Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 30 de julio de 2025

UN SIMPLE ANIMAL ELÉCTRICO

 


Una deliciosa y sutil descarga eléctrica, activada por la alarma automática del climatizador del ánimo, situado junto a la cama, despertó a Rick Deckard. Sorprendido, porque nunca dejaba de sorprenderle eso de despertarse sin previo aviso, se levantó de la cama y se desperezó, vestido con el pijama de colores. En la cama, su esposa Iran abrió los ojos grises, apagados; al pestañeo siguió un gruñido, y cerró de nuevo los párpados.

   —Has puesto un ajuste muy suave en el Penfield —regañó a su mujer—. Volveré a modificarlo, te despertarás y…

   —Aparta las manos de mis ajustes —le advirtió ella con una nota de amargura—. No quiero despertar.

   Se sentó a su lado, inclinado, hablándole en voz baja.

   —Si lo ajustas a un nivel lo bastante alto, te alegrarás de estar despierta; ese es el quid de la cuestión. En el ajuste C supera el umbral de la consciencia, como me pasa a mí. —Se sentía tan bien dispuesto hacia el mundo en general, después de pasar la noche con el dial en la posición D, que le dio unas suaves palmadas en el hombro desnudo y blanco.

   —Quita de ahí tu áspera mano de poli —le advirtió Iran.

   —No soy poli. —Aunque no había ajustado el mando se sintió irritado.

   —Aún peor —dijo su mujer sin abrir los ojos—. Eres un asesino que trabaja a sueldo para los polis.

   —Nunca he matado a un ser humano. —Su irritabilidad había aumentado hasta convertirse en hostilidad.

   —Solo a esos pobres andys —dijo Iran.



   —Pues no recuerdo que hayas tenido ningún problema para gastarte el dinero de las recompensas que gano en cualquier cosa que te llame la atención. —Se levantó para acercarse a la consola del climatizador del ánimo—. En lugar de ahorrar para que podamos comprarnos una oveja de verdad que sustituya a la falsa eléctrica que tenemos en la azotea. Un simple animal eléctrico. Para eso llevo todos estos años esforzándome. —Ya junto a la consola, titubeó entre marcar el código del inhibidor talámico, que suprimiría la ira, o el estimulante talámico, que le irritaría lo suficiente para salir vencedor de la discusión.

   —Si aumentas el veneno, yo también lo haré —le advirtió Iran—. Marcaré el nivel máximo y acabarás inmerso en una pelea que dejará cualquier disputa que hayamos tenido a la altura del betún. Tú marca y verás; ponme a prueba. —Se levantó y corrió hasta la consola de su propio climatizador del ánimo; se quedó de pie junto a ella, mirándole expectante con los ojos muy abiertos.

   Él lanzó un suspiro, vencido por la amenaza.

   —Marcaré lo que estaba previsto en mi agenda del día. —Examinó el programa para el día 3 de enero de 1992 y comprobó que se trataba de la actitud profesional de un hombre metódico—. Si marco lo que tengo programado —dijo con cautela—, ¿harás tú lo mismo? —Esperó, consciente de que no debía comprometerse hasta que su mujer aceptase imitar su ejemplo.

   —En mi programa del día figura un episodio depresivo de autorreproches de seis horas de duración —anunció Iran.

   —¿Cómo? Pero ¿por qué has programado algo así? —Eso atentaba contra el espíritu del climatizador del ánimo—. Yo ni siquiera sabía que pudiera programarse algo semejante —dijo, desanimado.

PHILIP K. DICK - "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Blade Runner)" - (1968)


Imágenes: Mitsuru Nikaido


lunes, 28 de julio de 2025

¿A QUE TENEMOS UNA CULTURA ENFERMA?


Sheila tenía veintidós años y se acababa de licenciar en música en la Universidad Bob Jones. Jake tenía veintiséis, y antes de este trabajo había sido reportero en un diario de Charlotte. Adoraba el pestazo a papel prensa que impregnaba su cubículo y los cierres a altas horas de la noche, la euforia que lo invadía después de entregar un artículo. Y entonces, en una fiesta —ella había ido en coche a Charlotte con unos amigos—, había conocido a Sheila, con su belleza reservada, al margen en cierto modo del ruido y el fulgor de aquellos veinteañeros luciendo su atractivo. Estaban en el apartamento de un amigo de un amigo. Cuando salió al balcón a fumar, se la encontró allí sentada en una silla de jardín, con un vestido azul turquesa que resplandecía en contraste con el atardecer anaranjado, mirándolo con una expectación tan palpable que Jake sintió que llegaba con retraso. Ella, con su pelo castaño rojizo y brillante y su expresión perspicaz, le pareció descaradamente pura, y pasaron toda aquella cálida noche de verano sentados en el porche del apartamento de su amigo, observando a la gente a través de las puertas de cristal, inventando diálogos cómicos para ellos, analizando sus gestos. No había cenado. Alguien en un apartamento vecino estaba haciendo carne a la parrilla, pero a pesar del olor de los filetes, se quedó con ella.

