Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 21 de noviembre de 2024

YA SABÍAMOS QUE LA IBAN A DERRIBAR


La mañana en que pusimos un pie por primera vez en aquella casa ya sabíamos que la iban a derribar. Era solo cuestión de unos pocos meses, un año, a lo sumo: el tiempo que tardara el propietario en gestionar los permisos y reunir el dinero necesario para construir varios apartamentos en el terreno en el que se levantaba aquella vivienda, abandonada tantos años atrás. Que aquel lugar terminara siendo una parte importante de mi vida, casi una extensión de mi cuerpo, es algo cuya responsabilidad solo puedo atribuirme a mí mismo. Porque fui yo, sin que nadie me obligara, el que le entregué a la casa una parte sustancial de lo que soy: mis manos.



   Allí trabajé de principio a fin, en los días cálidos de verano y en los húmedos del otoño. La mayor parte de las veces, sin saber bien cómo hacer lo que me proponía. Junto con Juanlu derribé el tabique de la cocina, tapé innumerables grietas y cerré el paso al agua que se filtraba desde la azotea. Y cuando las goteras mancharon de nuevo los techos, volvimos a repararlas. Juntos despejamos de hierbas el corral pequeño y en su lugar creció un montón de chatarra. En ese corral improvisaríamos más tarde una especie de tenderete para que Beleña, la única burra que había en la casa por entonces, se protegiera de la lluvia. Y después, en el mismo lugar en el que estuvo el tenderete, yo construí una escalera con los restos de un andamio para que las niñas pudieran subir al gallinero, que también nosotros levantaríamos. Y recondujimos la parra del patio delantero, que llevaba tantos años desatendida que había arrancado de la pared los alambres con los que la habían guiado los primeros moradores. Un tiempo después aprovecharíamos una vieja pérgola de hierro para extender la sombra de la parra, como una visera, sobre la puerta de acceso a la vivienda. Y todavía más tarde, a punto ya de marcharnos para siempre, reemplazaríamos esa estructura por un emparrado nuevo.


   Visto ahora que el tiempo ha pasado, quizá fue esa primera mejora del emparrado la que marcó el punto de inflexión a partir del cual la casa empezó a importarnos. Porque ni aquella mañana en que llegamos, ni tampoco en los meses siguientes, la casa nos importó demasiado. Era tal su deterioro que parecía imposible que llegáramos a sentirnos cómodos allí. Saber, además, que pronto sería derribada no ayudaba a que nos comprometiéramos con ella. ¿Qué pasó, entonces? ¿Qué nos llevó a trabajar tanto por algo que sabíamos que terminaría más pronto que tarde? ¿Por qué no reservamos la esperanza y las fuerzas para objetivos más plausibles? De todas las preguntas que la casa me ha formulado en este tiempo esta última es, sin duda, la pregunta crucial.

JESÚS CARRASCO - "Elogio de las manos" - (2024)


Imágenes: Heather Benning

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