Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 1 de abril de 2025

ESTOY EN CASA, ES DE NOCHE, ALGUIEN GOLPEA LA PUERTA


He llegado a una edad y a un estado en que cada noche antes de acostarme debería lavarme los pies y arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a buscarme la ambulancia.

   Si aquella noche hubiera consultado el libro de las efemérides para saber qué sucedía en el cielo, jamás me hubiera ido a acostar. Pero en lugar de eso caí en un sueño profundo, gracias a una infusión de lúpulo que acompañé con dos grageas de valeriana. Por eso, cuando a mitad de la noche me despertaron los golpes en la puerta —violentos y desmesurados, y por lo tanto de mal augurio—, me costó recuperar la conciencia. Salté de la cama y me puse de pie con el cuerpo tembloroso, tambaleante y a medio dormir, incapaz de pasar del sueño a la vigilia. Sentí que me mareaba y di un traspié, como si fuera a desmayarme de un momento a otro —algo que, por desgracia, solía sucederme últimamente y tenía relación con mis dolencias—. Tuve que sentarme y repetir varias veces: «Estoy en casa, es de noche, alguien golpea la puerta», y solo así logré controlarme. Mientras buscaba las zapatillas en la oscuridad oí que la persona que llamaba a la puerta daba la vuelta a la casa y murmuraba algo. Abajo, en el hueco que hay entre los contadores de la luz, guardo una botella de gas paralizante que me dio Dionizy por si me agredían los cazadores furtivos, y justo en aquel momento me acordé de ella. Aunque me hallaba a oscuras conseguí dar con la forma fría y familiar del aerosol, y armada de aquel modo encendí la luz del exterior. Eché un vistazo al porche por la ventanita lateral. La nieve emitió un crujido y en mi campo de visión apareció Pandedios, uno de mis vecinos. Este estrujaba con ambas manos el viejo abrigo de piel de cordero con el cual lo había visto trabajar cerca de mi casa, a fin de que se mantuviera apretado alrededor de su cuerpo. Por debajo de este se veían sus piernas, enfundadas en un pijama a rayas y unas pesadas botas de montaña.



   —Abre —me dijo.

   Sin disimular su extrañeza observó el veraniego traje de lino que yo usaba como pijama (suelo dormir con un traje que el profesor y su esposa pensaban tirar el verano anterior, el cual me recuerda las modas de antes y los años de mi juventud, de manera que sumo lo práctico a lo sentimental) y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, entró en mi casa.

   —Vístete, por favor: Pie Grande está muerto.

   La impresión me quitó el habla durante unos segundos; incapaz de decir palabra, cogí unas botas altas para la nieve y me eché encima el primer forro polar que encontré en una de las perchas. Al pasar por el halo de luz de la lámpara del porche, la nieve del exterior se transformaba en una lenta y somnolienta ducha. Pandedios estaba a mi lado en silencio; alto, delgado, huesudo, como una figura esbozada con un par de trazos a lápiz. A cada uno de sus movimientos la nieve caía de él como de un dulce espolvoreado con azúcar glas.

OLGA TOKARCZUK - "Sobre los huesos de los muertos" - (2009)


Imágenes: Erin Mars

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