cuidaran de fecundarla y los pájaros y el viento de diseminarla. Me enseñó los melocotoneros de su huerta y era como ella decía: los árboles más próximos a la cerca tendían sus ramas más allá de la misma, como brazos.
PRIMO LEVI - "Defecto de forma" - (1971)
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