   —Odio flirtear —dijo ella en un punto de la noche en el que la gente empezó a emparejarse. Él siguió la dirección de su mirada hasta el salón del apartamento, donde una chica cruzaba la sala a zancadas sobre unos tacones de aguja—. Y odio los zapatos de tacón alto.



   Jake había reparado, cuando salió al porche a fumar, en los tacones azules abandonados en el suelo, en sus pies descalzos.

   —¿Sabes por qué le gustan tanto a la gente?

   Él le respondió que siempre había pensado que era porque estilizaban las piernas, y ella replicó excitada:

   —Por la lordosis. ¿Sabes? El arco que traza la espalda de una mujer durante el apareamiento.

   La observó mientras ella se subía a sus tacones y le decía que prestara atención al efecto que tenían en su postura.

   —¿A que tenemos una cultura enferma?, —dijo ella.

   Jake examinó su culo, sus pantorrillas tonificadas y le dio la razón sin reservas mientras proseguía con sus críticas, consciente de que también ella, con las mejillas encendidas a la luz de las lámparas que llegaba del otro lado del cristal, estaba excitada. Sheila le dijo que ojalá dejase de fumar, porque no quería que tuviese un cáncer, y él se apresuró a apagar el cigarrillo que se estaba fumando con el talón del zapato. Sheila le pidió que le diera el paquete y luego, mirándolo a los ojos, lo lanzó a sus espaldas por encima de la baranda. Él no sabía si debía estar enfadado o impresionado: Sheila era etérea, pero también un poco arpía. Cuando el fin de semana siguiente empezó a hacer planes de conducir hora y media hasta su pueblo para verla, le dio la impresión de que tal vez ya estaba enamorado.

APRIL AYERS LAWSON -  "Virgen y otros relatos" - (2016)


Imágenes. Kelly Reemtsen

sábado, 26 de julio de 2025

LA CRISTALIZACIÓN DE CENTENARES DE LÁGRIMAS


Masaru Emoto (1943-2014) fue un controvertido científico japonés que afirmaba la existencia de una relación entre la mente y la materia. Uno de sus experimentos más famosos consistía en colocar recipientes de agua separados y añadirles una etiqueta. La etiqueta de un recipiente determinado contenía una palabra con un mensaje positivo, por ejemplo «amor», y en otro recipiente lo contrario, una palabra con un mensaje negativo, como «odio».

     El científico reproducía música clásica en presencia del recipiente con el mensaje positivo, y música estridente con el recipiente de mensaje negativo. En otros experimentos en lugar de reproducir música colocaba imágenes y decía palabras positivas y negativas a los recipientes correspondientes. Después de unos cuantos días congelaba el recipiente con su contenido y analizaba bajo microscopio los cristales de agua que formaban el líquido. El resultado era impactante, los cristales de agua que se formaban en el recipiente del mensaje positivo estaban armonizados, su estructura era geométrica y estaban unidos (similar a la estructura de los copos de nieve). Por lo contrario, los cristales del recipiente con mensaje negativo estaban desestructurados, rotos y sin concordancia. ¿Acaso la mente afectaba a estos recipientes?



     Si esto fuera así, no podemos dejar de tener en cuenta que el cuerpo humano se compone de un 80 por ciento de agua. ¿Podría cambiar nuestro cuerpo los pensamientos de la gente que nos rodea hasta hacernos enfermar? Masaru Emoto estaba convencido de que sí. Para su desgracia, la comunidad científica no aceptó las pruebas que él proporcionó. No podía demostrar la relación entre mente y materia.

     Para acabar con las críticas, Masaru realizó un segundo experimento y publicó los resultados en la revista Explore Journal en el año 2006 junto a Dean Radin —el científico que trabajó en el Proyecto Conciencia Global que veremos más adelante—. El objetivo del experimento era cambiar la materia de dos recipientes situados a 8000 km, en California. En Tokio, se enseñó una imagen de las botellas a 1800 personas y desde Google Maps la posición de estas para que mandaran mensajes positivos a una y negativos a otra. El análisis de los cristales fue el esperado, exactamente igual que en su primer experimento, pero aun así la ciencia no pudo aceptarlo como científico.

