Cientos de llamadas urgentes suenan en los talleres que fabrican este alimento y por el teléfono se oyen voces apremiantes que solicitan el modelo de pizza que prefieren y reclaman rapidez porque no pueden soportar el apetito incontenible de darse a la noche, ni el cansancio de la publicidad repetida en la televisión.
Para atender estas premuras, los muchachos repartidores recogen los encargos y parten veloces en las motos, sorteando coches y semáforos; lanzados a un viaje en el que nadie les ayudará si hay riesgos que deberán resolver ellos solos; no el riesgo de las calles distantes, con encuentros desagradables sino el de los pisos a los que suben las cajas de cartón, donde les pueden esperar los ataques previsibles a su juventud y su pobreza.
Cuando pasan las horas, es Carmela la que hace el reparto sin prisas porque dicen que es lenta y su moto no alcanza la velocidad de las otras. Ella se prepara: lleva una camiseta ceñida con la marca de la empresa y pantalón vaquero; se ajusta el casco y cargada con las pizzas se pone en marcha. Es un mensajero que lleva la sabrosa felicidad, de escasa duración mientras se come pero que aplaca los fallidos anhelos de osadía.
JUAN EDUARDO ZÚÑIGA - "Brillan monedas oxidadas" - (2010) - 6
Imágenes: Vicki Ling
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