Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 8 de septiembre de 2025

REMODELAR LA COCINA PUEDE SER EL FIN DEL MUNDO

 


A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone. Emilia vio entrar a su marido con el que debía ser un maestro de obra, o un pintor o un plomero. Toda la vida él se ha ocupado de las reparaciones, algo que ella agradece y también odia, porque siempre es sin aviso, mañana empiezan a pintar la casa, la semana entrante vienen a mirar esas humedades. Podrías preguntarme, ¿no?, protesta Emilia todas las veces. En esta oportunidad ella solo comprendió de qué se trataba cuando el maestro se fue y el marido entró a su estudio con cara triunfante y le anunció que estaba pensando remodelar la cocina. Remodelar la cocina puede ser el fin del mundo, gimió Emilia, abriendo a la vez los ojos y la boca, y empezando a argumentar, vacilante por la estupefacción, que a ella su cocina le encantaba, que esa madera era finísima, que le gustaba ese aspecto viejo de los aparadores, ese aire de lugar usado, que ellos no necesitaban una cocina nueva, que era un gasto innecesario, pordiós.

   Pero él quería tener una cocina moderna, como la de su hermano, donde poder cocinar con agrado, poder moverse cómodamente. Pero si tú no cocinas, cocina Mima, suplicó Emilia, anticipándose a la derrota.

   Y la derrota la avasalló, como tantas veces, culpable como vive del deseo que la domina desde hace un tiempo de no hacer sino lo que le dé la gana, lo que no la incomode.



   Y ahora incomódate, eran las palabras que se podían leer en el estandarte que el marido acababa de clavar en la arena del ruedo. Y Emilia agachó el lomo.

   Acordaron que en quince días empezarían a desmontar la cocina vieja, y para ese entonces todos los muebles de la sala deberían estar cubiertos, para protegerlos del polvo, y los objetos a buen recaudo, no solo para que no se dañaran, dijo el marido, sino para quitarles cualquier tentación a los obreros. Pero si nada tiene demasiado valor, había argumentado ella, dudosa, echando un vistazo a la multitud de chécheres sobre las mesas y en los anaqueles de la biblioteca, tan profusos y disímiles que, ahora que los veía como si acabaran de aparecer conjurados por el genio de la botella, parecían puestos para la venta en una feria de antiguallas. Que tal vez fuera la ocasión de salir de muchas cosas, dijo él, y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer. Emilia lo miró a los ojos, desafiante, posando de ofendida. A ti qué te van a importar los libros, habría querido decirle. O ¿tú crees que los libros son para leerlos una sola vez? Pero no dijo nada porque la relación de ella con sus libros también es ambigua, problemática. Porque a los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.

PIEDAD BONNETT - "Qué hacer con estos pedazos" - (2021)


Imágenes: Adam Ledford

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