Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

DIOS, Y SOLO DIOS, TENÍA EL PODER DE CREAR UN MUNDO



 Originario del sureste de Escocia, John Lorimer había viajado a América con su familia a la edad de once años. Habían montado una granja en una tierra sin colonizar, cuyo nombre Håkan no logró retener. El señor Lorimer quería que John se ordenara sacerdote, y le hacía recitar de memoria libros enteros de la Biblia y componer sermones biográficos, que profería ante los miembros de su familia cada domingo, antes del amanecer. Sin embargo, John, amante de la vida salvaje en todas sus formas, prefería las cuestiones terrenales a las celestiales. En un matorral cercano, el niño construyó una suerte de ciudad (fosos, baluartes, calles, establos) y la pobló de escarabajos, ranas y lagartos. Cada noche cubría la estructura amurallada y cada mañana la volvía a inspeccionar, tomando nota de qué criaturas habían desaparecido o perecido, de cuáles se habían trasladado de un compartimento a otro, de cuáles eran más temidas por las demás y de otros asuntos similares.



 Trabajó incansablemente en su ciudad de animales hasta que su padre, sospechoso de sus largas ausencias, lo siguió al matorral, derribó la estructura a patadas, pisoteó a sus habitantes y azotó a su hijo con una rama de un árbol cercano. Era —recordaba la rama claramente, y más adelante había aprendido su nombre— un abedul amarillo. Mientras le asestaba un latigazo tras otro, su padre le susurró que debía expiar su orgullo blasfemo; Dios, y solo Dios, tenía el poder de crear un mundo; cualquier intento de imitarlo suponía un arrogante insulto a Su labor. Pocos años después, John fue enviado a la universidad para estudiar teología, pero pronto la botánica y la zoología (disciplinas que al principio dejaron perplejo a Håkan) desplazaron a los estudios religiosos.



 No tardó mucho tiempo en viajar a Holanda para convertirse en alumno de uno de los principales botánicos de Europa, Carl Ludwig Blume; aquel nombre se quedaría grabado en la memoria de Håkan, pues le parecería graciosamente apropiado para su profesión
[1]. Una vez concluidos sus estudios, John regresó a América con la intención de clasificar especies del oeste que nunca antes habían sido descritas ni bautizadas. Pero, durante el transcurso de sus investigaciones, ideó una nueva teoría; y decía que, si su padre hubiera vivido para escucharla, no lo habría azotado con una rama de abedul, sino que directamente lo habría aplastado bajo una viga de roble. A lo largo de las siguientes semanas, en un sueco entrecortado, y con la ayuda de los especímenes de los tarros, de los nuevos animales que atrapaban por el camino y de las antiguas criaturas que hallaban cristalizadas en las rocas, Lorimer le explicó su teoría a su nuevo amigo, que casi siempre permanecía callado pero que claramente estaba desconcertado. Su propósito, decía el naturalista, era el de retroceder en el tiempo y revelar el origen del hombre.

[1] Debido a la similitud fonética del apellido Blume y la palabra sueca blomma: «flor»

HERNÁN DÍAZ - "A lo lejos" - (2017)


Imágenes: Mark Brooks

lunes, 8 de diciembre de 2025

INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ



Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

   ¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

JULIO CORTÁZAR - "Historias de cronopios y de famas" - (1962)


Imágenes: Mike Howat

sábado, 6 de diciembre de 2025

PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ

  


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR - "Historias de cronopios y de famas" - (1962)


Imágenes: Guido Zimmerman

jueves, 4 de diciembre de 2025

LUEGO FUE QUE ME MORÍ

 



Luego fue que me morí. No sé cómo. Yo estaba ahí, afuera de la casa, sentada en el camino, y se apagó todo. Después me levanté y vi el cuerpo mío ahí tirado en la tierra y a los hermanos míos zarandeándome pa que despertara y a mi mamá corriendo a buscar a don Diego, que era un paisa que curaba a la gente de por ahí, sobre todo de mordidas de mapaná. Y pensé que era un fantasma porque yo estaba pero no me veía, veía en cambio todo lo demás. Mientras me cargaban mis hermanos pa dentro de la casa, veía los colores de sus pasos en la tierra y el movimiento de la sangre en sus brazos y veía el viento como si fuera agua y el mar como si fuera el cielo por la noche lleno de cosas vivas. Todo estaba lleno de cosas vivas que yo sentía y reconocía. Y entramos a la pieza mis hermanos y yo detrás de ellos sin que me vieran y mi cuerpo sobre el catre de madera todo desmadejado, todo muerto y yo sin saber qué hacer, pa donde coger. Podía oír cómo el pelo les crecía en la cabeza y sentía el temblor de sus llantos como olas sobre mí.



