Fue el profesor Black quien me llamó para comunicarme que habías desaparecido. Sí, el famoso profesor del cual tú nos hablabas cuando aún nos escribías. Me contó que hacía tres semanas que no llegabas a hacer tus clases. Pensó que se trataba de uno de tus blues, esos que cada cierto tiempo te arrojaban a la cama y a las series policiales. Les preguntó por ti a tus amigos, a tus colegas y a los miembros de tu séquito, pero nadie te había visto. Por eso le pidió a uno de sus estudiantes que fuera a tu departamento. Después de tocar el timbre un buen rato, el chico habló con el conserje, a quien por suerte tú le habías dejado una llave. Raro en ti, aquel acto de confianza en el prójimo. Entraron, y un olor nauseabundo los golpeó. En la cocina encontraron una bolsa de basura destripada cuyo contenido yacía desparramado en el suelo. Pescado podrido, alimentos cuyos hongos habían hecho desaparecer su identidad, cajas de leche vacías, trozos de vidrio, facturas y otros papeles de índole incierta. Notaron que la ventana de la cocina estaba abierta, por lo que dedujeron que los destrozos debían ser obra de un gato. El resto de tu departamento tenía la pulcritud y el desamparo de un desalojo. No había ningún libro abierto, ni una taza de café sobre la mesa, ni una escobilla de dientes en el baño, ni una flor muerta en el florero de la sala. Los clósets y cajones estaban prácticamente vacíos. Limpiaron la cocina, sacaron la basura, y el estudiante llamó al profesor Black.
Yo había visto hacía unos días una película en la que una concertista de piano retirada decide vivir dentro de una furgoneta maloliente aparcada en una calle de Londres por el resto de sus días. Te imaginé en la esquina de un andén del subway, acurrucada dentro de una caja de cartón, los ojos sucios, mientras el tumulto de las cinco de la tarde te atravesaba sin verte. Pero esa no eras tú. No, señora. Este debía ser otro de tus juegos, uno de esos con que divertías a tu corte. Y esta vez yo lo iba a jugar contigo. Desde el instante en que escuché al profesor Black, supe que saldría en tu busca.
Llamé al editor cultural del periódico donde trabajaba y le dije que le enviaría la reseña de esa semana con unos días de retraso. Era una novela cuyo deprimido protagonista vagaba fumando y bebiendo en los bares de un pueblo perdido en un país sin nombre, intentando tirarse en su «desgracia» a cuanta mujer huérfana de amores encontrara. Me estaba sacando de quicio y ya había incubado los argumentos para destruirla. Juan, el editor cultural, me soltó una perorata que no recuerdo, porque mientras él hablaba yo ya estaba comprando el pasaje a Nueva York en mi computadora, al tiempo que hacía una anotación mental en mi libreta de tareas: Mantener las ilusiones a raya.
CARLA GUELFENBEIN - "Mi vida robada" - (2024)












































