«amigo mío, había replicado Hálifax y Farfán rápidamente, yo entre los libros distingo dos clases: los INÚTILES, que son casi todos, y particularmente los amigos de la fantasía y la superstición, tales como comedias y novelas, y los ÚTILES, que son escasos, y la mayor parte de los cuales están aún por escribir»
«pero los libros encierran y expresan el mundo» había protestado Jaime
«sólo el espíritu del hombre, es capaz de encerrar y de expresar el mundo… no es tan pequeño el mundo como para poder ser encerrado en un libro… hablas, amigo Jaime, como si todo el mundo cupiera dentro de tu cráneo, o como si no fuera el mundo sino una ilusión, una obra de arte…»
«pero las novelas, por ejemplo…», dijo Jaime, desarmado
«las novelas, precisamente las novelas…, gruñó Hálifax y Farfán… todavía estoy esperando una novela donde, por ejemplo, al hablar del campo, se me den medidas y descripciones agronómicas, o donde al hablar del clima no se me diga, de manera vaga e imprecisa que llovía o hacía sol, sino que se me den mediciones barométricas, presiones y temperaturas… el mundo es complejo, amigo Jaime… hay incluso miasmas que no se ven a simple vista, y que, una vez contemplados con la ayuda de una lente, parecen tan grandes y temibles como fieras salvajes…»
«eso lo sabe todo el mundo», dijo Jaime, que empezaba a cansarse de la insolencia del personaje
«oh, sí, todo el mundo… quisiera yo ver un libro donde, a la vez que se describen los azules ojos y rubios cabellos de alguna Doris o Clorinda, se describiera también el estado interno de su páncreas o su hígado… no, amigo mío, decir que los libros encierran y representan el mundo es mucho decir…»
ANDRÉS IBÁÑEZ - "La música del mundo" - (1995)
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