Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 22 de noviembre de 2025

RÉPLICAS COMO CAÑONES

 




Soy ajeno a los problemas:

lo que leo no me afecta,

lo que veo no me afecta.

Ando elucubrando penas

de una región más íntima

Í - N - F – I - M – A

Despejada-mente mínima.

Aseada-mente límpida.



Limpia tu mente

y ábrela a la vista

de los demás.

Hermosas vistas

desde ese balcón soleado,

                          oreado,

                                             aseado,

a tu cerebro partido.



Abrido

Desabrido

De sabor ido

ESABORÍO:

que no te implicas

Aplicas,

Suplicas,

Replicas.



Réplicas como cañones.

Cañones fríos de miedo.

Tus manos se estremecen

como se estremece tu mente.




Pensamientos ajenos

a nuestra voluntad:

nuestra santa voluntad

así en la Tierra

como en el Cielo.



FORNICAD.

Tenéis que fornicar

para crecer,

multiplicaos

y después

restar

y dividíos.



Si os dividís

por cero

da infinito.

Pero ahí está

la dificultad.

El requisito

exquisito

para alcanzar

la eternidad.

25/04/08


Imágenes: YoAz

jueves, 20 de noviembre de 2025

¿CÓMO SE OLVIDAN LAS MALETAS MIENTRAS UNO HACE LAS MALETAS?



La primera imagen no son las palmeras de Key Biscayne, ni la arena blanca ni las papayas, sino el trayecto tortuoso hacia la isla: nuestras bolsas abarrotadas de libros y zapatos. A la mujer tras el mostrador, en el aeropuerto de Boston, no le cabía en la cabeza:

     —Esto no es equipaje. Esto son bolsas, señor. Bolsas de basura.

     —Es usted una magnífica observadora, señorita, pero déjeme que le explique: olvidamos nuestras maletas y tuvimos que meter en bolsas de basura todas las cosas. Hubo que improvisar. ¿No está mal el apaño, eh?

     En la cara de la mujer se trazaba una pregunta: ¿cómo se olvidan las maletas mientras uno hace las maletas? Una paradoja filosófica, sin duda, digna de las clases que mi padre impartió durante aquel primer trimestre: Philosophical Paradoxes II. La mujer tras el mostrador no sabía —no tenía por qué saberlo— que, más allá de sus clases, esas paradojas también poblaban la vida de mi padre y, por supuesto, las nuestras, mientras estas estuvieran ligadas a la suya.

     La mujer apretó un ojo, solo uno, respondiendo a alguna conexión neuronal: aunque aquel hombre le resultase incomprensible, entendió, de pronto, que unos hijos tan jóvenes no iban a cuestionar lo cuestionable. Que nosotros, fieles al hombre paradójico, éramos tres contra una y teníamos la firme intención de embarcar. Quedó muda, incapaz de reacción, y mi padre aprovechó su silencio para llenar el tiempo —para ganar tiempo— con palabras:

     —Por eso lo metimos todo en estas bolsas… —repitió sonriente, apenas mirándola.

     Con él siempre vivimos así: con su objetivo en mente, absurdo o no, loable o no, sin consideración por las reglas que el resto de los mortales debía interiorizar. ¿Viajar con maletas normales: por qué? Nosotros podíamos ser vagabundos si a él le apetecía, príncipes al día siguiente, nómadas otra vez, condes al despertar.

XITA RUBERT - "Los hechos de Key Biscayne" - (2024)


Imágenes: Graham Franciose

lunes, 17 de noviembre de 2025

QUÉ ASCO ME DAN LOS PALETOS DE OKLAHOMA



 La pelea empezó en una taberna llamada All Star, en las afueras de Sacramento, cuando un joven llamado James Sutter se inclinó sobre la barra y dijo, así como quien no quiere la cosa, como si no estuviese hablando con nadie en concreto:

   —Joder, qué asco me dan los paletos de Oklahoma.

   Y, a modo de respuesta, un joven llamado Frankie Bergara se acercó el puño a la barbilla y apuntó en dirección a la puerta con la cabeza, un gesto que decía: «¡Sal fuera!». Sutter, por su parte, levantó el puño y se rozó la barbilla con un nudillo. (A las chicas les encantaba la barbilla de Sutter, cuadrada y con un hoyuelo en el centro. De eso no había duda. Les encantaba la autoridad de sus movimientos, su forma de irrumpir en la taberna con esas botas tan caras. Admiraban su soltura, el modo en que sus atavíos de vaquero, hechos a medida, descansaban sobre sus fuertes hombros). Bergara era bajito y fortachón, tenía hombros robustos y redondeados, una pelambrera rizada, y el rostro ancho y curtido por el sol. Cojeaba un pelín, como si las piernas se le arquearan alrededor de una silla de montar imaginaria. Sus pesados brazos se mecían a sus anchas a ambos lados del cuerpo mientras se dirigía a la parte de atrás entre olores a serrín y pastillas desinfectantes para urinarios.



