—Por lo menos, te distingues de los demás alcohólicos en una cosa: puedes regular tu embriaguez y quedarte siempre en el mismo nivel a voluntad. Supongo que dentro de unas semanas se te pasará esta repentina adicción a la bebida. No conviene que relaciones esta afición pasajera por el alcohol con los recuerdos de tu madre, ni que pienses que es algo hereditario —le repetí muchas veces, pero ella siempre rechazaba mis argumentos.
—Más bien es ese poder de regular a voluntad mis borracheras lo que me induce a beber, al igual que le ocurría a mi madre. Si me detengo al llegar a cierto grado de embriaguez, no es porque refrene mis ganas de beber más, sino porque temo pasar del punto en que me siento bien.
Eran los distintos miedos y odios que la acosaban lo que la empujaba a la bebida, pero, como un pato herido que se zambulle a sabiendas de que será presa del temor en cuanto salga a la superficie, ni siquiera borracha se libraba nunca de esos miedos y odios.
KENZABURO OÉ - "El grito silencioso" - (1967)
Imágenes: Eriko Kokawa
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