 Vi a mi mamá volver con don Diego, que intentó todo lo que sabía, todo lo que se le ocurría, pero nada me despertó. Nada, porque yo estaba muerta, de verdad y para siempre. Entonces salí de la casa y caminé por el caserío para comprobar si era cierto que nadie me podía ver. Todo era tan distinto que alcancé a sentir que los poderes me calentaban las manos, que como el cuerpo mío ya no estaba, yo podía ser muchas otras cosas y meterme y salirme de lo que quisiera y ser palmera o babilla o pescao o cangrejo o arena o lodo o madero que flota en el agua o agua. Podía ser mi mamá y entrar en ella y verla por dentro y moverle los músculos, los ojos. Pasé en esas como cinco horas, entendiendo todo, como si la muerte me hubiera abierto los ojos a lo que hay de verdad en el mundo aunque no lo veamos porque no somos capaces. Pero luego comprendí que era una visita no más, que no me tocaba morirme después de todo, que me morí solamente un rato para aprender unos asuntos que me faltaban, pero que tenía que vivir otro tiempo. Y volví a la casa donde ya me estaban velando y mi mamá lloraba sobre mi cuerpo, que tenía puesto el mejor vestido, el del matrimonio de mi mamá, que ella guardaba en una caja con naftalina pa que no se lo comieran las polillas y la humedad y aun así tenía ya huequitos de los bichos.



  Y vi en el vestido el amor de mi mamá por mi papá, vi el pasado que había estado reposando en esa caja con naftalina tantos años, vi el nacimiento de todos mis hermanos como si el tiempo fuera una tela que se desdoblaba delante mío. Vi que todo lo que va a ser ya fue. Y que todo lo que ya fue está siendo siempre. Luego me acosté sobre el cuerpo mío, que se sentía duro y helado, y me acomodé muy bien, hasta quedar perfectamente metida dentro de mí misma, y después me moví toda por dentro, la sangre en las venas, las fibras de los músculos, las junturas de los huesos, moví cada órgano dándole un masaje, moví mis intestinos y los dedos de las manos y los pies y finalmente me pude despertar en la vida de los vivos y abrir los párpados para que los que me lloraban vieran mis ojos negros de nuevo y supieran que ya no había que llorar ni hacer velorio ni comprar un cajón.

LINA MARÍA PARRA OCHOA - "La mano que cura" - (2023)


Imágenes: Felicia Chiao

martes, 2 de diciembre de 2025

HERMOSA VIUDA: EL ESTADO



 ¿Los mejores años de la vida de Bassepin? ¡La guerra! Vender tan caro como podía lo que compraba lejos por cuatro perras. Llenarse los bolsillos, trabajar día y noche, endosar a los oficiales de intendencia lo necesario y lo superfluo, recuperar, en ocasiones, lo que había vendido a los regimientos que se marchaban para vendérselo a los que llegaban, y así sucesivamente. Un caso digno de estudio. El comercio hecho hombre.

   La posguerra tampoco fue demasiado ingrata con él. Enseguida se percató del frenesí municipal por honrar a los caídos. Amplió el negocio y vendió héroes de bronce y toneladas de gallos galos. Los alcaldes del Gran Este le arrancaban de las manos sus estáticos guerreros, bandera al viento y fusil en ristre, que Bassepin encargaba a un pintor tuberculoso «galardonado en numerosas exposiciones». Los tenía para todos los gustos y todos los bolsillos: veintitrés modelos en catálogo, con opción a pedestal de mármol y letras de oro, obeliscos, niños de cinc tendiendo coronas de flores a los vencedores y alegorías de Francia como joven diosa consoladora con los pechos al aire. Bassepin vendía memoria y recuerdo. Los ayuntamientos saldaban su deuda con los caídos de forma bien visible y duradera, con monumentos rodeados de tilos y gravilla, ante los cuales, cada 11 de noviembre, una ardorosa fanfarria tocaría los aires marciales de la victoria y los patéticos del dolor, mientras que de noche los perros callejeros se meaban por todas partes y las palomas añadían sus inmundas condecoraciones a las concedidas por los hombres.