     Masaru Emoto realizó más experimentos a lo largo de su vida hasta que falleció en octubre del año 2014. Existieron otros científicos que experimentaron con sus teorías. Por ejemplo, la fotógrafa Rose-Lynn Fisher fotografió la cristalización de centenares de lágrimas según el sentimiento que las provocaba. Las lágrimas de felicidad eran tremendamente distintas de las de dolor.

IVÁN MARTÍNEZ JUAN - "Los seres tulpa y otros misterios sin resolver" - (2016)


Imágenes: Rose-Lynn Fisher

miércoles, 23 de julio de 2025

LE ENCANTABAN LAS SERIES CUANDO NO EXISTÍA LA PALABRA SPOILER

 


Una vez escribí en un poema que los nudos solo se deshacen sin tirar de ellos. Esta imagen vale para las cuerdas de las peonzas, para los pensamientos enquistados, para los hilos. La caja de costura a veces tenía embrollos en las madejas de ganchillo o en las de punto de cruz y los tenía que deshacer para poder usarlos en las pulseras. No tires de los sobrantes, me decía mi madre, haz más grande el nudo, como si trataras de ver lo que tiene dentro. Usaba la palabra esponjarlo. Al principio lo hacía mal y al tirar endurecía los nudos, que se cerraban como los tentáculos de un pulpo en una roca. Pero luego aprendí eso de esponjar y los hilos se separaban en lazadas involuntarias fáciles de desatar.

   Nunca se acabaron los hilos de mamá. Se acabó ella antes. Y desde entonces han quedado en la memoria cabos sueltos de los que es inevitable tirar. Por ejemplo, le encantaban las series cuando no existía la palabra spoiler, así que cuando veo una serie, una especie de algoritmo emocional me dice si le gustaría o no verla, y una parte de mí se la cede y la veo con sus ojos. Sé que el Sherlock de Benedict Cumberbatch se lo habría visto en bucle, como Mad Men o El ala oeste. Y con la música sucede lo mismo. Habría votado por la georgiana seguro, por su Beethoven. Si escucho, por ejemplo, a Martirio con Chano Domínguez o a Sílvia Pérez Cruz sé que le habría regalado esos discos y los habríamos puesto en el coche como hacíamos antes con las cintas. Los escucho desde ella, y cuando establezco ese vínculo entre lo que no puede vivir y lo que yo vivo, se alumbra un pedazo oscurecido de su memoria.



   Fijar su recuerdo únicamente a la dimensión física en la que estuvo, a lo que hacía o los sitios que compartimos es algo que la limita, por eso proyecto su identidad en todo lo que se está perdiendo, como si pudiera reestablecer cierto orden. Lo que queda vivo de mi madre se manifiesta cuando leo por primera vez a Vivian Gornick o a Lucia Berlin; cuando subrayo párrafos y a veces no sé si los subrayo para mí o para ella, porque en lo que percibo están también sus emociones.

   Todo lo que le gustaba orbita ahora sobre mí y algo de ella se mantiene intacto en ese movimiento pendular que va y viene, trayendo imágenes y llevándose recuerdos, dejando polvo, impresiones y fogonazos que no me permiten verla, pero sí apreciar por un instante, además de su cuerpo o la forma de su cara, un extracto de su presencia.

   La ausencia tiene esos destellos. Por ejemplo, cuando florece el cerezo que plantó en casa; en vez de ver el árbol, veo la belleza que ella no puede ver, y lo mismo pasa cuando semanas después comemos las cerezas o cuando la huerta de mi padre da tomates. Cuando cocino las recetas que dejó escritas a mano en un libro. Cuando estrenan una película de las suyas. Cuando a mis hijos les crece el pie o se ponen malos. Cuando me pongo un vestido. Cuando entro en una librería y está ese olor que le hacía respirar fuerte y entrecerrar los ojos. Es ahí cuando existe en un instante clarividente, como una constelación que de repente toma forma al unir sus puntos.

MARTA SAN MIGUEL - "Antes del salto" - (2022)


Imágenes: Svea Tisell

lunes, 21 de julio de 2025

CONSTRUYE UN NUEVO YO


Así es como se hace.

   No le digas a nadie que te vas: ni a tu novio, ni a tu novia, ni a tu marido, ni a tu mujer, ni a tu madre, ni a tu padre, ni a tu hijo. Hay muchas razones por las que tendrás la tentación de hacerlo, la mayoría de ellas altruistas, pero desaparecer no tiene nada que ver con ser bondadoso. Si dejas a alguien atrás, se preocuparán por ti, te buscarán, lamentarán tu pérdida, avisarán a las autoridades, llamarán por teléfono a los hospitales, se temerán lo peor. Todo ello se debe asimilar y entender. No se gana nada con decírselo a alguien antes de irte, ni llamándoles por teléfono o enviándoles una carta cuando ya te has ido. Lo único que vas a conseguir con eso es delatarte.