  Tras abrir la puerta trasera de una patada —consciente de las botas baratas de imitación que había heredado de su hermano mayor—, y salir al aire cálido de fuera, tomó conciencia también de otra herencia, más profunda, que se remontaba a las incontables peleas que había tenido con Cal, en el granero, hasta que a los dos les daba la risa y entonces su hermano lo soltaba, se ponía de pie y le daba algunos consejos técnicos sobre el combate cuerpo a cuerpo, y al final siempre decía:

   —Que no se te olvide, chaval. Si ves que no puedes con tu adversario limpiamente, tienes que pillarlo a traición o como sea, porque perder no vale de nada, hay que ganar siempre.

   Entretanto, Sutter salió por la puerta principal —y varios espectadores con él, la mayoría amigos— andando con aire chulesco, impaciente. La persona que le había enseñado a pelear había sido el encargado de mantenimiento de la familia, Rodney, un tirillas que iba siempre vestido con monos y que a la primera de cambio soltaba la llave inglesa, el rastrillo o la brocha y se ponía a darle consejos:

   —Baja el hombro, redondea la espalda y lanza el puño; vuelve lo más rápido que puedas, concentra el peso en el arco del pie. Siempre que seas consciente de tus pies (incluso si no eres consciente de que eres consciente), siempre que los tengas en mente, ganarás.



   Rodney, que iba de aquí para allá arreglando cosas por la casa, podando setos, taciturno y silencioso, había peleado en el torneo Golden Gloves de Chicago antes de mudarse al oeste. Cuando hablaba de peleas, sus palabras adquirían una cualidad profética. Durante los escasos segundos que necesitó Sutter para ir a la parte de atrás del edificio, donde Bergara lo estaba esperando, solo, bajo la luz de una única farola, rotando los hombros, durante esos escasos segundos tuvo la certera sensación de que llamar a Bergara «paleto de Oklahoma» había sido una broma de mal gusto. La familia de Sutter tenía raíces en Oklahoma. Su bisabuelo era originario de Tulsa. Pero esta verdad —así lo sintió mientras hacía rotar sus propios hombros— había sido enterrada bajo una reciente racha de buena suerte. Se había propuesto seguir los pasos de su padre e ir a Yale en otoño. De todas formas, Bergara era más bien vasco, o algo así, una mezcla de sangres que le hacía tener el pelo rizado, los hombros anchos y un pecho macizo.

DAVID MEANS - "Instrucciones para un funeral" - (2019)


Imágenes: Carlos Javier Ortiz

sábado, 15 de noviembre de 2025

EL MAR HA VENIDO A NORA Y LE HA PUESTO DENTRO UN BEBÉ

 



A la luz gris de la cocina, el tío me pone una mano en la cabeza.

   —No estés triste por Dinah —me dice—. Eso es ya pasado.

   Alice se ríe de algo que le ha dicho Nora entre dientes con su voz profunda. Son vocales extrañas que vienen de lejos. Tienen las mejillas sonrojadas. Cuando el tío las mira se ponen serias, la luz les parpadea en los ojos oscuros. Él les dedica una sonrisa. En los últimos meses, Nora ha engordado mucho. El estómago le sobresale como una roca. A veces se lo sujeta como si le gustara o como si le doliera. El mar ha venido a Nora y le ha puesto dentro un bebé.

   Bajamos la vista y nos cogemos de la mano.

   —A Él damos las gracias —dice el tío—. Que pronto se enrosque en torno al mundo.

   Nora sirve gachas y miel. Cinco bocados. Comemos como las serpientes, poco y rara vez. El hambre nos acerca a Él.

   Cuando el tío se acaba las gachas, Nora le trae panceta y champiñones. Su aroma impregna el aire, denso y salado, y se me hace la boca agua. Me pregunto si la carne sabe como huele, a consuelo y dolor a la vez.



   Alice y Nora están hablando del circo. Han oído hablar de él en el mercado. El circo de Orde llega a Loyal algunos años, de paso hacia el sur, hacia Inglaterra. Acampan al pie de Ardentinny.

   —Un quiromántico —dice Nora—. ¡Una mujer barbuda! ¡Una adivina!

   —¿Qué es una adivina? —pregunto. Me gusta la palabra—. Adivina, adivina, adivina.

   —Para ya —me dice Nora—. Es una persona impura que finge tener el poder del ojo y lo vende por dinero.

