Tengo
una colección de objetos encontrados en libros de segunda mano.
Hace
años, cuando la cosa empezó a ir mal y no me podía permitir pagar
los precios de los libros nuevos, empecé a frecuentar sitios donde
poder adquirir la ingente cantidad que devoro un mes tras otro y sin
la cual mi vida sería anodina.
Así,
desde billetes de avión, metro, tren o autobús, hasta tarjetas
postales, marca páginas, facturas, trozos de papel con números de
teléfono anotados. Incluso un sobre de correos cerrado, con su sello
postal sin matar, su remitente y su destinatario; pero esa es otra
historia...
Mas
no es sólo de objetos esta colección.
También
recopilo, escaneo, todo lo que encuentro apuntado en dichos libros:
dedicatorias, ex libris, más números de teléfonos, nombres...,
anotados con los más variados tipos de letras y medios escribidores:
lápices, plumas, rotuladores o simples bolígrafos baratos.
Mi
regla principal: nunca intentar interferir en las vidas de los
posibles dueños de esos nombres y direcciones.
Bueno,
una vez -sólo una vez-, me salté la regla y llamé a uno de esos
números de nueve cifras, que venía acompañado del nombre y la
inicial Olga M.,
en las páginas de cortesía de una novela de Vargas Llosa.
Hace
ya bastante tiempo, anduve enamoriscado de una chica con ese nombre y
esa inicial en su apellido; además, el prefijo del número se
correspondía con el de la provincia donde se cruzaron nuestras
existencias. Pero las batallas de la vida nos separaron antes de
poder llegar a algún tipo de relación que mereciese ese
calificativo.
Marqué
el número con un cierto temblor de avidez y de prisa: para no
echarme atrás, para permitirme a mí mismo romper la regla básica
de mi humilde acto de coleccionismo.
Después
de varios tonos, una voz de mujer, posiblemente mayor, al otro lado
contestó con cansancio a mi pregunta:
-¿Olga?
-Sí,
vivía aquí. Pero va a hacer un año que murió.
Además
de cansancio, había una tristeza antigua en el fondo de su voz.
Colgué.
No
quise preguntar más.
Tuve
miedo, sentí alivio.
Noche
tras noche, se repitieron obtusos sueños con la figura protagonista
de Olga M. en
dos versiones distintas: la auténtica, viva, alegre y despreocupada
como yo la conocí y otra ficticia que se le parecía, pero con
perversas variaciones y muerta en diferentes circunstancias, siempre
de forma violenta...
(ANOTACIÓN
A LÁPIZ ESCRITA EN LAS PÁGINAS FINALES DE UN LIBRO DE SEGUNDA
MANO).