   Construye un nuevo yo. Busca una afición nueva, como jugar al baloncesto, coleccionar monedas o la jardinería. Empieza a madrugar, o a ser la típica persona que lleva siempre las uñas impolutas o que toma vitaminas. La idea es que no sea una extensión de tu yo anterior: lo ideal es que las diferencias sean considerables, aunque parezcan insignificantes. Si, por ejemplo, en tu vida anterior bebías una lata de Coca-Cola Light cada tarde, deberías dejarlo y empezar a beber otra cosa. Si evitabas tomar Paracetamol por cualquier motivo, deberías empezar a hacerlo.



   Hay algunas cosas que no puedes cambiar, por ejemplo, si eres dado a la amigdalitis, si llevas gafas graduadas o si una picadura de avispa te genera una reacción anafiláctica. Un apéndice extirpado no se puede volver a poner, pero puedes alterar los hábitos, la forma de hablar, la actitud. Examínate en el espejo. Si tienes tendencia a cruzarte de brazos a la defensiva cuando estás nervioso, practica dejarlos sueltos a los lados y lleva la espalda a un punto imaginario de la base de tu columna: ahora tu nuevo yo está erguido y saca pecho. Piensa en cualquier tic que tengas, en las cosas que tus parejas o amigos te hayan comentado alguna vez. «Cuando te pones nervioso, siempre…». «Sé que mientes porque…». Destruye esos hábitos y desarrolla otros nuevos. Es difícil, pero no imposible. Como conducir, la mayoría de las cosas complicadas pueden llegar a automatizarse con el tiempo.



   Asegúrate de que puedas hablar con fundamento sobre los recuerdos que te inventes si es necesario. No digas que has estado viviendo en Brisbane con tu ex el año anterior si no puedes nombrar una calle en la que podrías haber vivido, un barrio en el que podrías haber trabajado, y tres o cuatro bares que podrías haber frecuentado los fines de semana. Por esta misma razón suele ser más seguro decir que vienes de una ciudad grande en lugar de un pueblo pequeño, porque es menos probable que la gente te diga «Tengo una amiga en Sídney, a lo mejor la conoces…», y es más fácil hablar en términos abstractos. Si, por ejemplo, dices que eres de Mildura, y la otra persona resulta que es de allí, corres el riesgo de que te pregunte a qué colegio fuiste, si conoces al Sr. Scala y dónde vivías en relación con, por ejemplo, una torre de agua, un puente o un complejo de cines. E incluso si logras salir del paso por los pelos, lo más probable es que suenes aturullado y poco convincente, y puede convertirse en la primera puntada descosida del cuerpo nuevo que has hilvanado con sumo cuidado.

   Si tu vocabulario te delata como alguien de un lugar concreto, o te encasilla dentro de una u otra clase social, cámbialo. Escucha a los que te rodean y, si lo ves necesario, imítalos. Como un pájaro pergolero, estás construyendo tu propio nido.

JENNIFER DOWN - "Cuerpos de luz" - (2021)


Imágenes: Douglas G. D. Russell

viernes, 18 de julio de 2025

ESTÁS ENAMORADO HASTA EL ALMA

 


Di media vuelta y caminé hasta el bar de Sáenz Peña y allí encontré al flaco Higueras, sentado en el mostrador, conversando con el chino. «¿Qué te pasa?», me dijo. Yo nunca había hablado con nadie de Tere, pero esa vez tenía necesidad de confiarme a alguien. Le conté al flaco todo, desde que conocí a Teresa, cuatro años atrás, cuando vino a vivir al lado de mi casa. El flaco me escuchó muy serio, no se rió ni una vez. Sólo me decía, a ratos: «vaya, hombre», «caramba», «qué tal». Después me dijo: «estás enamorado hasta el alma. Cuando yo me enamoré por primera vez, era de tu edad más o menos, pero me dio más suave. El amor es lo peor que hay. Uno anda hecho un idiota y ya no se preocupa de sí mismo. Las cosas cambian de significado y uno es capaz de hacer las peores locuras y de fregarse para siempre en un minuto. Quiero decir los hombres. Las mujeres, no, porque son muy mañosas, sólo se enamoran cuando les conviene. Si un hombre no les hace caso, se desenamoran y buscan a otro. Y se quedan como si nada.



