Aspiro a la ingravidez
de las alas de
libélula,
de las palabras no
dichas,
de los gestos y las
risas
tras el acto del amor.
De un crepúsculo,
de una conjetura,
de la estela de un
murmullo.
De la sonrisa de un
niño,
de los juegos y las
caricias,
de la primavera en
flor,
de las noches de
verano,
de
la música de blues.
Aspiro a la ingravidez
de la amistad de
verdad,
de un pensamiento
nonato
que me urge el corazón
cuando despierto
temprano
y no hay luz en mi
ventana.
Aspiro a la ingravidez
del sonido de tu nombre
cuando te llamo en la
noche
perdido entre negras
sombras,
pesadillas y derrotas.
De los espíritus que
fueron
seres queridos nuestros
y que aún nos
acompañan
en los peores momentos.
De un átomo de hielo,
de un parpadeo,
de la sombra del agua,
del perfume de un
pinsapo,
de un presagio
disipado,
de la calidez de tu
cama.
Aspiro a la ingravidez
de haber sido sin ser
nada.
Imágenes: Mira Nedyalkova
03/08/2010