En el barrio carecían de código, pero todo hacía pensar que tenían uno. No lo había, pero funcionaba igual. Era un código instintivo, que estaba más allá de lo evidente (la calidad de la ropa, el color de la piel y del pelo, la dicción, la manera de andar) y que, por supuesto, incluía al personal doméstico. En líneas generales, lo que se hacía era «marcar» a los cuerpos extraños, principalmente con la vista, transmitiéndoles la sensación de ser vigilados: una insolencia muy efectiva, avalada y practicada por todo el barrio, incluido un buen número de mascotas. De hecho, el portero dejó muy pronto de observarlos de reojo para empezar a mirarlos abiertamente, e incluso dio un paso hacia ellos para oír mejor lo que decían.
No oyó mucho: en ese momento José María y Rosa se despidieron. Lo único que alcanzó a oír claramente fue la promesa que se hicieron de verse otra vez. Rosa dio una rápida carrerita hacia la mansión. José María la miró un momento y después dio media vuelta y se dirigió hacia la obra.
SERGIO BIZZIO - "Rabia" - (2004)
Imágenes: Wes Magyar
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