Desapegos y otras ocupaciones.
sábado, 1 de agosto de 2020
HECHO DE AGUA, AIRE Y MIEDO
Estoy hecho de agua, aire y miedo. De nuevo.
Cuando estaba allí, en el Pulmón de Acero, en el Sanatorio Marítimo, era el burbujeo de las olas el que arrullaba y adormecía mi miedo a extinguirme. La poliomielitis, ¡la polio!, me afectó a mí, pero cayó como un obús en Terranova. Había una gran epidemia de la que apenas se informaba. Cuando golpeaba cerca, la gente descubría, atónita, que la peste acechaba hacía tiempo. A mí no solo me paralizó piernas y brazos. El aparato respiratorio se olvidó de respirar.
Me salvó el Pulmón de Acero.
El cuerpo metido en un tanque cilíndrico. La máquina lo hacía trabajar y recordar. Presionaba para expulsar el aire, cedía para expandir el tórax y animarlo a entrar. Solo la cabeza permanecía fuera, sellada por el cuello. Es curioso. Observar el mundo exterior mientras la vida, tu vida, lucha en la oscuridad. Me sentía en un batiscafo, en una nave a modo de cápsula que parecía hecha a mi medida. El espejo, colocado en lo alto para ver sin tener que mover la cabeza, era mi periscopio. En esa posición, la del enfermo inmovilizado, penosa, tenía a veces la sensación de ver lo que los otros no veían. Lo invisible.
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