   —Eres muy joven y no recuerdas la última vez que pasaron por Loyal —dice Alice—. Tienen elefantes, pobrecitos, y les ponen abrigos como a esos perritos bobos de las viejas de Edimburgo…

   Nora le lanza una mirada de advertencia y Alice se pone roja y se tapa la mano con la boca.

   —Perdóname —dice al tío.

   —¿Cómo son de grandes los elefantes, tío? —me apresuro a preguntar—. ¿Son así de grandes? —Abro los brazos para hacerlo reír.

   —Mucho más grandes —responde con una sonrisa—. Venga, a vuestras tareas.



   Por supuesto, yo ya sé que el Loxodonta africana tiene una alzada de cinco metros, y el Elephas maximux, de tres metros.

   Hoy toca alimentar a Hércules. Hércules es labor para el tío, igual que los pollos lo son para mí, las ovejas para Abel, y Almiar, el poni, para Dinah, igual que Alice nos cura cuando nos caemos y Nora se encarga de las abejas. El tanque de Hércules está junto a la cocina. Cuando hace calor, el tío lo lleva al sol durante el día.

   El tío tiene en la mano una rana grande, brillante. Se le mueve la garganta. La deja caer en el tanque de Hércules y cierra la tapa.

   La rana mira a su alrededor y da un salto con sus patas fuertes. Hércules se desenrosca, se proyecta hacia delante. Atrapa a la rana en el aire entre sus mandíbulas. La rana sigue pateando. Hércules se disloca la mandíbula inferior y engulle a la rana. Me mira con los ojos rojos.

   «Cuando llegue mi día, estaré preparada», le prometo en silencio.

CATRIONA WARD - "La pequeña Eve" - (2018)


Imágenes: Sipho Mabona

jueves, 13 de noviembre de 2025

¿ES LA VIDA DIVERTIDA O DA MIEDO?

 



Pero, en lo referente a la idea del arcoíris, ella estaba convencida. La gente era increíble. Mamá era alucinante, Papá era alucinante, sus profesores trabajaban tanto y tenían, además, sus propios hijos, y algunos se estaban divorciando, como la Sra. Dees, pero, con todo, siempre sacaban tiempo para sus alumnos. Lo que le resultaba especialmente inspirador de la Sra. Dees era que, a pesar de que el Sr. Dees engañaba a la Sra. Dees con la encargada de la bolera, la Sra. Dees seguía impartiendo la mejor clase de Ética al plantear cuestiones como: «¿Puede el bien triunfar o, más bien, son las personas buenas las que siempre acaban puteadas, siendo el mal mucho más temerario?». Esa última parte parecía un golpe bajo que la Sra. Dees le lanzaba a la muchacha de la bolera. Pero, ¡en serio!, ¿es la vida divertida o da miedo? ¿Es la gente buena o mala? Por un lado, esas imágenes de cuerpos pálidos y ojerosos siendo apisonados mientras unas alemanas gordas pasan de largo masticando chicle. Por otro, gente del campo, incluso personas cuya granja se encontraba sobre una colina, que se quedaba a veces hasta tarde rellenando sacos de arena.



   En la votación que hicieron en clase ella había puesto que la gente era buena y que la vida era divertida, y al instante recibió una mirada piadosa de la Sra. Dees mientras enumeraba sus puntos de vista: «Para hacer el bien, solo tienes que decidir hacer el bien»; «Tienes que ser valiente»; «Tienes que defender lo que es correcto». Tras esto último, la Sra. Dees había emitido una especie de gemido, algo comprensible; la Sra. Dees tenía mucho dolor acumulado, pero también era capaz, aún, de encontrar la diversión que contiene la vida y de reconocer la bondad en las personas, porque, si no, ¿por qué quedarse a veces corrigiendo hasta tan tarde y llegar al día siguiente agotada, con la blusa del revés, tras colocártela mal en la penumbra del amanecer, querida alma trastornada?

GEORGE SAUNDERS - "Diez de diciembre" - (2013)


Imágenes: Gerwyn Davies

lunes, 10 de noviembre de 2025

EN NUESTRA FAMILIA HABÍA COSAS DE LAS QUE NO SE HABLABA



Juana echó los ravioles en el agua burbujeante y me acerqué a la sartén para aspirar el aroma de la salsa.

  —La receta de la tía Mari —dijo Andrés revolviendo con la cuchara de madera.

  Tácitamente nos adjudicamos los lugares en la mesa: él en la cabecera, Juana a su izquierda, yo a su derecha. Juana sirvió los platos, el de Andrés y el mío hasta rebasar, el de ella no, como hacía mamá, temerosa de que faltara comida aunque siempre sobrara.