   Bassepin tenía una enorme barriga en forma de pera, un gorro de piel de topo que no se quitaba ni a sol ni a sombra, un sempiterno palo de regaliz en la boca y los dientes muy negros. Cincuentón y solterón, no se le conocía ninguna aventura. El dinero que ganaba se lo guardaba; no se lo bebía ni se lo jugaba, y tampoco se lo gastaba en los burdeles de V. No tenía vicios. Ni lujos. Ni caprichos. Sólo la obsesión de comprar y vender, de amontonar el oro porque sí, por amontonarlo. Como ésos que llenan el granero de heno hasta el techo, cuando lo cierto es que no tienen animales. Pero, después de todo, estaba en su derecho. Murió de septicemia, en el treinta y uno, hecho un Creso. Es increíble que una heridilla de nada pueda complicarte la vida de ese modo, e incluso abreviarla. En su caso, fue un corte en un pie, apenas un arañazo. Cinco días después estaba tieso como la mojama y completamente azul, lívido de pies a cabeza. Parecía un salvaje africano cubierto de pintura, pero sin el pelo crespo ni la lanza. Y sin heredero. Sin nadie que derramara una lágrima por él. Y no es que la gente lo odiara, no. Ni mucho menos; pero un hombre al que sólo le interesaba el dinero y que jamás miraba a nadie no merecía que lo compadecieran. Había tenido todo lo que deseaba. No todo el mundo puede decir lo mismo. Quizá la razón de su vida fue ésa: venir al mundo para coleccionar monedas. En el fondo, es una idiotez como cualquier otra. Le fue de gran provecho. Tras su muerte, todo el dinero fue a parar al Estado. Hermosa viuda, el Estado: siempre está alegre y nunca guarda luto.

PHILIPPE CLAUDEL - "Almas grises" - (2003)


Imágenes: Gideon Kiefer

domingo, 30 de noviembre de 2025

DECIDIÓ QUE EL ASUNTO DEL PAPELEO PODÍA SIMPLIFICARSE MUCHO

 


A modo de advertencia, Beni me contó la historia del funcionario al que expedientaron por incumplir trámites. Aquel funcionario, al parecer, decidió que el asunto del papeleo podía simplificarse mucho. Le llegaban solicitudes de ayudas y no se paraba a comprobar que estuviera toda la documentación. Se comunicaba con los solicitantes por teléfono, en vez de por escrito, para asegurarse de esto o de aquello, pero ¿acaso son formas?, preguntó Beni. No, no lo eran, porque así no quedaba constancia de la gestión. El tipo expedientado consideraba que una fotocopia compulsada del libro de familia era cosa del siglo pasado, y no la pedía. Un certificado de empadronamiento, tampoco, y así se le colaban quienes no debían. Si todos los campos del formulario no se habían rellenado, no le preocupaba, él deducía lo que faltaba. La intención era buena, pero ¡ni que fuera Dios para otorgarse tanto poder! Despachaba los trámites en la mitad de tiempo que sus compañeros, incluso en menos tiempo. Pim, pam, pum, ayuda concedida. Las estadísticas saltaron, le preguntaron cómo podía ser aquello. Hubo una especie de investigación, incluso un interrogatorio —un requerimiento, lo llamó Beni—, se abrió plazo de alegaciones. El tipo era un activista, cosa que Beni aclaró que le parecía muy bien, pero no son maneras.

