Por eso me mezclo con el equipo en vez de acudir junto a Germán y charlo y sonrío y gasto bromas blancas sobre las meteduras de pata que al final el montador podrá subsanar, las tomas falsas que habría que archivar para esas noches en que estamos tristes y queremos reír, lo mal que encajaban los invitados mis ironías y cómo, según todos, me propasé con ellos sacándoles los colores, poniéndoles en algún aprieto y haciéndoles hablar, más que de sus películas, de sus manías.
Lo cierto es que tienen un poco de razón, no puedo negarlo, mi pasado como periodista cultural me traiciona y siempre voy un poco más allá de lo que le gustaría al entrevistado. Es fruto de mi profesión, que me enseñó a percibir que se puede saber mucho de un creador, casi todo, por el contenido de sus obras o el modo de enfocar su arte, por la manera de cantar o interpretar, por el especial estilo al pintar o los rastros que deja entre líneas un escritor. Y es que el artista siempre olvida borrar sus huellas, las pistas sobre sus complejos, los recuerdos velados sembrados al azar, los indicios perdidos involuntariamente sobre sus aspiraciones, su frustración, sus sueños y sus penas.
Yo, para su desdicha, sé interpretarlos y descifrarlos.
Y lo peor es que sigo haciéndolo. Soy una mujer oscura, muchos dirán que cruel y malsana, y como no puedo dormir cocino y leo en las madrugadas, también veo películas, y escucho música y en ocasiones me entretengo destripando seres vivos y obras de arte para, como los augures y las pitonisas, averiguar lo que se oculta en sus entrañas, agazapado entre las notas y los colores, al margen de las letras y las palabras, bajo lo que no se oye ni se dice, más allá de lo que se calla.
MERCEDES CASTRO - "Mantis" - (2010)
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