¿Fue Sandra Mozarovski amante del rey?
Debe de ser una gran responsabilidad desempeñarse como amante de un rey, el rey encarna al Estado, a la Patria, a la Bandera, a la Nación, con todos sus derivados: el Ejército, el Gobierno, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Tribunal Supremo, etc.; el rey es también un hombre de carne y hueso, sí, pero ante todo y sobre todo es un símbolo, una institución andante, tiene algo de semidiós, meterse en la cama con él es como acostarse con todas esas abstracciones, ha de cohibir por fuerza. Intento ponerme en la piel de Sandra, me imagino en el lecho, desnuda bajo las sábanas, aguardando al monarca… ¿Cómo me dirijo a él, cómo le llamo: majestad, señor, Juan Carlos, mi rey? No sé seguir, me paraliza el miedo y también la sospecha de que cuando se acerque y me vea, mostrará su disgusto: «¿Qué hace esta niña en mi cama? ¡Que se la lleven!», porque a los diecisiete años yo era una adolescente flaca, sin pecho, sin caderas, sin culo al que agarrarse, en cambio Sandra… Para empezar, era actriz, y pese a su corta edad ya había representado muchas escenas de cama, innumerables revolcones con campesinos, frailes, nobles, bandidos, padres de familia, militares de las SS, Alfredo Landa…, ella podía fingir placer, arrobo, pasión, o asco, temor o aborrecimiento a su antojo, y esa aptitud debió de serle de gran utilidad también fuera de las cámaras.
Los primeros encuentros amorosos suelen incorporar cierta dosis de fingimiento, la naturalidad hay que fingirla, la desinhibición también, ese abandono indolente de nuestro cuerpo desnudo a un cuerpo extraño es impostado, buscamos mostrar una desenvoltura, una espontaneidad que son forzadas; hay unas normas implícitas de cortesía en el lecho que no olvidamos ni en el más tórrido de los abrazos; nuestras manos y nuestras piernas y nuestros torsos pueden anudarse y desanudarse con aparente entrega mientras cerramos los ojos para expresar una confianza, un éxtasis que todavía no sentimos, no podemos, estamos demasiado absortos procurando trazar en nuestra mente un mapa apresurado de ese cuerpo ajeno que nos invade, en reconocer sus límites, sus peculiaridades, en acostumbrarnos a su olor, al tacto de su piel, al sabor de su saliva, de su lengua, pero hemos de fingir que no nos es nuevo, sólo más tarde, cuando ya nada en ese cuerpo o en ese abrazo nos resulta desconocido y el deseo que sentíamos quizá se ha entibiado o domesticado, dejamos de fingir y de ser corteses y entonces sí, de verdad nos abandonamos y nos atrevemos a decir, por ejemplo, «quita de ahí el brazo, que me haces daño»; hay que imaginar a Sandra muchos encuentros después, cuando ya no está tensa ni nerviosa ni tiene que actuar, cuando ya ha olvidado que el rey es su rey y se atreve a decirle: «Quita de ahí el brazo, que me haces daño».
CLARA USÓN - "El asesino tímido" - (2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.