En el anillo acuático había permitido Él vivir a los errores cometidos durante la creación de las criaturas marinas, y en la isla, a los cometidos durante la creación de las terrestres, así como durante la creación del primer hombre y de la primera mujer.
Eran estas últimas criaturas las que provocaban Su mayor fascinación, pues habían surgido en el proceso de engendrar seres a Su imagen y semejanza.
Las criaturas se alimentaban de lo que encontraban en la isla, formada esta por ciclópeos bloques de roca negra entre los que brotaban unos escasos árboles de tronco retorcido y fruto amargo. Su alimento principal lo constituían seres destinados a poblar los cielos, que Él había condenado a morar en la isla por no considerarlos aptos, por lo que les había atrofiado las alas.
Y las criaturas se alimentaban también de sus semejantes; de los más lentos y débiles, de los que carecían de piernas y se desplazaban arrastrando el vientre sobre la áspera roca, de los que tenían ojos inútiles, de los que en lugar de brazos poseían extremidades semejantes a aletas, de los débiles de mente, de los desdentados, de los ingenuos. Mucho antes de que lejos de allí, en Oriente, naciera un hijo del primer hombre y de la primera mujer, y después otro hijo, y que estos dos descendientes fueran protagonistas del llamado primer crimen, en la isla eran hechos cotidianos el asesinato, la mutilación en vida y el canibalismo.
Un orden de líderes y súbditos, de cazadores y presas, surgió de modo natural. Por las escarpadas laderas de roca trepaban seres con torso humano y cuatro piernas, más ágiles que cualquier otro habitante de la isla. En los puntos altos se emplazaban vigilantes encargados de señalar cuanto mereciera ser visto; vigías poseedores de una cabeza sembrada de ojos y un índice leñoso que triplicaba en longitud a sus demás dedos. Por las noches, unos insomnes perpetuos, escuálidos y voraces, merodeaban alimentándose de los durmientes.
Él observaba todo esto con interés incansable, desentendido de cuanto sucedía en el Edén creado para goce del primer hombre y la primera mujer, pues allí los creía a salvo.
JON BILBAO - "Física familiar" - (2014)
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