Vivimos
en una casa muy grande (bastante más de la media). Aunque así sea,
hubo (llegó) un momento en que no cabíamos...
Cuando
éramos sólo (?) mi mujer, los dos niños mayores (una parejita, je,
qué graciosos; con estos ya va que chuta, que están las cosas muy
malas...) y, algunas veces mi madre, que pasaba largas temporadas con
nosotros; en primavera y otoño, que aquí los veranos son muy
calurosos y los inviernos muy fríos (puritito clima continental a
pocos kilómetros de la Costa
Malaya),
pues se podía decir que teníamos espacio
vital,
como en el anuncio ese de los coches...
Pero
cuando ya no la esperábamos, vino ese regalito del Cielo que ya ha
aparecido por estas páginas algunas veces, la pequeña Lucía:
se abren nuevos plazos; el tiempo corre de otra manera, a paso de
tacatá (¿o se dice tacataca?).
Desde
que empezó a caminar (no, a correr), de pronto, dejándonos a todos
pasmados, con siete meses, sí siete,
hasta pocos meses después, perdí diez kilos. Todo el mundo me
preguntaba qué mágico régimen había seguido. Nada de régimen,
una niña muy "sinquieta" (como alguien me dijo una vez),
que no paraba. Y había que agacharse a recoger los restos del
huracán Lucía.
El tacataca (¿o se dice tacatá?), lo teníamos amarrado con una
cuerda a una mesa para que sólo cubriera el "radio de
seguridad" estipulado.
Y
esos regalitos, como bien se sabe, no vienen solos... "Vienen
con un pan debajo del brazo"; y con una cuna que hubo que
"repescar" (ya se la habíamos cedido a un familiar); y con
unos paquetones de pañales que no sabes dónde poner; y con un
cargamento de leches, biberones, colonias, gotitas, toallitas,
medicinas, zapatitos (patucos ¡qué chulos!), carrito..., y más
tarde el parque, el tacatá o tacataca (que de las dos formas se
puede decir, que lo he mirado en el Diccionario de la R.A.E.).
Y
ropa (ropita...; hemos entrado en un mundo en el que todo acaba en
-ito
o en -ita),
montones de ropita. Ropita comprada (la menos); ropita regalada
(bastante más) y ropita "heredada" (la que más, con
mucho). No sólo de mis niños anteriores, no. Resulta que mis
suegros tuvieron 13
hijos, 11
de ellos chicas. Y de esos polvos vinieron estos lodos: 29 nietos.
Y
la ropita se va "pasando" de unos a otros. Ya se sabe, los
niños crecen tan rápido... Y la ropita ¿no pasa de moda? Bueno, ya
se sabe también: las modas son cíclicas y vuelven y van y vuelven
pendularmente ellas.
La
casa se ha tenido que "rehacer", como si de un ser vivo se
tratara, encogerse, estirarse, como perro que se despereza. Nuestra
salita favorita de cara al sol (¡qué mona, ella!), decorada en
verde "relajante", con mueblecitos de bambú y caña, donde
yo tenía mis minerales, mis libros, mis discos (vinilos y cedés),
una chimenea muy coqueta,... Todo ha sido reconvertido, como si de un
suelo rústico en manos de un político cruel (???) se tratara.
Allí
se ha instalado el dormitorio de mi hijo que, desde entonces, sufre
crisis de identidad mobiliaria. El pobre quiere tener un cuarto a su
gusto, con sus pósters, sus juguetes, sus trofeos,... pero aquello
es una barahúnda, una mezcolanza sin nombre, donde se apilan objetos
irreconciliables entre sí en el más puro caos. ¿Y quién le dice
al niño, en esas condiciones, el famoso: "O arreglas tu cuarto
o no sales"?
Su
hermana mayor está algo mejor, aunque también algún mueble no
demasiado afianzado en su primitivo asentamiento ha ido a parar allí.
Para este verano queremos ponerle allí una cama (perdón, camita) a
la pequeña. Ya va siendo hora.
Aún
duerme en el dormitorio paterno, en la cunita,
por decirlo así, ya que es bien grande y todas las noches la tenemos
que poner paralela a nuestra cama. Al amanecer, siempre está con
nosotros sin que nadie sepa exactamente cómo ni cuándo "se ha
pasado". No sé cómo lo hará la gente que sale en las
películas y series de la tele... pero, desde muy pequeños, ya
tienen a los bebés durmiendo en su cuarto propio, pintadito con
nubecitas y borreguitos y ellos, ¡hala!, tan tranquilos en sus camas
matrimoniales.
