Me despierto sobresaltado y tardo unos segundos en saber dónde estoy. Me siento como si acabase de aterrizar tras una caída de más de un millón de kilómetros de distancia. Miro la hora y veo que son las ocho y treinta de la mañana. Más de quince años padeciendo insomnio y precisamente hoy a mi cuerpo le ha dado por dormir como un lirón. Maldigo mi mala suerte, como llevo haciendo por lo menos desde los últimos treinta años.
Me doy una ducha rápida y me hago un café doble. Mentalmente repaso todo lo que quiero hacer hoy. Es mi último día. Mi último día de vida. Y lo quiero aprovechar. Tengo bastantes cuentas pendientes que necesito saldar. Empezando por arreglar las cosas con mi familia y acabando por encontrar a la persona que me ha hecho esto.
Salgo de casa y me dirijo al trabajo, el mismo que llevo haciendo desde los últimos veinte años. Odio mi trabajo. Llevo odiándolo prácticamente desde el día que empecé y sentí ese putrefacto olor que desprendían las máquinas cocinando la harina y la levadura que más tarde se convertirían en panecillos, sándwiches, donuts y un montón más de porquería alimenticia empaquetada. Menos mal que al poco tiempo de entrar ascendí y me hicieron encargado de sección. Y que unos años después, conseguí llegar a jefe de planta. De todas formas eso nunca cambió las cosas. Yo continué odiando mi trabajo y a mis jefes, a los que estaban por encima de mí.
DAVID ORANGE - "El último día de mi vida" - (2018)
Imágenes: Pia Kintrup
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