  Pero no te preocupes. Como que hay Dios que te curo hoy mismo. Yo tengo un buen remedio para esos resfríos». Me tuvo tomando pisco y cerveza hasta que anocheció y después me hizo vomitar: me apretaba el estómago para ayudarme. Después me llevó a una chingana del puerto, me hizo ducharme en un patio y me dio de comer picantes en un salón lleno de gente. Tomamos un taxi y le dio una dirección. Me preguntó: «¿ya has estado en un bulín?» Le dije que no. «Esto te sanará, me dijo. Ya vas a ver. Sólo que a lo mejor te paran en la puerta». Efectivamente, cuando llegamos nos abrió una vieja que conocía al flaco y que al verme se puso furiosa. «¿Estás loco que te voy a dejar entrar con esa guagua? Cada cinco minutos caen por aquí los soplones a gorrearme cervezas». Se pusieron a discutir a gritos. Al fin, la vieja aceptó que entrara. «Eso sí, nos dijo, se van de frente al cuarto y no me salen hasta mañana». El flaco me hizo pasar tan rápido por el salón del primer piso que no vi la cara de la gente. Subimos una escalera y la vieja nos abrió un cuarto.



  Entramos y antes que el flaco prendiera la luz, la vieja dijo: «te voy a mandar una docena de cervezas. Te acepto con la criatura pero tienes que consumir bastante. Y ya subirán las chicas. Te mandaré a la Sandra, que le gustan los mocosos». El cuarto era grande y sucio. Había una cama en el centro con una colcha roja, una bacinica y dos espejos, uno en el techo, sobre la cama y el otro al costado. Por todas partes había dibujos de mujeres y hombres calatos, hechos con lápiz y navaja.



   Después entraron dos mujeres trayendo muchas botellas de cerveza. Eran amigas del flaco y lo besaron; lo pellizcaban, se le sentaban en las rodillas y decían palabrotas: culo, puta, pinga y cojudo. Una era flaca, una gran mulata con un diente de oro y la otra medio blanca y más gorda. La mulata era la mejor. Las dos se burlaban de mí y le decían al flaco: «corruptor de menores». Empezaron a tomar cerveza y después abrieron un poco la puerta para oír la música del primer piso y bailaron. Al principio yo estaba callado pero después de tomar me alegré. Cuando bailamos, la blanca me aplastaba la cabeza contra sus senos que se salían del vestido. El flaco se emborrachó y le ordenó a la mulata que nos hiciera show: bailó un mambo en calzones y de repente el flaco se le fue encima y la tiró en la cama. La blanca me cogió de la mano y me llevó a otro cuarto. «¿Es la primera vez?», me preguntó. Yo le dije que no, pero se dio cuenta que le mentía. Se puso muy contenta y mientras se me acercaba calatita me decía: «ojalá que me traigas suerte».

MARIO VARGAS LLOSA - "La ciudad y los perros" - (1962)


Imágenes: Victoria Ruiz

miércoles, 16 de julio de 2025

TOCO TU BOCA


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.



   Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

JULIO CORTÁZAR - "Rayuela" - (1963)


Imágenes: Henrik A. Uldalen

lunes, 14 de julio de 2025

¿CREE USTED QUE SE VA A ACABAR EL MUNDO?


Ford tuvo que ir tras él. Se volvió rápidamente hacia el tabernero y le pidió cuatro paquetes de cacahuetes.

   —Ahí tiene, señor —le dijo el tabernero, arrojando los paquetes encima del mostrador—. Son veinticinco peniques, si es tan amable.

   Ford era muy amable; le dio al tabernero otro billete de cinco libras y le dijo que se quedara con el cambio. El tabernero lo observó y luego miró a Ford. Tuvo un estremecimiento súbito: por un instante experimentó una sensación que no entendió, porque nadie en la Tierra la había experimentado antes. En momentos de tensión grande, todos los organismos vivos emiten una minúscula señal subliminal. Tal señal se limita a comunicar la sensación exacta y casi patética de la distancia a que dicho ser se encuentra de su lugar de nacimiento. En la Tierra siempre es imposible estar a más de veinticuatro mil kilómetros del lugar de nacimiento de uno, cosa que no representa mucha distancia, de manera que dichas señales son demasiado pequeñas para que puedan captarse. En aquel momento, Ford Prefect se encontraba bajo una tensión grande, y había nacido a seiscientos años luz, en las proximidades de Betelgeuse.



   El tabernero se tambaleó un poco, sacudido por una pasmosa e incomprensible sensación de lejanía. No conocía su significado, pero miró a Ford Prefect con una nueva impresión de respeto, casi con un temor reverente.

   —¿Lo dice en serio, señor? —preguntó con un murmullo apagado que tuvo el efecto de silenciar la taberna—. ¿Cree usted que se va a acabar el mundo?