Como
decía, este verano queremos que Lucía
pase a sentar plaza con su hermana mayor. Mas ésta, aunque la quiere
mucho, es de buen dormir y preferiría que el asentamiento fuera en
el cuarto-sin-nombre
de su pobre hermano que, iluso, está encantado con la idea.
Y
ahora paso al asunto más "espinoso": la habitación de la
abuela. Es la más pequeña de la casa, pero lo justo para ella...,
hasta ahora. Mi madre pasaba como la mitad del año residiendo en
otra localidad, en casa de mi hermana, donde tenía un dormitorio más
amplio en el que iba acumulando, además de docenas de marcos con
fotos de todos nosotros, toda la ropa que compraba. Su único vicio
(o manía): comprar ropa que, luego, casi nunca se volvía a poner.
(Bueno, tiene otro vicio: el cuidado excesivo de su cabello, que ya
abordaremos en otra ocasión...).
Este
"simulacro" de síndrome de Diógenes ha producido que,
ahora que mi hermana nos ha dejado, mi madre haya arrastrado con
todas sus pertenencias (cajas y más cajas de cartón, grandes,
pesadas, amenazantes...) y haya invadido el poco espacio que nos
quedaba libre.
Su
cuarto, que habitualmente era adonde iba a parar todo lo que no
sabíamos dónde colocar (cuando no estaba ella, claro): una diana
electrónica, la impresora y otros aditamentos del ordenata, un
balancín de madera, una butaca, muñecos y libros múltiples,...
Pues ya se acabó este "desahogo". Ahora todo lo ocupan los
innombrables paralelepípedos, ominosos, repletos de no-se-sabe-qué.
Algunas noches se oyen extraños sonidos, mezcla de quejidos,
suspiros y crepitar de papeles ardiendo y suena una música como muy
lejos, parecida a los "riffs" más salvajes de Jimi
Hendrix ("All
along the watchtower"...)
Se
me olvidaba decir que también tenemos una tía (no, esta no se queda
en casa: sería insoportable), que siempre viene cargada de
multiplicidad de objetos. Es como lo de mi madre, pero al revés.
Ella no "recoge", sino que "aporta" a los
demás (seguramente lo que recogió en otra etapa anterior de su
"desarrollo").
Hace
poco se presentó (a pie), con un oso de peluche horrendo de un
tamaño casi natural: "Para los niños". Ropa usada,
agendas de años anteriores, todo tipo de "chupilitrinas",...
¿Que dónde van a parar? Al cuarto de la abuela,... hasta ahora.
Y
ustedes dirán que por qué no tiramos todo estos excedentes. Muy
sencillo: por falta de tiempo y por una cierta dosis de pereza. En el
caso de mi hijo, añadiremos también un mucho de nostalgia. Un día
buscando algo en su habitáculo encontré una caja con unos trozos
astillados de conglomerado de madera (resultaron ser restos de un
tablero de su primera canasta de baloncesto), pedacitos de piedra y
cemento (que no he podido saber de qué eran), y otras fruslerías
por el estilo que, cuando se enteró que yo se las había tirado, le
produjeron un ataque de ansiedad nostálgica de mucho cuidado...
Pero
algún día habrá que liarse la manta a la cabeza, echarle valor y
arremeter contra los montones acumulados de existencia.
Ahora
he engordado un poco, no mucho; entre 2 y 3 kilos. Ya no me agacho a
recoger los juguetes y zarandajas de Lucía.
Ni yo ni nadie... Vivimos a gusto así, entre restos de juguetes,
pañales usados, ropitas de muñecas mutiladas, trocitos pegajosos de
plastilina de todos los colores, lápices y pilas usadas.
Siempre
salimos a pasear de noche. Antes de salir, cerramos bien la puerta.
No sea que a algún pobre diablo se le ocurra robar y se meta en la
casa, a esa hora y con la casa requetetomada.
There
must be some way out of here / Debe de haber alguna forma
de salir"
Said
the joker to the thief / Dijo el bromista al ladrón
There's
too much confusion/ Hay demasiada confusión"
I
can't get no relief/ No encuentro consuelo
Jimi Hendrix - "All along the watchtower"
(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el viernes 25 de abril de 2007).
Imágenes: Keita Miyazaki