  —¿Nos abrimos un vinito? —Andrés descorchó una botella y llenó hasta arriba mi vaso y el suyo, Juana no bebía. Nos pasó un bol con el queso—. El parmesano, indispensable. Es el hormigón que liga los ingredientes permitiendo que conserven su sabor y potenciándolos. Necesitamos un parmesano en esta familia y voy a ser yo. —Se rio y se acabó el vino.

  En la televisión un conductor de traje brillante y ancha corbata fucsia daba paso a una periodista en exteriores. Qué mal se vestían los comentadores, incluso las modelos que aparecían en los anuncios callejeros. Todo el país se había degradado, el mal gusto llegaba hasta las tipografías de esos carteles bajo las imágenes duplicando lo que veías y escuchabas. La periodista se acercaba a unos ancianos en la puerta de un asilo: habían hecho una inspección y lo cerrarían en una semana por incumplimiento de las normas de higiene. Los viejitos se manifestaban porque no tenían adónde ir.



  —Así voy a terminar yo —bromeé—. Quién sabe dónde va a estar Felipe y quién me va a cuidar.

  —Yo, por supuesto —dijo mi hermana con la satisfacción con la que presentaría a una paciente el tranquilizador resultado de un análisis temido. Me cuidaría también de vieja, como había cuidado a nuestros padres. Para eso había venido al bosque, ni su hija universitaria ni su marido millonario la necesitaban, nosotros sí.

  La conversación se detuvo, estudiábamos nuestras caras. Andrés tenía algunas canas, nosotras las teñíamos. Mi tintura viraba al rojo a diferencia de la de Juana, de mejor calidad. Las comisuras de su boca se alejaban hacia las orejas dándole un aire de tiburón. Ya en el viaje en auto lo había notado pero no me atreví a preguntarle. En nuestra familia había cosas de las que no se hablaba: cirugías estéticas, sexo, depresión. Afuera cantaban los grillos. De niña ese sonido metálico me hacía imaginarlos de color plateado hasta que papá me mostró uno, igual a una cucaracha.

  Andrés me miraba con ojos opacos. Su nariz era ahora ganchuda; la de Juana, en cambio, se había respingado como su carácter, el mismo de mamá. También había heredado sus palabras y gestos, como ese de cruzarse el saco y los brazos sobre el pecho.

  —Está refrescando —anunció y se levantó a cerrar la ventana.

  —Vengan que les muestro el jardín —dijo entonces Andrés.

MARÍA FASCE - "El final del bosque" - (2025)


Imágenes: Gregory Crewdson

sábado, 8 de noviembre de 2025

NO HABÍA VISTO MI LOCURA MÁS QUE EN LA CAMA

 


Iba a golpear a la puerta cuando oí su voz. «Ya lo sé… Yo también te extraño… Silvia, Silvia». Me alejé de espaldas como si hubiera recibido un disparo. Caminé en círculos mientras mi cabeza se llenaba y se vaciaba. Arranqué un ramo de jazmines azules de una casa abandonada, me los puse en el pelo y volví sobre mis pasos. Esta vez ladró el perro y golpeé.

  Ernesto miró las flores en mi pelo. Me besó los labios fríos y anunció que iba a hacer té. Lo habían contratado de fotógrafo para otra boda, dentro de unos meses, me contó mientras hervía el agua en la cocina. Había ganado una beca y había empezado un máster en fotografía, ahora sus fotos tenían un discurso. Llenó dos tazas que apoyó sobre la mesa y nos sentamos.

  Silvia, Silvia, recordé y la taza se me cayó de las manos.

  —Ni la taza se va a desromper ni el té va a desderramarse… —recitó él y quise clavarle un trozo de la loza que se agachó a recoger o subirme encima y besarlo y hacerlo allí mismo, sobre la loza rota. Los sentimientos no eran exactos como la física.

  —Es el ejemplo que pone Alok Jha para explicar por qué un sistema aislado permanece cerrado o bien evoluciona hacia un estado más caótico, nunca hacia otro más ordenado. —Buscó otra taza, me sirvió más té—. En el espacio puedes moverte en muchas direcciones, pero en el tiempo solo podemos movernos hacia adelante.

  Bebí para calmarme. Él no tocó su taza.

  —Tengo un proyecto —dijo observándome—: llevar la física a la fotografía.

  Buscaba mi aprobación como yo ante mi madre. No sabía nada de mí. No me había fotografiado, no me había investigado. No había visto mi locura más que en la cama.

MARÍA FASCE - "El final del bosque" - (2025)


Imágenes: Gregory Crewdson