   —Sí —contestó Ford.

   —Pero… ¿esta tarde?

   Ford se había recobrado. Se sentía de lo más frívolo.

   —Sí —dijo alegremente—; en menos de dos minutos, según mis cálculos.

   El tabernero no daba crédito a aquella conversación, y tampoco a la sensación que acababa de experimentar.

   —Entonces, ¿no hay nada que podamos hacer? —preguntó.

   —No, nada —le contestó Ford guardándose los cacahuetes en el bolsillo.

   En el silencio del bar alguien empezó a reírse con roncas carcajadas de lo estúpido que se había vuelto todo el mundo.

   El hombre que se sentaba al lado de Ford ya estaba como una cuba. Levantó la vista hacia Ford, haciendo visajes con los ojos.



   —Yo creía —dijo— que cuando se acercara el fin del mundo, tendríamos que tumbarnos, ponernos una bolsa de papel en la cabeza o algo parecido.

   —Si le apetece, sí —le dijo Ford.

   —Eso es lo que nos decían en el ejército —informó el hombre. Y sus ojos iniciaron el largo viaje hacia su vaso de whisky.

   —¿Nos ayudaría eso? —preguntó el tabernero.

   —No —respondió Ford, sonriéndole amistosamente, y añadió—: Discúlpeme, tengo que marcharme.

   Se despidió saludando con la mano.

   La taberna permaneció silenciosa un momento más y luego, de manera bastante molesta, volvió a reírse el hombre de la ronca carcajada. La muchacha que había arrastrado con él a la taberna había llegado a odiarle profundamente durante la última hora, y para ella habría sido probablemente una gran satisfacción saber que dentro de un minuto y medio su acompañante se convertiría súbitamente en un soplo de hidrógeno, ozono y monóxido de carbono. Sin embargo, cuando llegara ese momento, ella estaría demasiado ocupada evaporándose para darse cuenta.

   El tabernero carraspeó. Se oyó decir:

   —Pidan la última consumición, por favor.

   Las enormes máquinas amarillas empezaron a descender en picado, aumentando la velocidad.

   Ford sabía que ya estaban allí. Ésa no era la forma en que deseaba salir.

DOUGLAS ADAMS - "Guía del autoestopista galáctico" - (1979)


Imágenes: Jan van IJken

sábado, 12 de julio de 2025

OBSTINADA ESFERA

 

Obstinada esfera,

átomo enfebrecido

de vago delirio.

Síntomas azules

en el límite de una galaxia

definen tensiones,

punzadas,

que acceden a una fábula tácita.


Segregas deleites,

lujos cómplices,

celdas atentas,

goces inevitables...


Amortiguas los estímulos

y transmutas las búsquedas

tejiendo acordes y vestigios.

Trazas certezas

y sitúas tus impulsos,

tus potencias.


No escamotees el mensaje,

advierte (de) los indicios

y engatusa los umbrales.


Oscilas sobre un pozo,

vigilante

y acuciado

hasta que extremas

tu porosa carambola afortunada.

(24-07-2010)


Imágenes: Masakatsu Sashie

jueves, 10 de julio de 2025

PESADUMBRE DE HOMBRE QUE NO CONSIGUE HACERSE AMAR

 


Estaban ahí. La vieja en la fría penumbra. El viejo tendido en el suelo como un sapo, mirando con ese mirar con que el hombre mira el mirar de las vacas que miran las cosas.

   —Eres mala. Pájara —dijo él.

   Estaban ahí. Ella era pequeña y delgada, con cara de raíz, pelos en el mentón como brotes de patata y una melena muy larga, de hebras amarilleadas por los años y el agua de colonia. Olía a hojas y a tierra, a lombriz. Al olor ensordecedor del mar.

   Manuel y Lucha Amorodio.

   Estaban ahí.

   Él llevaba casi dos años encamado en un jergón de ese faiado, confundido entre viejos sedales y anzuelos, el cochecito de la niña, muñecas mutiladas y periódicos de una antigüedad remota. A la altura de los ojos, los frascos con los engendros que coleccionaba —un conejo con cinco patas, un pollo con doble pico—, que tan feliz lo habían hecho sentir durante ese tiempo.

   Pero algo había cambiado esa mañana. Algo que lo hizo levantarse, acercarse a la mesa y mirar. Con manos temblorosas, cogió un sobre, extrajo dos folios y los leyó. Con un bufido de rabia, los arrojó a un lado. Avanzó hasta la estantería, tomó la escopeta y con ella comenzó a barrer los frascos, que cayeron al suelo un poco antes que él: un río verde de formol se abrió paso entre las esquirlas de cristal, emborronando la tinta del papel.

