Lectúrese
como se quiera;
a
mí me da igual,
lo
importante es que duela.
Cañones
y rosas resuenan
en
la vía muerta
de
las negociaciones inciertas.
Apuesto
a que tú apuestas.
¿Quién
llegará más lejos?
¿El
vivo o el muerto?
Y
ahora...
¿a
dónde vamos?
El
músico del pañuelo
dice
que tú eres su dulce niña.
Espero
que no me riña.
Espero
que no me esperes.
Espero
que desesperes
entre
esas cuatro paredes.
Preñada
de dolor
tu
triste habitación
se
desploma,
se
desmorona,
se
descojona
y
te toma
por
sorpresa
presa
rea.
No
veas...
No
mires,
no
te tires.
Deja
que se estire
como
plastilina
tu
corazón
de
goma dos,
de
dinamita.
Dinamitado.
Dinamizado.
Sodomizado
por
el pensamiento único.
Huye
de los clichés,
busca
un canapé
y
tiéndete.
Allí
es a donde pertenecemos.
Al
reino de los peces,
de
las sirenas
policiales
(¿o no?).
Puede
que esté equivocado.
Puede
que ya esté pirado.
Hace
tiempo.
Sí,
lo estoy,
pero
no me voy.
Sigo
atosigándote,
aturrullándote,
anestesiándote,
apuntalándote
apuntándote.
¿Con
el cañón o con la rosa?
Te
apunto en mi lista.
Te
tendré en cuenta.
Te
seguiré la pista,
pero
mientras...,
déjame
que escriba
y
nunca,
nunca
más
me
mientas.
19/04/2008.
Ilustraciones: Diego Fernández.