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lunes, 6 de octubre de 2025

SIEMPRE ODIÓ EL KITSCH

  

Su cuñada acomodaba la mesa con unos mantelitos individuales de hule que Marcela odiaba. Siempre odió el kitsch, desde mucho tiempo antes de que en la facultad le enseñaran el kitsch como un valor. Nunca le había encontrado la gracia a esas flores en los manteles, a los angelitos de los calendarios o a esas novelas argentinas en que las mujeres tejían en punto cruz mientras hablaban de cualquier cosa.

   Pero sobre todo, odiaba a su cuñada a quien conocía bien, mejor de lo que la conocía su hermano. Había sido novia del mejor amigo de Marcela de la adolescencia. Era de esas chicas absorbentes, esponjas de amor que chupan el alma de sus parejas. Difícil ver a alguien más enamorado que a esa clase de mujeres: llaman a sus novios con las expresiones más edulcoradas, hablan de ellos con una pasión que hace sentir un témpano a sus interlocutores, parecen vivir por los ojos de sus parejas y son terriblemente celosas.



   Celosas de las otras mujeres, de los amigos, de los familiares, hasta del club de fútbol del que el novio es hincha. Pero llega un día en que se cansan o cambian de objeto de deseo. Así hizo su cuñada. Un día dejó a su amigo y se puso de novia con su hermano. Casi termina en tragedia porque su amigo tomó pastillas en un patético intento de suicidio y su hermano intentó pegarle a su vez en un par de reuniones en las que se cruzaron. El resultado fue que Marcela terminó perdiendo a su amigo (cada vez resultaba más difícil verse sin que surgiera el tema de su cuñada) y su hermano se convirtió en la muestra más acabada de la estupidez masculina siguiéndole el jueguito de apelativos azucarados, de miradas apasionadas hasta para pasarse el salero, de no poder despegarse ni un segundo.

SERGIO OLGUÍN - "Filo" - (2003)


Imágenes: Magnhild Kennedy

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