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martes, 19 de noviembre de 2024

LOS JÓVENES NO TEMEN A LA MUERTE


Fui joven en una época en que el futuro parecía también joven y nuevo, no una mera prolongación de años tristes que se arrastraban y olían a polvo y encierro. Mis contemporáneos y yo estábamos convencidos de que nuestras vidas serían mejores, más prósperas, más libres que las de nuestros padres, de quienes renegábamos, de los que nos avergonzábamos, como si fuera su culpa haber crecido y vivido bajo la dictadura.

   Los jóvenes no temen a la muerte, o no les preocupa, la saben lejana, es algo que llegará, sin duda, pero no les acaecerá a ellos, sino a los seres incoloros y dóciles en que se habrán transformado por el paso del tiempo, tan similares a esos padres que les repugnan; los jóvenes, si tienen miedo a algo, es a dejar de serlo, a convertirse en adultos con ataduras, rutinas, responsabilidades, de ahí proviene la urgencia y el ahínco y la pasión que ponen en ser jóvenes, en dedicarse a eso, a disfrutar y alargar cuanto puedan las prerrogativas de una edad llena de posibilidades y nuevas experiencias y casi, casi, sin obligaciones. O al menos así viví yo mi juventud, así la vivió mi generación.



 Queríamos divertirnos, queríamos ser modernos (por contraposición a nuestros padres, esos hijos de Franco, a quienes llamábamos «viejos»), queríamos probarlo todo, ¡queríamos ser europeos!, y no, no teníamos ningún miedo a la muerte, nos daba la impresión de que nuestra juventud nos hacía invulnerables, pero la vida nos sorprendió alternando los funerales de nuestros amigos con los de nuestros abuelos.

   Cuál sea el sentido de la vida, si es que lo tiene, y si hay que buscarlo en la trascendencia o en un ser superior, es asunto que vienen dilucidando desde hace milenios filósofos y teólogos y hasta los poetas; el común de los mortales está demasiado ocupado en los afanes del quehacer diario: trabajar, comer, dormir, criar a los hijos, pagar las deudas, y no tiene tiempo ni ganas de reflexionar sobre ello. El sentido de la vida, dirán, es sobrevivir. ¿Para qué?, preguntan los filósofos y los teólogos y los poetas. Pero la pregunta queda sin respuesta.

   Un adolescente —o una adolescente, hablo por mí, de cuando lo era— no alberga duda: el sentido de la vida es el amor, el Amor con mayúsculas, y está bien que sea así; si esa adolescente intuyera o adivinara que al hacerse adulta lo que le impedirá dormir por las noches no serán zozobras del corazón, sino apuros de dinero o inquietudes del trabajo, quizá perdiera el deseo o el interés en seguir viviendo.

CLARA USÓN - "El asesino tímido" - (2018)


Imágenes: Clementine Keith-Roach

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