 


Alegó que actuaba por justicia social, las personas que esperaban las ayudas las necesitaban ya, si su modus operandi ocasionaba algún error —que se le concediera una ayuda a quien no la merecía— era de menor calibre que el error de no dársela a quien la requería con urgencia. ¿A ti cómo te suena ese argumento?, me preguntó Beni, ¿te parece razonable? Pero no me dio margen para responder, lo hizo ella por mí: te suena bien, claro. Pero piensa, ¿consideró aquel funcionario el agravio comparativo que causaba? Los solicitantes de otros distritos cuyas solicitudes llegaban a otros funcionarios de otros centros de trabajo, funcionarios que sí cumplían los pasos sin cuestionarlos, o cuestionándolos pero obedeciendo como es su deber, podían acusarle de trato desigual. Ante este argumento, el del agravio comparativo, el tipo tuvo que plegarse y acatar la sanción del expediente disciplinario. Te lo comento para que veas que todo es mucho más complejo de lo que parece, dijo Beni. Ella estaba a favor de la lucha contra los excesos burocráticos, pero tenía que ser una lucha colectiva, consensuada, aprobada por todas las partes implicadas, segura y bien diseñada. Una lucha burocrática, pensé yo.

SARA MESA - "Oposición" - (2025)


Imágenes: Léonore Chastagner

viernes, 28 de noviembre de 2025

EL AMOR ES UN CIRCUITO CERRADO

 


No es de extrañar que lo primero que atrajo mi interés —hasta el punto de no fijarme en casi nada más de aquellos papeles— fueran las cartas de sus amores pasados, más o menos relevantes, los retratos de carboncillo, las fotografías, las entradas de diario que detallaban las idas y venidas de aquellos cortejos. Las leí con tantísima atención que no podía ni mirarme al espejo al lavarme los dientes aquellas noches de lo zafia que era aquella invasión de su intimidad. Justifiqué mi comportamiento creyendo que la versión más interesante de una mujer surge cuando está embelesada, pero no es verdad. El amor es un circuito cerrado. Nada hace que una persona sea más incomprensible para el resto del mundo que el hecho de estar enamorada.

  Satisfecha e insatisfecha, pasé a las cosas que eran pertinentes para su obra y su impacto —páginas manuscritas, libretas, planos, los recuerdos de los años de Bowie, fotografías de rodaje de El juego del coma. X decía que odiaba la veneración que despertaban sus obras más populares; una queja frecuente: produce un par de canciones con una estrella del pop y te perseguirán toda la vida. Sin embargo, la ironía es que, si alguien hubiese estado al corriente de sus orígenes sureños, su cercanía con el mundo de la fama habría dejado de importar.

  Aclamada por lo que no correspondía; su constante e irresoluble queja.



  En la inauguración de su retrospectiva en el MoMA de 1994 estaba tan molesta con las felicitaciones —Si estáis asistiendo a mi funeral, ¿por qué me andáis felicitando?— que hizo que nos fuéramos pronto. Su ingratitud me avergonzaba. Había muchas personas del museo que habían trabajado un sinfín de horas en la instalación y en organizar la fiesta, ambas tan elegantes como respetuosas, pero sabía que era mejor callarme. Panda de imbéciles, farfullé, dándole la razón, mientras un taxi se nos llevaba de allí.

  A menudo me preguntaba cómo habían gestionado sus anteriores novias y esposas ese carácter que le salía cada dos por tres; si acaso habían ideado una estrategia viable para calmarla y desviar su foco de atención. En mis momentos de mayor desesperación, me imaginé buscándolas, quizá incluso llamando a su primera mujer, para pedirles consejo, cosa que, por supuesto, jamás hice. Cuando ya estaba investigando, me costó organizar entrevistas con cualquier persona con la que hubiera tenido alguna relación sentimental, por miedo a encontrar rastros de X en aquellos cuerpos; la manera en la que fumaban, ciertos giros a la hora de hablar, un gesto, una joya, una cicatriz.

  La persona con la que tenía más ganas de hablar —Connie Converse— llevaba tiempo muerta; lo único que había dejado eran sus canciones, acongojados lamentos que poco me dicen de ella, además de sus memorias, inconclusas, que no revelan mucho más. Parece que ella y X mantenían un forcejeo continuo, incierto; sin estar nunca seguras de si la otra era la cura o la causa de sus males.

CATHERINE LACEY - "Biografía de X" - (2023)


Imágenes: Helen Green