Iba a golpear a la puerta cuando oí su voz. «Ya lo sé… Yo también te extraño… Silvia, Silvia». Me alejé de espaldas como si hubiera recibido un disparo. Caminé en círculos mientras mi cabeza se llenaba y se vaciaba. Arranqué un ramo de jazmines azules de una casa abandonada, me los puse en el pelo y volví sobre mis pasos. Esta vez ladró el perro y golpeé.
Ernesto miró las flores en mi pelo. Me besó los labios fríos y anunció que iba a hacer té. Lo habían contratado de fotógrafo para otra boda, dentro de unos meses, me contó mientras hervía el agua en la cocina. Había ganado una beca y había empezado un máster en fotografía, ahora sus fotos tenían un discurso. Llenó dos tazas que apoyó sobre la mesa y nos sentamos.
Silvia, Silvia, recordé y la taza se me cayó de las manos.
—Ni la taza se va a desromper ni el té va a desderramarse… —recitó él y quise clavarle un trozo de la loza que se agachó a recoger o subirme encima y besarlo y hacerlo allí mismo, sobre la loza rota. Los sentimientos no eran exactos como la física.
—Es el ejemplo que pone Alok Jha para explicar por qué un sistema aislado permanece cerrado o bien evoluciona hacia un estado más caótico, nunca hacia otro más ordenado. —Buscó otra taza, me sirvió más té—. En el espacio puedes moverte en muchas direcciones, pero en el tiempo solo podemos movernos hacia adelante.
Bebí para calmarme. Él no tocó su taza.
—Tengo un proyecto —dijo observándome—: llevar la física a la fotografía.
Buscaba mi aprobación como yo ante mi madre. No sabía nada de mí. No me había fotografiado, no me había investigado. No había visto mi locura más que en la cama.
MARÍA FASCE - "El final del bosque" - (2025)



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