Originario del sureste de Escocia, John Lorimer había viajado a América con su familia a la edad de once años. Habían montado una granja en una tierra sin colonizar, cuyo nombre Håkan no logró retener. El señor Lorimer quería que John se ordenara sacerdote, y le hacía recitar de memoria libros enteros de la Biblia y componer sermones biográficos, que profería ante los miembros de su familia cada domingo, antes del amanecer. Sin embargo, John, amante de la vida salvaje en todas sus formas, prefería las cuestiones terrenales a las celestiales. En un matorral cercano, el niño construyó una suerte de ciudad (fosos, baluartes, calles, establos) y la pobló de escarabajos, ranas y lagartos. Cada noche cubría la estructura amurallada y cada mañana la volvía a inspeccionar, tomando nota de qué criaturas habían desaparecido o perecido, de cuáles se habían trasladado de un compartimento a otro, de cuáles eran más temidas por las demás y de otros asuntos similares.
Trabajó incansablemente en su ciudad de animales hasta que su padre, sospechoso de sus largas ausencias, lo siguió al matorral, derribó la estructura a patadas, pisoteó a sus habitantes y azotó a su hijo con una rama de un árbol cercano. Era —recordaba la rama claramente, y más adelante había aprendido su nombre— un abedul amarillo. Mientras le asestaba un latigazo tras otro, su padre le susurró que debía expiar su orgullo blasfemo; Dios, y solo Dios, tenía el poder de crear un mundo; cualquier intento de imitarlo suponía un arrogante insulto a Su labor. Pocos años después, John fue enviado a la universidad para estudiar teología, pero pronto la botánica y la zoología (disciplinas que al principio dejaron perplejo a Håkan) desplazaron a los estudios religiosos.
No tardó mucho tiempo en viajar a Holanda para convertirse en alumno de uno de los principales botánicos de Europa, Carl Ludwig Blume; aquel nombre se quedaría grabado en la memoria de Håkan, pues le parecería graciosamente apropiado para su profesión[1]. Una vez concluidos sus estudios, John regresó a América con la intención de clasificar especies del oeste que nunca antes habían sido descritas ni bautizadas. Pero, durante el transcurso de sus investigaciones, ideó una nueva teoría; y decía que, si su padre hubiera vivido para escucharla, no lo habría azotado con una rama de abedul, sino que directamente lo habría aplastado bajo una viga de roble. A lo largo de las siguientes semanas, en un sueco entrecortado, y con la ayuda de los especímenes de los tarros, de los nuevos animales que atrapaban por el camino y de las antiguas criaturas que hallaban cristalizadas en las rocas, Lorimer le explicó su teoría a su nuevo amigo, que casi siempre permanecía callado pero que claramente estaba desconcertado. Su propósito, decía el naturalista, era el de retroceder en el tiempo y revelar el origen del hombre.
[1] Debido a la similitud fonética del apellido Blume y la palabra sueca blomma: «flor»
HERNÁN DÍAZ - "A lo lejos" - (2017)





















