Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 23 de julio de 2025

LE ENCANTABAN LAS SERIES CUANDO NO EXISTÍA LA PALABRA SPOILER

 


Una vez escribí en un poema que los nudos solo se deshacen sin tirar de ellos. Esta imagen vale para las cuerdas de las peonzas, para los pensamientos enquistados, para los hilos. La caja de costura a veces tenía embrollos en las madejas de ganchillo o en las de punto de cruz y los tenía que deshacer para poder usarlos en las pulseras. No tires de los sobrantes, me decía mi madre, haz más grande el nudo, como si trataras de ver lo que tiene dentro. Usaba la palabra esponjarlo. Al principio lo hacía mal y al tirar endurecía los nudos, que se cerraban como los tentáculos de un pulpo en una roca. Pero luego aprendí eso de esponjar y los hilos se separaban en lazadas involuntarias fáciles de desatar.

   Nunca se acabaron los hilos de mamá. Se acabó ella antes. Y desde entonces han quedado en la memoria cabos sueltos de los que es inevitable tirar. Por ejemplo, le encantaban las series cuando no existía la palabra spoiler, así que cuando veo una serie, una especie de algoritmo emocional me dice si le gustaría o no verla, y una parte de mí se la cede y la veo con sus ojos. Sé que el Sherlock de Benedict Cumberbatch se lo habría visto en bucle, como Mad Men o El ala oeste. Y con la música sucede lo mismo. Habría votado por la georgiana seguro, por su Beethoven. Si escucho, por ejemplo, a Martirio con Chano Domínguez o a Sílvia Pérez Cruz sé que le habría regalado esos discos y los habríamos puesto en el coche como hacíamos antes con las cintas. Los escucho desde ella, y cuando establezco ese vínculo entre lo que no puede vivir y lo que yo vivo, se alumbra un pedazo oscurecido de su memoria.



   Fijar su recuerdo únicamente a la dimensión física en la que estuvo, a lo que hacía o los sitios que compartimos es algo que la limita, por eso proyecto su identidad en todo lo que se está perdiendo, como si pudiera reestablecer cierto orden. Lo que queda vivo de mi madre se manifiesta cuando leo por primera vez a Vivian Gornick o a Lucia Berlin; cuando subrayo párrafos y a veces no sé si los subrayo para mí o para ella, porque en lo que percibo están también sus emociones.

   Todo lo que le gustaba orbita ahora sobre mí y algo de ella se mantiene intacto en ese movimiento pendular que va y viene, trayendo imágenes y llevándose recuerdos, dejando polvo, impresiones y fogonazos que no me permiten verla, pero sí apreciar por un instante, además de su cuerpo o la forma de su cara, un extracto de su presencia.

   La ausencia tiene esos destellos. Por ejemplo, cuando florece el cerezo que plantó en casa; en vez de ver el árbol, veo la belleza que ella no puede ver, y lo mismo pasa cuando semanas después comemos las cerezas o cuando la huerta de mi padre da tomates. Cuando cocino las recetas que dejó escritas a mano en un libro. Cuando estrenan una película de las suyas. Cuando a mis hijos les crece el pie o se ponen malos. Cuando me pongo un vestido. Cuando entro en una librería y está ese olor que le hacía respirar fuerte y entrecerrar los ojos. Es ahí cuando existe en un instante clarividente, como una constelación que de repente toma forma al unir sus puntos.

MARTA SAN MIGUEL - "Antes del salto" - (2022)


Imágenes: Svea Tisell

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