   El monstruoso secreto de toda una vida al descubierto.

   Estaban ahí.

   —Pájara.

   Las manos suspendidas en el aire como un ratón, Lucha se acercó.



   —No digas nada —prosiguió Manuel mirándola desde el suelo, casi sin aliento—. Tan solo escucha y no digas nada. Habría asumido que no me amaras, al fin y al cabo, yo también cometí mis pecados, pero… —Se giró para señalar con un dedo trémulo los folios y el sobre rasgado, tirados por el suelo—. ¡Pero lo que dices ahí! ¡De eso no creí que fueras capaz! ¿No sientes vergüenza?

   Lucha no dijo nada, oyendo su respiración sofocada. Pensó en callar porque, seguramente, el silencio sería más elocuente. Pero ahora él esperaba una respuesta; por fin dijo:

   —La vergüenza es lo único que me mantuvo viva.

   Mirada de decepción. Durante mucho tiempo, al principio de casados, había sido de impotencia, pesadumbre de hombre que no consigue hacerse amar. Luego de rabia. Con el correr de los años, llegó el cansancio. Un cansancio mudo que forzaba a la extravagancia. Algo próximo al hastío que hacía que ella fuera incapaz de mirarlo a los ojos.

   Ahora aquella mirada era un erial donde latía el rencor. Lo que durante tanto tiempo había atenazado el cuerpo de él, convirtiéndolo en un silencioso nudo de sufrimiento, acababa de estallar con violencia. ¿Por qué le había hecho eso? ¿Por qué? El corazón le subía hasta la boca. Mala. Eres pájara. Mala.

   Al escuchar esas últimas palabras, Lucha se sintió repentinamente triste. Triste por ser incapaz de contar la verdad, que era mucho más bella que todo lo que su marido deseaba oír de ella. Menos mal que no tuvo que contestar.

   Con una expresión de fatiga y espanto, Manuel apretó el gatillo. En los oídos de Lucha resonó un rugido espantoso. Pero cuando se quiso dar cuenta, no era ella sino su marido —los ojos desorbitados con las pupilas opacas, pero qué raro, sin sangre ni herida— quien parecía haber muerto. Cristal, su nieta de trece años, estaba de rodillas detrás de él, la mano sujetando el cañón de la escopeta cuya bala había conseguido desviar. Dijo:

   —Casi la mata, avoa.

CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE - "La nostalgia de la Mujer Anfibio" - (2022)


Imágenes: Rima Day

martes, 8 de julio de 2025

TODO EMPIEZA CON UN BUEN DISFRAZ


Es importante el disfraz. La etiqueta. Te permite ser otro, prepara para la ocasión, la distingue, nos da la oportunidad de elaborar un ritual, solemnizar un día cualquiera, convertirlo en un tiempo especial, nos hace hablar de otro modo, movernos con nuevos movimientos, acceder a la posibilidad de otro yo. Odio con una inquina profunda a esas personas que desprecian los trajes, las corbatas, la sotana, la mitra, el esmoquin, y que se visten igual en todas las situaciones para insistir en su campechanía, en su autenticidad. España está llena de una nueva generación de políticos que han hecho de los tejanos y la camisa de cuadros un uniforme para todas las ocasiones, el mensaje es: yo soy como vosotros, no me disfrazo, soy siempre igual, soy auténtico, no me elevo sobre la plebe con una corbata. No han entendido nada, son solo auténticos en su imbecilidad. Hay que disfrazarse en cuanto uno vea llegar la ocasión, transitar de un yo a un otro yo, hasta hallar el yo preciso para la ocasión, para hacer de la ocasión todo lo que la ocasión puede llegar a ser. El hábito hace al monje, es lo imprescindible para que el monje se crea que lo es y actúe como tal. Lo tengo claro desde pequeño, me acuerdo de ir al cuarto de mi hermana mayor cuando había salido y ponerme su ropa interior, una falda, y sentir que era otra persona y ponerme a bailar, a cantar, a posar ante el espejo y ser capaz de moverme y de hablar de otra manera. Me acuerdo también de ponerme el traje de monaguillo de mi primo, y sentir que podía hablar con Dios de tú a tú, y de ponerme el vestido de azafata de Iberia de mi tía un domingo, y de servir café a toda la familia como si estuviéramos volando a Nueva York. Todo empieza con un buen disfraz.

JACOBO BERGARECHE - "Los días perfectos" - (2021)


Imágenes: Elodie Blanchard

domingo, 6 de julio de 2025

EL CINE ES UN LENGUAJE


 El cine es un lenguaje. Puede decir cosas: grandes, abstractas. Y eso me encanta.

