Mi madre parecía aliviada cuando he llevado la conversación hacia el tema sobre el que ha girado toda su vida desde que tengo memoria: los niños. Sus alumnos del colegio, sus propias hijas y todos los niños del mundo. En su vida, todos los días eran Navidad, he afirmado, porque, cada vez que nacía una criatura, ella se lo tomaba como una nueva oportunidad para hacer del mundo un lugar mejor. De hecho, ella sostenía —cosa que ha admitido al mencionarlo yo— que tan solo con que aprovecháramos aquella oportunidad una y otra vez, siempre que se presentara, poco a poco iríamos percibiendo cambios en silencio, de forma gradual. Guerras, violencia, abusos de poder, corrupción, todo se vería reducido, y entonces podrían resolverse más fácilmente otros problemas como el hambre, la enfermedad, la pobreza y, en definitiva, cualquier cosa. Esa ha sido siempre su postura. Pienso que el motivo se halla en su propia infancia y su época escolar, y creo que habla realmente en serio cuando afirma que los niños a los que no se les hiere durante ese período contribuirán a construir un mundo mejor.
Le he preguntado si veía realmente el mundo de ese modo, si la cosa era tan simple, y ella lo creía de veras. Simple, sí, ha dicho, pero no sencillo. Tampoco consistía en dejar que predominara un estado de naturaleza, ha insistido. No se trataba de eso. A los niños había que ayudarlos y guiarlos a lo largo de su camino.
En ese punto la he interrumpido, pues ya conozco su opinión acerca de los ingredientes necesarios para la crianza y la etapa escolar de los niños. Cosas como que deben estudiar varios idiomas y cultivar un huerto, o las canciones y la música, y la idea de que hay que acompañarlos durante toda la niñez para que la superen indemnes e intactos, pero, a la vez, experimentados y curtidos. Siempre con sumo cuidado, como si fueran plantas, solía decir ella, pero, antes de que empezase a hablar, le he dicho que su argumentación me hacía pensar en una cierta mecánica, aunque una mecánica tierna, por supuesto, una especie de mecánica redentora, mediante la cual los niños salvarían el mundo. Una simple mecánica navideña, la he llamado ahora, a pesar de que sabía que no le agradaba que describiéramos su modo de pensar como una mecánica.
SOLVEJ BALLE - "El volumen del tiempo II" - (2025)




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