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miércoles, 22 de octubre de 2025

LAS CONNOTACIONES ERÓTICAS DE LA GRANADA


Me parece importante resaltar que Granada no debe su nombre, como se suele creer, a la hermosa fruta así llamada en español, sino a un topónimo muy antiguo, prerromano, Karnattah o Garnata, de significación incierta y quizá de raíz púnica. Cuando la ciudad fue tomada por Fernando e Isabel prevaleció la etimología popular al constatar sus nuevos dueños la proliferación del granado en los jardines y huertas árabes de la misma (debido al hecho de ser el frutal por excelencia del Paraíso coránico). Convertida en símbolo oficial del reino cristiano, la granada se añadió al escudo real. Cabe deducir que favoreció su incorporación la coincidencia de que, caída su hermosísima flor bermellón, los puntiagudos sépalos del cáliz se van abriendo para figurar una llamativa corona invertida.

  Richard Ford comenta que, de haber querido los árabes dar el nombre de la granada a la ciudad, hubiesen utilizado el que les proporcionaba su propio idioma, Romman. Le entusiasmó descubrir que los granadinos comían todavía una ensalada, conocida como ensalada romana, hecha con los suculentos granos de la fruta.

  Al recibir el encargo de diseñar una entrada monumental a la Alhambra, Pedro Machuca, discípulo de Miguel Ángel y arquitecto del palacio de Carlos V, decidió adornar su frontón, centrado por el escudo del emperador, con tres enormes ejemplares, medio abiertos, de la simbólica fruta. Se trata de la hoy conocida Puerta de las Granadas, situada en la empinada cuesta de Gomérez, que arranca en Plaza Nueva.


  Hoy no se puede dar un paso por la ciudad sin tropezar enseguida con representaciones de la granada. Figura en todos los rótulos callejeros de cerámica —la famosa cerámica azul y verde del barrio albaicinero de Fajalauza—, en los célebres empedrados de la ciudad (con su mezcla de guijos blancos y negros), en las bocas de riego y hasta en los innumerables bolardos instalados en filas, como soldados diminutos, para impedir el indebido aparcamiento de coches en las aceras. En medio de Puerta Real, epicentro de la ciudad, el Ayuntamiento ha plantado un granado que, en mi última visita, ya prometía una cosecha abundante. La insistencia sobre la etimología popular y errónea del nombre de la ciudad es, pues, absoluta. ¡Granada está llena de… granadas!

  El nombre procede del latín malus granata, o sea «fruta llena de granos». Y se entiende porque, cuando en otoño se empieza a abrir su dura coraza protectora, revela dentro centenares de semillas repletas de zumo rojo. ¿Quién fue el primero en intuir, contemplándola así, la posibilidad de fabricar un pequeño artefacto metálico, redondo como ella, que cupiera en la mano como una pelota y llevara en sus entrañas semillas mortíferas? No lo he podido descubrir, pero hay que reconocer la genialidad del invento. Desde entonces, la granada (en inglés y francés grenade) ha causado muchos estragos en el mundo.

  Por otro lado habría que tener en cuenta las connotaciones eróticas de la granada, relacionada de manera estrecha, en la cultura grecorromana, con Afrodita o Venus, diosa del amor, quien, según uno de sus mitos, se la regaló al pueblo de Chipre nada más poner los pies en tierra tras su nacimiento de la espuma del mar. Hay incluso quienes mantienen que la fruta prohibida del Edén, no especificada en el Génesis, fue en realidad, más que manzana, una granada. ¡Quién sabe!

IAN GIBSON - "Poeta en Granada" - (2015)


Imágenes: Sonia Rentsch

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