   No siempre se me dan bien las palabras. Algunas personas son poetas y dicen las cosas con palabras bellas. Pero el cine posee un lenguaje propio. Y con él pueden decirse muchas cosas porque cuentas con el tiempo y las secuencias. Tienes diálogos. Tienes música. Tienes efectos sonoros. Tienes muchísimas herramientas. Y, por tanto, puedes expresar un sentimiento o un pensamiento que no podrían comunicarse de ningún otro modo. Es un medio mágico.
   A mí me parece muy bello pensar en imágenes y sonidos que fluyen juntos en el tiempo y en una secuencia, creando algo que solo puede hacerse mediante el cine. No son solo palabras o música, sino toda una gama de elementos que se unen para componer eso que antes no existía. Se trata de contar historias. De inventar un mundo, una experiencia que la gente no tendría de no ver esa película.
   Cuando pesco una idea para una película, me enamoro del modo en que el cine es capaz de expresarla. Me gustan las historias que contienen abstracciones, y eso es lo que el cine puede hacer.

DAVID LYNCH - "Atrapa el pez dorado" - (2006)

Imágenes: Dorothy

viernes, 4 de julio de 2025

UNO DE ESOS MISTERIOS DEL UNIVERSO


 A decir verdad, Jillian casi nunca entendía qué hacía que dos personas se atrajesen. Era uno de esos misterios del universo. Que casi todo el mundo fuese capaz de convencer a alguien para que lo adorase ciegamente cuando cualquier pretendiente era libre de escoger entre miles de millones de alternativas, y que esos exitosos emparejamientos incluyesen a dependientes corpulentos con mucho pelo en la nariz, a adventistas del Séptimo Día de aspecto severo y con tendencia a acaparar rotuladores con punta de fieltro y a tímidas criadas filipinas con cara ancha e inexpresiva y una pierna más corta que la otra. Era asombroso que tantos improbables candidatos a una devoción eterna llegaran a casarse o algo parecido. Si de Jillian dependiera entender por qué sus coetáneos podían provocar un ardor suficiente para formar pareja para toda la vida, la especie humana iría menguando hasta que la población mundial cupiese en un hotelito con encanto. Así pues, qué diablos, hacía mucho tiempo ya que había dicho adiós a la costumbre de cuestionar a posteriori la atracción romántica.

LIONEL SHRIVER - "Propiedad privada" - (2018)


Imágenes: Karen LaMonte

miércoles, 2 de julio de 2025

¿ACASO SON TAN POBRES?

 


Una tarde oí cómo nuestro encargado decía a Katia que había venido Semén, uno de los labriegos, a pedir chillas para el ataúd de su hija y un rublo para el responso, habiéndosele concedido ambas cosas, naturalmente.

   —¿Acaso son tan pobres? —pregunté.

   —Mucho, señorita… Apenas tienen para comprar sal —⁠respondió el encargado.

   Se me encogió el corazón de pena, pero al mismo tiempo casi me alegré al oírlo.

   Dije a Katia que iría a pasear, pero en realidad corrí a mi cuarto, recogí el poco dinero que tenía y después de santiguarme fui corriendo, a través del jardín, hacia la aldea.

   La isba de Semén era la primera del poblado, de modo que llegué allí sin que nadie me viera. Dejé el dinero sobre el alféizar de una ventana, di un golpe en el postigo y salí corriendo.

   Rechinó la puerta, alguien me gritó algo, pero yo procuré ocultarme y regresé a casa sudorosa y temblando de emoción y de miedo como si hubiera cometido un crimen.



   Katia no dejó de advertir mi turbación y me preguntó qué me sucedía. Pero yo no entendí siquiera su pregunta.

   Todo aquello me pareció, de pronto, mezquino y estúpido.

   Me encerré en mi cuarto y largo rato estuve midiéndolo a grandes pasos incapaz de pensar y aún menos de analizar mis sentimientos.

   Pensaba en la sorpresa y alegría de aquella pobre gente, en las palabras con que designarían al misterioso donante y sentí no haber entregado el dinero personalmente. También pensé en lo que me diría Sergio Mijailovich si le contara mi acción, pero en el fondo me alegraba de que nadie nunca lo llegaría a saber.

   Tanto me embargaba la felicidad, tan imperfectos me parecían todos, yo inclusive y con tanta humildad consideraba al mundo, que llegué hasta a pensar en la muerte como dicha suprema. Sonreía, lloraba y rezaba sintiéndome poseída por un inmenso amor por todo y por todos.

 LEV N. TOLSTÓI - "La felicidad conyugal" - (1859)


Imágenes: Aleksey Myakishev