—Bueno. Son varias. Ahí van. El orden no importa. Me hubiera gustado tocar como Clapton. No, no tanto; como Pappo, en todo caso. De guitarrista invitado, unos cuantos conciertos al año, no muchos. Con una Stratocaster vieja y despintada, en un costado del escenario.
—Qué más.
—Dar el pase del único gol en un partido épico y memorable de fútbol. Tener un tatuaje muy raro. Haber sido un resignado y galante one-night-stand de Juliette Binoche, en Praga, o en París. ¿Sabés qué es un one-night-stand?
—Sí. Dale.
—Pero suena mejor en inglés, ¿no? No sé si mejor o más preciso, más completo, más digno dentro de lo casual. Fumar Gauloises amarillos, sin la menor impostura. Ser más alto, o más flaco, pero no las dos cosas a la vez.
—Ésa es buena.
—Confiar absolutamente en mí mismo en una pelea callejera. Tener carisma. Haber nacido el 29 de febrero de un año bisiesto. Soportar casi cualquier dolor físico. Tener un MG descapotable, de color verde oscuro.
—Ajá. Llegó el momento de hablar de dinero.
—¿Quién estaba hablando de dinero? Estoy hablando de actitudes. No hay nada más aburrido que hablar de dinero, salvo para la gente que nunca lo tuvo ni lo va a tener.
—Conmovedora conciencia social, la tuya. Qué más.
—No sé. Se me fueron las ganas de pensar.
—Quedan un par de líneas, todavía. Servite.
—Ufff. Por dónde íbamos.
—Tus confesiones. Llegaste al MG verde y se te fueron las ganas de pensar.
—Fin de la lista. En serio: si llegué al MG es que las dije todas.
—Falta algo, me parece.
—Qué.
—Daniela, ¿no? Tanto hablar de actitudes…
—Hijo de puta. Es lo único que te interesaba. Yo sabía. Escuchabas para disimular. Pero lo único que te interesa oír es eso.
(Cruce de miradas. La intensidad de las mismas queda librada al criterio del lector).
—Perdoname, pero es de lo único que estuviste hablando hasta ahora.
—Qué querés decir: ¿que es lo único que me interesa a mí también? Porque es obvio que vos sólo querés oírme hablar de ella.
—No lo digo yo.
—Las pelotas, no lo decís. Pero okey; okey. Ya que tanto insistís. Dame un minuto. Dame más de un minuto, mejor. Se me hace un poco arduo hablar de ella, últimamente.
(Largos doscientos o trescientos segundos de espera, de silencio, de duda. Hay un fantasma en el baño, que nadie ve).
—Una vez que estábamos en el Sur, de campamento en un bosque a la orilla de un lago, los dos solos, ¿cuándo fue?, en el 85, creo. Una noche, metidos en la misma bolsa de dormir y mirando las estrellas, ella me preguntó: «¿Cómo hiciste para encontrarme?». Lo dijo bajito, como si tuviera un poco de miedo de que yo contestara. Y no preguntes si le contesté, por favor. Simplemente escuchá. O desaparecé. (Pausa). ¿Querés más? Cuando supo que estaba embarazada, hace ocho meses, no me dijo ni una palabra. Fue al correo, metió los análisis en un sobre a mi nombre y me los mandó al Banco. Así me enteré.
—¿Solamente los análisis? ¿Ni una cartita, nada?
—Sólo los análisis. Y ni me había avisado que se los hizo.
—Me está empezando a caer bien, tu Daniela.
—Callate, querés. Y oí. Van a ser mellizos. Quizá ya nacieron; la fecha era para estos días. Se fue de casa ayer. Anteayer. Ya ni sé cuándo entré acá. Dijo que era algo que debió hacer mucho antes. A lo mejor, en este preciso momento, está pariendo en la clínica. O a punto de parir. O con los mellizos en brazos ya, dándoles de mamar. ¿Y me podés explicar qué estoy haciendo yo acá? ¿Me podés explicar dónde debería estar ahora?
—¿En la clínica?
—Ja.
—Todavía estás a tiempo.
—Qué carajo sabrás, vos. ¿Te creés que ésta es una de tus estúpidas historias de amor? Antes de irse de casa me miró con asco y dijo: «¿Me vas a seguir como un perro hasta lo de mamá?». Hija de puta.
JUAN FORN - "Nadar de noche" - (1991)
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